Vie 01.11.2013
las12

TEATRO

La rebelión del personaje

¿Cuál es mi voz?, ¿quién soy yo?, ¿por qué tendría que aceptar las reglas (incluso las reglas del autor)?, ¿qué puedo decir con esta voz?, ¿de qué se trata la feminidad? En la obra de Griselda Gambaro, Querido Ibsen, soy Nora –sobre Casa de muñecas, con puesta de Silvio Lang–, son las preguntas como un remolino de crisis las que guían al personaje en un camino hacia la emancipación de no tener nada más que a ella, la heroína de sí misma.

› Por Alejandra Varela

Ya no puede estar en esa casa. Ella no tolera mirar a su marido sin comentar de soslayo, a la figura de Henrik Ibsen sentado en su sillón de familia burguesa, que es un estúpido, aunque lo ame, pero no soporta que la siga tratando como una alondra ingenua. Ella no quiere ver a sus hijos, ya no encuentra el modo de permanecer alegre ante el filo de un conflicto que debe atravesar sola. Nora es un personaje que se subleva y en esa tinta espesa la encuentra Griselda Gambaro. La autora argentina discute con Ibsen pero lo hace a partir del cuerpo de Nora. Se filtra en la protagonista de Casa de muñecas para hacer de la escritura dramática un espacio político donde las verdaderas tensiones no están en el territorio de la anécdota sino en la disputa por la autoría, por el modo mismo de hacer teatro.

Ya no alcanza con representar su texto de un modo realista, señor Ibsen, parece decir Gambaro, yo quiero que el verdadero protagonista sea la crisis interna de Nora, su escritura falsaria, su pelea por ocupar el lugar del padre y del esposo para ser inclaudicablemente femenina. Yo quiero contar que esa mujer que durante años fue representada como una chica frágil y convertida en un gesto brusco, inexplicable en Simone de Beauvoir, es en realidad una mujer del siglo XIX y de todas las épocas que debe fingir, actuar una frivolidad inexistente para que la quieran, que debe ocultar quién es, ese acto del ingenio del que está tan orgullosa, para no despertar sospechas. Sobre esa falsa imagen de mujer aniñada sin estrategias se sostiene la paz de su hogar.

Ibsen es aquí un personaje que desciende de su lugar de autoridad para jugar en el campo vertiginoso en el que Nora lo envuelve. Los tiempos no son los que marcaba el autor noruego. En la puesta de Silvio Lang, actuar se parece a una batalla. Los personajes se tocan, se besan, transpiran, gritan, corren, todo se cuestiona, las muertes, las opiniones, los actos sometidos a las reglas. Nora es la portavoz de esa rebeldía, ella dicta un ritmo urgente mientras que Ibsen sigue quieto, absolutamente calmo en ese mundo donde es la mujer la que debe empezar a dibujar surcos en el aire para que sus acciones dejen de inscribirse en el territorio de la ilegalidad. La joven que falsifica la firma del padre para hacerse del dinero necesario que le permita viajar a Italia (o a Francia, da lo mismo) para salvar la vida de su esposo, descubre que tomar decisiones implica transgredir el texto escrito de los hombres. Entonces, a desafiar las normas, a correr a Ibsen del lugar de autor y postularse con su belleza y sus encantos, pero también con su inventiva y argumentos, en ese mundo de las historias y destinos. En el texto de Gambaro, Nora no discute tanto con su marido, reproductor de los saberes y valores machistas, sino con el verdadero ideólogo de esa madeja que rompe y destroza con las manos de una mujer que ha dejado de coser para empezar a debatir.

“Hay un momento donde también aparece la actriz, como en un procedimiento brechtiano” y Belén Blanco toma la palabra para explicar el camino que la llevó a convertirse en esta Nora modelo Gambaro que habla con una voz dislocada, nueva, sin pasado, como de alguien que ensaya ese abismo de la independencia. “Hay una cosa del intérprete que siempre está como traspapelado, hay algo como interrumpido en la actuación. Una estructura dramatúrgica interrumpida, de señuelos. Yo hacía los arcos de acciones y eran tipo quince en cada hoja y yo decía esto es un ventilador dando vueltas, ¿cómo hago?, ¿cómo se hace? Después me di cuenta de que es un personaje que está vivo. Sale y entra de su historia pero nunca sale del todo. En lo que escribe Gambaro tampoco da para que te saques totalmente como actriz, si yo me desafecto me pierdo que la obra me gane, no llego, no puedo dar el salto. Es un juego muy raro. Hay una discusión dramatúrgica dentro de la obra sin perder el personaje.”

Nora, en Casa de muñecas es una mujer que ante los obstáculos, ante esos límites que los demás personajes de su entorno interpretan como una ley que no se puede quebrantar, inventa fisuras que le permitan cumplir con su objetivo. De ese acto de creación Gambaro hace una maquinaria dramatúrgica con la voluntad de iluminar lo que en Ibsen podía quedar en la oscuridad de un drama interno. “Siento que Griselda llegó como al hueso de los personajes, a algo que está muy atrás, como si hubiera metido la mano en un guante. Incluso las pocas conversaciones que tuve con ella fueron sobre cosas muy de lo interno del personaje, de ninguna manera de las acciones sino de algo tipo inexplicable, que no está ni en la obra ni en ningún lado sino en sus partículas sentimentales. La obra está todo el tiempo atravesada por ese debate, esa discusión, esa burla, esa ironía sobre las cosas que a ella le toca ejecutar, sobre esa incomodidad, sobre ese personaje que le empieza a quedar o grande o corto. Hay algo de ese mandato social que empieza como a no satisfacerla.”

El cuerpo de Belén se contorsiona, el desacuerdo pasa por el desgarramiento que tiene lugar cuando la acción, ese artefacto que utiliza Ibsen para despertar el pensamiento, el aprendizaje de sus personajes, ya no se acomoda a la mirada extraña, a los supuestos que hacen de Nora una muñeca inexperta, desorientada ante las presiones de prestamistas como Krogstad. Nora se desajusta del quieto estante de señora de su casa para transitar un escenario casi vacío de muebles, donde necesita espacio para dar su combate.

En esta puesta del texto de Gambaro es la actuación la delatora de los tropismos sociales, una estética realista podría convalidar ese lenguaje de las apariencias. Gambaro parece decir que Nora se vuelve incomprensible a los ojos de un espectador del siglo XXI si no se traduce ese texto al idioma interno del personaje, si ella no se apropia de la obra y comienza a mirarla en su totalidad, a opinar sobre los demás personajes y el autor, a cambiar el punto de vista. “Es un discurso que le empieza a sonar ajeno, me gusta mucho la idea de la voz, ese trabajo que hicimos de encontrar la voz. Una voz que no es de ninguna mujer, que no es de nadie, que es como atemporal. ¿Cuál es mi voz? es lo que se plantea la obra. ¿Quién soy yo? ¿Qué es lo que podría decir? Va hacia eso que es inmenso y que es la feminidad, que no es cumplir con las reglas del macho, que es lo que le propone Helmer, que es lo que le propone Ibsen, al fin y al cabo, es decir un discurso ajeno. ¿Y yo qué soy? Es una lucha por la propia dignidad, se siente un poco humillada en esa casa. Ella se emancipa, yo creo que trata de eso la obra también. Se emancipa de la mirada de los demás, de lo que ella debe ser, de lo que es ser una mujer.”

Si Casa de muñecas es una obra que se caracteriza por exponer el conflicto, por llevar a Nora a ese momento final donde le ordena a su marido que la escuche, donde su palabra se transforma en discurso (dato que Gambaro toma para reescribir el material desde esa transformación que tiñe el desenlace, como si su obra fuera una saga del texto de Ibsen, una continuidad que no les teme a las repeticiones sino que la inscribe de un modo nuevo, que se hace eco del paso del tiempo para jerarquizar su propia palabra), en Querido Ibsen, soy Nora, hay que hablar sobre lo que sucede, las escenas como estructura, las acciones como trama. Hay que correrse un poco del anecdotario para desgranar lo que allí pasa. Pensar es para Gambaro un desafío dramático, un lugar destinado a la acción del espectador.

Como en Bertolt Brecht, se ponen en evidencia los mecanismos sociales que sostienen la peripecia. El lugar de la autoría establece un nuevo plano narrativo, aquel donde la naturaleza de los actos ya no es meramente operativa, no discurre en la placidez de la ficción, sino que es desarmada y reconstruida varias veces hasta encontrar un imposible acuerdo entre autor y personaje.

“Sigue siendo muy contemporánea, el final causa mucha compulsión cuando ella abandona a su marido y a sus hijos. Es peor abandonarlos que matarlos como Medea. A mí me gusta mucho una anécdota que no sé dónde la leí o me la contó Silvio, parece que Ibsen tenía mucho problema con el final y hablaba con su mujer sobre lo que estaba escribiendo y en un momento la mujer le dice: si no se va Nora me voy yo, y eso lo impulsó a tomar la decisión de que Nora se pudiera ir. Es algo inimaginable, pero ella le dice: Ana María los va a cuidar mejor que yo, ¿qué les puedo dar? Los envenenaría con una dulzura tan amarga como la que sentiría yo si no tengo que partir; ese texto es divino. Yo me preguntaba cómo actuar eso, en qué pienso, no se puede actuar, se tiene que hacer. Es tocar esa médula, ese hueso que para mí es la obra. Es como meterme al agua. Siento que me desnudo, la transición del personaje es como un vaciamiento de todo eso, de esa hipocresía, de esa casa, de ese tipo de mujer que tiene que representar. Se puede vivir sin hijos y ser una mujer y saberlo. Yo creo que tener hijos tiene que ver más con un discurso masculino que femenino, la idea de la familia de tener algo y ella se libera del tener. No tiene que tener nada, es mina. Es un planteo maravilloso, es un planteo hacia la verdad y es tan femenino, tan inmenso.”

Irse, dar un portazo, abandonar una familia que a los ojos de Nora no había sido producto de su voluntad sino de un mandato al que todavía no se había atrevido a oponerse, es también sobrevivir. Descartar el final de Madame Bovary, dejar de lado una desobediencia propia del discurso masculino. Ser la mujer infiel que se mata para redimirse forma parte de un sacrificio al que Nora no quiere ceder. Existe una vida fuera de esa casa que tiene los modos de esa negociación que la joven mujer ensaya con Ibsen. Escribirse sin adulterar el nombre de nadie implica una batalla que podrá derramar tragedias, pero habrá que dibujar de nuevo la línea de lo permitido. Para esa tarea que sólo parecía propia de los hombres le servirá a esta nueva Nora de Gambaro esa velocidad en sus pasos, ese cuerpo que embiste y esa lucidez para intervenir sobre una ceremonia doméstica a la que ya no puede pertenecer porque su propia palabra la ha dejado definitivamente rota.

“Hubo muchas pruebas sobre el final y la verdad, lo que mejor funciona, es como discurso, con una voz propia y nueva que no suene a nada, se vuelve mucho menos melodramático. Hay que pensar que Nora no huye sino que se va, no es lo mismo. No escapa de una vida sino que rearma su vida, se va hacia algo que no sabemos qué es pero me parece bien diferente, en ese sentido me parece un acto heroico. Lo lindo de Casa de muñecas y de Gambaro es como una mina común que se convierte en una heroína actuando de manera extraordinaria, como si pudiera descubrir algo nuevo en ella. Acá hay tensiones, contorsiones, violencias. Está bueno que a una mujer se le permita ser así, en el escenario o en la vida. Es una linda puesta hacer una Nora así. Una mujer también puede luchar por lo que quiere de manera bélica y, por momentos, también sentimental.”

Querido Ibsen, soy Nora, de Griselda Gambaro, con la actuación de Belén Blanco, se presenta a partir del 25 de octubre de miércoles a sábados a las 21 y los domingos a las 20 en el Teatro San Martín.

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