Viernes, 8 de noviembre de 2013 | Hoy
INTERNACIONAL
Por ignorancia, miedo y prejuicio, son muchas las voces de artistas mujeres que le rehúyen al término “feminismo”. Las12 repasa algunos nombres, revisita las excusas de siempre y vislumbra, aunque tenue, alguna lucecita al final del oscurantista túnel.
Por Guadalupe Treibel
De las tantas peroratas que a menudo gatillan contra la equidad, la que el –tristemente– célebre telepredicador norteamericano Pat Robertson enunció en 1992 tiene que ser una favorita. Al fin de cuentas, no todos los días se accede a dichos que, en pocas líneas, no sólo condensan perseverantes prejuicios, sino que lo hacen con tanta ignorancia que –francamente– da risa: “La agenda feminista no se trata de derechos igualitarios. Es un movimiento político socialista antifamilia que incentiva a las mujeres a dejar a sus maridos, matar a sus hijos, practicar brujería, destruir el capitalismo y volverse lesbianas”. El Breve Diccionario Coeducativo del Instituto Asturiano de la Mujer, entonces, ha de estar equivocado cuando lo define como un “movimiento social, político, filosófico, económico, científico y cultural que denuncia, desvela y transgrede el sistema social imperante, el patriarcado, y cuyo objetivo es la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres”, porque de ritos paganos, destrucción de bancos, quema de billetes y vuelo con escobas ni noticias.
Lo cierto es que, aun cuando la exageración del adiosado Pat resulte –para muchos– paródica, los tontos estereotipos que planteaba entonces siguen gozando de buena salud ahora. Es decir: todavía hay quienes equivocan los términos y piensan el feminismo como misandria o, para el caso, hembrismo, igualándolo al machismo; quienes le esquivan a la etiqueta porque dicen ser “femeninas”; quienes se alejan porque consideran –erróneamente– que el movimiento (o la revolución) implica odiar al varón o pensarlo como el enemigo. Todas bobadas que dan escozor y hacen que una diga “ay, no, no, no y no” o, peor aún, por acostumbramiento: “otra vez sopa”. Bobadas que, por cierto, repiten mujeres –supuestamente– brillantes y sensibles, hacedoras de las artes, admiradas y queridas por buena parte de la población.
Sin ir más lejos, hace unos meses, la actriz Susan Sarandon, perseverante luchadora por los derechos reproductivos de Estados Unidos, se refirió a la palabra maldita (f...m...ismo) como “un término pasado de moda” con el que prefiere no vincularse porque “resulta una etiqueta estigmatizadora que evita ser tomada en serio”. Y es sólo un caso; los ejemplos son vastos. En una interviú realizada por la revista Bust en 2005, la música islandesa Björk también alimentó el mito, dándoles de comer a los leones: “No me considero una feminista, porque pienso que es más importante pedir o hacer, antes que quejarse de lo que no está bien. Lo relevante es colaborar entre hombres y mujeres, no aislarse”. En 2009, fue el turno de la estrellota Lady Gaga que, aunque más tarde revisaría sus dichos, entonces declaró no estar entre las filas por el siguiente motivo: “No podría; adoro a los hombres, los amo. Celebro la cultura masculina norteamericana, y las cervezas y las barras y los autos deportivos”. Más claro, echale lavandina.
Hasta ahí las protectoras de hombres, preservándolos contra las malvadas castradoras feministas. No están solas, las acompañan las que creen en la igualdad “verdadera” y, por eso, se autoproclaman “humanistas”, no feministas: Madonna, Demi Moore (“el humanismo es lo que necesitamos; los tiempos han cambiado”) y Sarah Jessica Parker (“tomé la idea de un libro de Wendy Wasserstein”) son holgadas referentes de esta troupe. También están, of course, las que piensa que el feminismo ya no es necesario: PJ Harvey, por ejemplo, aclaró que no le interesa el tema porque “no hay necesidad de tener conciencia de género; es una pérdida de tiempo”. La ex primera dama francesa Carla Bruni se hermana a esa idea: “Mi generación no lo necesita. Hay pioneras que abrieron la brecha. No soy una feminista activa en lo más mínimo. Por el contrario, soy una burguesa. Amo la vida en familia, amo hacer la misma cosa todos los días”. Menuda apreciación a la que sólo cabría responder: ¿Y eso qué tiene que ver?
Para Geri “Llueven hombres” Halliwell, “feminismo es lesbianismo quemasostenes, algo antiglamoroso que necesita rebranding”, porque lo que las señoritas necesitamos “es una celebración de nuestra feminidad y de nuestra suavidad”. Para otra francesita de las artes, Juliette Binoche, “se trata de un movimiento que estereotipa la forma de pensar, cuando crear y hacer, estar activa, es más importante que hablar sobre el tema”. Ejem... El caso de la postadolescente Taylor Swift es (anti)ejemplar: “No creo que realmente exista un chicos versus chicas. Fui criada por padres que me enseñaron que si trabajás tan duro como los varones, vas a llegar lejos en la vida” (¿Alguna alma caritativa que se ofrezca a explicarle el “techo de cristal” a la blonda veinteañera? ¿Nadie? ¿No?).
Y con Katy Perry, ¿nos salvamos? “No soy feminista, pero sí creo en la fuerza de las mujeres”, declaró la señorita. Pfff, ni Beyoncé decidió alinearse aunque, ojo, cree en la igualdad, pero ¿para qué encasillarse si sólo es una mujer que ama ser una mujer? (palabras suyas). Con Kelly “en breve mutilo La novicia rebelde” Clarkson ni vale la pena intentarlo: declinó la postura en favor de ser cuidada y atendida por un hombre fuerte que sí sea un líder (ídem paréntesis anterior). En fin, un mar de horror habitado por pececitas ignorantes...
Afortunadamente, hay luz al final del túnel. Tony Collete, la actoraza de Pequeña Miss Sunshine, descubrió este año que, en efecto, la balanza de derechos necesita tuneo: “Veo un gran desbalance y no sólo en mi industria; en el mundo entero, en todas sus expresiones. Y quiero ayudar a cambiar esa situación”. Ellen Page fue otra cara conocida que sorprendió –gratamente– al reconocer: la necesidad de facilitar el acceso a métodos contraceptivos de urgencia, la falta de representación de las mujeres en el cine, el sexismo hollywoodense y, ¡oh sí!, la reticencia de señoras y señoritas a identificarse como feministas: “No lo comprendo... ¿cómo puede ser una mala palabra si es obvio que todavía vivimos en una sociedad patriarcal? El feminismo siempre ha sido asociado con un movimiento radical. Pues... bien. Así debe ser”. Las siguen Geena Davis y su instituto feminista para el análisis de género en los medios –el Geena Davis Institute on Gender in Media–, las cómicas Tina Fey y Amy Poehler, Dustin Hoffman, todos feministas declarados, y el gran, gran, gran Patrick Stewart, arduo laburante contra la violencia de género, activista en favor de las ladies y caballero que, con o sin superpoderes, comparte la capa y una mente brillante. Hay esperanza, se ha dicho. Aunque, otra vez sopa: falta mucho por andar.
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