Vie 01.11.2013
las12

PERFILES > GRACIANA PEñAFORT COLOMBI

La capa

› Por Roxana Sandá

Cuando recibió la noticia se emocionó. Le temblaron las manos y esa sonrisa ancha y franca que no se le esfuma nunca, ni siquiera cuando los más pesados la corren para mojarle el argumento –cosa que de todos modos hasta ahora jamás lograron–, terminó de demoler los discursos más oscuros sobre su amada Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA), que finalmente la Corte Suprema declaró constitucional. A los 36 años, la abogada sanjuanina Graciana Peñafort Colombi, mujer irrefutable por brillante y por sus conocimientos técnicos y jurídicos, fue una de las encargadas de pensar las estrategias para el surgimiento de nuevas voces en un espacio donde, hasta el lunes pasado, sólo había aire para la distorsión hegemónica, aun cuando nunca falte un topo asomando por debajo de las baldosas para decir que sólo se trata “de un personaje que a todo el mundo le llama la atención porque está convencida de que sabe lo que no sabe”. Primer error –mal lechoso, por cierto–: la dama es coautora de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA), trabajó con dedicación antropológica en el área de Asuntos Legales y Normativas del Afsca durante la gestión de otro conocedor de ese texto, el vicegobernador Gabriel Mariotto, al que –fuerza es reconocer– le salvó las papas en algunos tramos de la audiencia de 2009 en el Congreso. El 29 de agosto Peñafort volvió a salvar los trapos, como diría la tribuna, en la audiencia clave frente a la Corte Suprema de Justicia. Para entonces ya no pertenecía al organismo que hoy conduce Martín Sabattella; mudó reales a una oficina sencilla y cargada de libros propios en el Ministerio de Defensa, donde integra la Dirección de Asuntos Jurídicos. Su vuelta al ruedo, ante los supremos y frente a un atril con documentación que nunca necesitó revisar, fue determinante en varios sentidos. Para propios, porque redescubrían a una oradora sólida pero no abrumadora. Una técnica de excelencia, que hasta se permitía bromas en medio de tanto masculino transpirado. Para ajenos, porque prolija y sin estridencias desarmó una a una las formulaciones en contra de la ley. Hasta se dio el gusto de refutar al presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, cuando aquél le preguntó: “Si se deseaba reducir la cantidad de licencias del Grupo Clarín, ¿por qué no se utilizó la vía del decreto?”, y ella sin pestañear le dijo: “Debo notar que en su pregunta hay un error. No se desea reducir al Grupo Clarín, sino que lo que busca tener esta ley es un mercado desconcentrado”. El hombre permaneció inmutable, pero le regaló una sonrisa que suele reservar a sus pares. No se sintió conmovida; más bien le pesaban las horas respondiendo casi el doble de preguntas que Clarín, parada sobre unos zapatos de tacón. “En un momento le iba a decir: ‘Escuchame, estoy de tacos. ¡Vos estás sentado y yo estoy de tacos!’.” Su consuelo es hijo de los resultados: “Lo importante no son las preguntas sino las respuestas. Y pudimos contestarlas todas”. Graciana detesta los argumentos-eslogan, el lugar común de algunas interpretaciones de trinchera. “Me preocupa que se repitan eslóganes y falsedades. Me parece complejo que se tergiversen los hechos, sobre todo los normativos.” Por eso peleó a muerte el criterio de sustentabilidad por sobre el de rentabilidad que magnifican los privatistas de Clarín, y de ninguna manera se bancó que le vinieran con el cuento de la ley mal parida. “Las normas perfectas son las de la dictadura, escritas por una sola persona. Las de la democracia son imperfectas porque son plurales y representan a todos.”

Es agradecida; esta semana volvió a decir que Mariotto “fue el corazón del proyecto”, junto con compañeros como Damián Loretti, Gustavo Bulla, Luis Lázzaro. Y la Presidenta, claro está. Pero también es respetuosa de la historia cuando sostiene que la LSCA “es fruto de 30 años de militancia de muchos sectores”. Y un cuadro por el que deberían estar peleándose varios frentes si supieran leerla en su verdadera dimensión. “Esta ley no tiene padres –dijo hace un tiempo–. Es un proceso colectivo. Si alguna vez tuvo razón Héctor Oesterheld, fue con esta ley: el único héroe posible es el héroe colectivo.”

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