HOMENAJE
A su “brillante trayectoria” y por su “compromiso con la historia contemporánea”, la mexicana Elena Poniatowska recibió el Premio Cervantes la semana pasada. Feminista por “inclinación natural” –sacudiéndose un poco el deber letrado del feminismo del que se habla en su país–, la escritora, periodista y fotógrafa ha construido una obra imbricada con los sucesos de su tiempo y que rompe los silencios de la historia hegemónica, abriendo espacio para la reflexión sobre el mundo de las mujeres: luchadoras, lavanderas, artistas, desposeídas o privilegiadas. Poniatowska siempre ha dado voz a quienes no suelen tenerla, inscribiéndose en la lucha por el poder interpretativo para mellar el soliloquio del patriarcado y sus mitos.
› Por Alejandra Torres *
Conocí a Elena Poniatowska en un Congreso sobre Escritoras Hispanoamericanas, realizado en Madrid en el año 2001. Por esos días, era muy popular en España, acababa de ganar el Premio Alfaguara de Novela con La piel del cielo. Esa circunstancia no impidió que me concediera una entrevista a altas horas de la noche, cuando luego de una jornada intensa y el dictado de una conferencia magistral sólo correspondía que se fuera a descansar. Entonces, aproveché la ocasión para preguntarle cuestiones relacionadas con mis lecturas e hipótesis de trabajo en relación con su escritura y, especialmente, con las complejas interacciones entre discurso visual y verbal, entre literatura y fotografía. En el período de trabajo que había elegido para mi investigación doctoral, la producción de Poniatowska daba cuenta de su afán por visibilizar, por “inscribir” en la historia a los sujetos sociales silenciados y a las escenas –siempre históricas– que protagonizaban.
Descendiente de la nobleza polaca, Elena nació en París el 19 de mayo de 1932; hija de una mexicana, Paula Amor, y de Jean Poniatowski, se naturalizó mexicana en 1969. En 1953, en el diario Excélsior inició una exitosa carrera como periodista, que se continuó en varios periódicos y revistas de México. Poniatowska es muy conocida y valorada por las entrevistas a personalidades destacadas de la cultura contemporánea: Alfonso Reyes, Luis Buñuel, Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Rosario Castellanos, entre muchos otros.
De su vasta producción, se destacan dos textos de referencia en la literatura mexicana y latinoamericana: Hasta no verte Jesús mío (1969), en el que se recrea el habla de una lavandera y soldadera de la Revolución, Josefina Bórquez, inmortalizada en la novela como Jesusa Palancares, y La noche de Tlatelolco (1971), texto armado mediante las voces grabadas a los sobrevivientes y familiares de las víctimas de la masacre estudiantil en la plaza de las Tres Culturas, en 1968. En este texto, no sólo se argumenta sobre la matanza sino que se utiliza el montaje de fotografías y de discursos como una herramienta política, como una operación ideológico-persuasiva destinada a un amplio público lector/espectador.
Elena Poniatowska suele definirse como “una feminista por inclinación natural”. Asunción de una autorrepresentación política que no implica necesariamente que sus textos tengan que ser considerados como feministas si es que un texto se pueda marcar como tal; sabemos que en la literatura toda autoconfiguración de un sujeto pasa por una mediación narrativa. En este sentido, al producir un texto que adopte la perspectiva de un sujeto femenino en cualquier tipo de género discursivo, una escritora tiene en cuenta las percepciones y las imágenes de la sociedad en un determinado momento (ya sea porque está inmersa en ella o también porque tiene una voluntad de focalizar el problema de las mujeres en general y de las escritoras en particular). Para la crítica alemana Sigrid Weigel, quien desarrolla el concepto de la mirada estrábica, las mujeres deberían permitirse mirar por el rabillo de un solo ojo, de esa manera estrecha y concentrada, para con el otro quedar libres de vagar a lo largo y lo ancho de la dimensión social.
En el “mirar de reojo” se puede aprovechar una situación y cargarla de sentido político, y es esta mirada la que me resultó sorprendentemente fértil para leer ciertas zonas de la escritura de Elena Poniatowska. Por ejemplo, Querido Diego, te abraza Quiela (1978) se centra en la letra mínima, en los intersticios de lo no dicho, de lo desechado, y allí Poniatowska ve y lee aquello que desde la esfera pública o desde los grandes relatos consagrados aparece como anecdótico. En los intersticios de la “monumental” biografía sobre Diego Rivera, la escritora encuentra materiales para su trabajo posterior y repone fragmentos de historia “anti-monumental” que hubieran quedado en el olvido; así trama la correspondencia imaginaria entre Rivera y Angelina Beloff en Querido Diego, te abraza Quiela, mira otra vez por el rabillo del ojo y encuentra los materiales que le servirán para su escritura. Una escritura que se encuentra en permanente lucha contra el silencio de la historia hegemónica y que relega al sujeto femenino al olvido y a la marginalidad. Esta operación de lectura responde a variables históricas y, por lo tanto, no puede considerarse como un rasgo inherente de su escritura.
Al desarrollar esta mirada, Poniatowska se inscribe dentro de la lucha por el poder interpretativo, propia de una larga serie de mujeres mexicanas, que buscaron responder a las representaciones generadas por el imaginario social mexicano, dominado por los mitos patriarcales del nacionalismo.
En la escritura de Elena Poniatowska se construye de forma explícita una reflexión sobre el mundo de las mujeres. También se puede trazar una línea que se puebla de personajes femeninos en sus trabajos de ficción, que van desde la tierna Lilus Kikus, protagonista de su primera novela, pasando por Mónica en De noche vienes, por Mariana de La flor de Lis, o la recreación de Jesusa Palancares en Hasta no verte Jesús mío; la reconstrucción de la vida de la fotógrafa y revolucionaria Tina Modotti en Tinísima, de las pintoras Nahui Ollin, Frida Kahlo o María Izquierdo y de escritoras como Rosario Castellanos o Elena Garro en Las siete cabritas; el trabajo particular entre texto e imagen que realiza en Las soldaderas o sobre la vida de Leonora Carrington en Leonora.
En su convicción, la participación de las mujeres siempre debe superar las fronteras de lo privado. Por esta razón, en uno de sus textos, también le rinde un homenaje a Alaíde Foppa, una luchadora social, integrante y fundadora de la revista Fem, desaparecida en 1980. Al recordar los orígenes de Fem, señala que la revista se componía de escritoras y periodistas que estaban “interesadas en el cambio social de las mujeres y se proponía estudiar las condiciones de las mujeres menos favorecidas en la ciudad y en el campo, en América latina y, sobre todo, en México”. La originalidad de la propuesta, que asume los postulados del movimiento feminista, se concentra en la temática sobre el trabajo invisible, la doble jornada, el hostigamiento en el empleo, así como las aportaciones que las mujeres han hecho al arte, a la ciencia y a la técnica.
Poniatowska no sólo se autodefine como feminista por inclinación natural sino que, además, el método analítico y crítico del feminismo y la práctica de la autoconciencia le permiten rescatar el trabajo de otras mujeres. Es decir, la escritora tiene en cuenta las complejas relaciones de raza y clase social y las distintas posiciones de sujeto. Con relación a las diferencias de clase, tomamos como ejemplo de esta conciencia su lugar diferenciado de mujer blanca, de clase acomodada, de origen noble, el texto “Vida y muerte de Jesusa” del libro Luz y luna, las lunitas. Allí la escritora confiesa:
“En las tardes de los miércoles iba yo a ver a la Jesusa y en la noche, al llegar a casa, acompañaba a mi mamá a algún cóctel en alguna embajada. Siempre pretendí mantener el equilibrio entre la extrema pobreza que compartía en la vecindad de la Jesu, con el lucerío, el fasto de las recepciones. Mi socialismo era de dientes para afuera. Al meterme en la tina de agua bien caliente, recordaba la palangana bajo la cama en la que Jesusa enjuagaba los overoles y se bañaba ella misma los sábados. No se me ocurría sino pensar avergonzada: Ojalá ella jamás conozca mi casa, que nunca sepa cómo vivo yo. Cuando la conoció me dijo: No voy a regresar, no vayan a pensar que soy una limosnera. Y, sin embargo, la amistad subsistió, el lazo había enraizado. Jesusa y yo nos queríamos. Nunca, sin embargo, dejó de calificarme. Yo ya sabía desde endenantes que usted era catrina” (Luz y luna, las lunitas, pág. 51).
Jesusa y Elena, ambas conscientes de sus posiciones disímiles, construyen un lazo social bajo la forma de la fraternidad. Las ganancias materiales y simbólicas que le produce a Poniatowska el éxito de Hasta no verte Jesús mío no le impide establecer un vínculo, una unión con Jesusa. Al igual que Ricardo Pozas, quien “jamás dejó a los indígenas, sobre todo a los chamulas, los tojolabales, los tzeltales, los tzotziles” (Luz y luna, pág. 51). Poniatowska no deja a Jesusa sino que la incorpora a su universo afectivo. La “obligación moral” que contrae hace que la acompañe hasta en los últimos momentos de la vida de la soldadera. “Jesusa murió en su casa, Sur 94, Manzana 8, Lote 12, Tercera Sección B, Nuevo Paseo de San Agustín. Más allá del aeropuerto, más allá de Ecatepec, el jueves 28 de mayo de 1987 a las siete de la mañana... Murió igual a sí misma: inconforme, rejega, brava. Corrió al cura, corrió al médico; cuando pretendí tomarle la mano dijo: ‘¿Qué es esa necedad de andarlo manoseando a uno?’ Un día antes de morirse nos dijo: ‘Echenme a la calle para que me coman los perros; no gasten en mí, no quiero deberle nada a nadie’” (Luz y luna, las lunitas, pág. 56).
Y Jesusa murió en compañía de Elena. Poniatowska, cronista-periodista-escritora, estableció una alianza con Jesusa Palancares, en el sentido de aliar. Estoy convencida de que al reelaborar el material que le ha narrado la soldadera, la escritora mexicana establece una alianza política con esta mujer marginada, en una nueva conformación discursiva contrahegemónica. El lazo, el vínculo, la unión que arma Elena, su lugar en esta “comunidad de mujeres”, es el que la sitúa y posiciona en tanto mujer blanca, letrada, de origen noble, en relación con las mujeres de otras clases sociales. El lazo social es lo que le permite, como afirma Jean Franco, “tender un puente poco común” sobre la diferencia de clases.
Poniatowska lleva publicados numerosos textos de ficción y de no ficción: crónicas, biografías, novelas, cuentos, testimonio, entrevistas, artículos periodísticos, y también ha tomado numerosas fotografías y ha realizado cortometrajes. Nos encontramos frente a una intelectual que se mueve en diferentes géneros discursivos y con un interés particular por mostrar y visibilizar las diferencias sociales y sexuales, por eso, entre otras razones, incorpora imágenes a sus textos. Enraizada en la Cultura Visual, focaliza agudamente las relaciones entre género y visualidad en la ligazón de literatura y fotografía.
Sus textos han sido traducidos a decenas de idiomas y ha recibido múltiples reconocimientos a su labor. Destacamos, entre otros, el Premio Mazatlán de Literatura 1971, por Hasta no verte Jesús mío; el Premio Nacional de Periodismo de México 1978, por sus entrevistas; el Premio Mazatlán de Literatura 1992, por Tinísima; el Premio Nacional de Literatura de México; el Premio Rómulo Gallegos; el Premio Biblioteca Breve 2011, por Leonora, y el reciente Premio Cervantes, uno de los galardones más importantes de las letras hispánicas, por su brillante trayectoria, por la dedicación al periodismo y por su compromiso con la historia del siglo XX-XXI.
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