Vie 29.11.2013
las12

Entre mujeres, solidaridad

(Fragmento de la entrevista a Elena Poniatowska publicada en el libro El cristal de las mujeres, de Alejandra Torres, Beatriz Viterbo)

¿Hay una necesidad de poner fotos en sus libros?

–Yo creo que hay un deseo. Por ejemplo, en Luz y luna, las lunitas lo hubo por dar a conocer a la Jesusa, por dar a conocer cómo era físicamente, y porque yo tenía la suerte de tener esas fotografías. Bueno, yo no tenía los negativos, los tenía Héctor García, tuve que ir a comprar las fotos. Yo le di las fotos a Jesusa y a ella no le gustaron y las rompió todas, porque dijo que ella no estaba bien peinada, que no le gustaban, que a ella le gustaban las fotos serias, sepias de 4 ondas marselle, y no le gustaban ésas donde uno se estaba riendo, eso le parecía una payasada, y entonces yo se las llevé a regalar y ella las rompió y me enseñó qué tipo de fotografía le gustaban. A ella le gustaban las fotografías de retrato, de ésas que te hacen los fotógrafos que te ponen un fondo. Pero sí es cierto que hay una tendencia hacia la fotografía, a querer ilustrar, a que se vea realmente a la persona. Y sobre todo lo hubo en el caso de Jesusa, porque yo quise poner su verdadero nombre, quise que ella apareciera en el libro y ella se negó. Me dijo: “Usted, en primer lugar, no entiende lo que le cuento, inventa todo, cambia los colores de los perros, escribe puros garabatos” y entonces me dijo que yo no podía transformarla en un hazmereír o en una curiosidad. Recuerdo que una vez llevé a verla a una amiga norteamericana que tenía una ilusión loca de verla y me dijo: “No me la vuelva a traer, le voy a cerrar la puerta en las narices, porque yo no soy un chango para que me estén viendo”. Además, ella cuando había visitas cambiaba, se volvía amable, iba a buscar sillas, las jalaba, y después se quejaba que le habían sacado tiempo.

¿Tiempo para qué?

–Para ella el tiempo era importantísimo. A mí también me decía siempre que yo le quitaba el tiempo, porque ella tenía todas sus actividades en el taller de imprenta donde hacía la limpieza, pero también se llevaba los overoles de los trabajadores y su ropa, se la llevaba a su casa, en condiciones muy desagradables, con una tablita encerrada en su cuarto para ella y todo el cuarto olía a gasolina, tenía sus animales, sus gallinas, sus pajaritos; en un momento tuvo gatos y teníamos que ir por los pellejos de sus gatos y compraba en la carnicería exactamente un montoncito porque no tenía refrigerador, el maíz para sus gallinas, su idea del tiempo era enorme. Además, ella escuchaba la radio, la escuchaba y no podía romper esa rutina, la desquiciaba como la desquiciaba también que la quisieras abrazar o que le pusieras la mano en los hombros, y eso fue hasta el último momento, hasta cuando se estaba muriendo. Me acuerdo de que yo le tomaba la mano y me decía: “¿Qué es esa necedad de andar manoseando a uno, qué es esa necedad? No me esté manoseando”. Y luego gritaba: “No gasten en el médico, no me estén cuidando”; se arrancaba los tubos de las inyecciones, era fiel a sí misma hasta el último momento, decía: “Yo soy un cuero viejo, tíreme”, era de una dureza para sí misma aterradora, pero también de una lealtad a la persona que ella se había vuelto, pero a través de todos los golpes que había recibido.

¿Por qué hay tantas mujeres en su obra?

–Porque en mi país las mujeres son hechas a un lado totalmente, son consideradas como secundarias, como que no tienen qué decir, y son admirables. Si tú ves a la población de las mujeres y si tú hablas con ellas te das cuenta que son el 52 por ciento de la población y claro que no se puede generalizar, pero en general los hombres son de pisa y corre, los hombres con una gran facilidad le hacen un hijo a una mujer y luego desaparecen, y luego se lo hacen a otra y también desaparecen. Ahora ya hay más posibilidad de control de la natalidad, hay píldoras, dispositivos intrauterinos, pero en la época de la Jesusa o los sesenta, tú veías que las mujeres tenían al hijo y lo aceptaban. Había muchas que tomaban tés abortivos y dañaban al feto, pero sacaban el niño adelante, lo levantaban de la tierra y le daban lo que ellas no habían tenido, una educación, una formación, protección, y también recogían a otros niños. Eso no quiere decir que a veces no les pegaban o utilizaban. Hay en México cada vez más niños y niñas en la calle, y las niñas se embarazan y tienen hijos en la calle, y son poseídas por el jefe de la banda, es bastante aterrador porque los hijos salen enfermos, algunos son drogadictos. En general, los recoge la institución, pero éste es un nuevo problema, los bebés de la calle, los niños nacidos en la calle.

Usted siempre afirma que existe una solidaridad entre las mujeres...

–Yo creo que entre las mujeres hay como el deseo de..., hay un feminismo que ha dado lugar a la revista Fem en torno a Alaíde Foppa, y aunque todas eran universitarias había mujeres de distintas clases sociales. Sí, pienso que nació una solidaridad a raíz del terremoto, ahí sí vi que las mujeres iban a hablar con las costureras, había mucha solidaridad de las lesbianas, de las monjas, que sabían muy bien qué hacer. En general, los agrupamientos religiosos tenían como una práctica frente a la desgracia que los demás no tenían, y entonces hacían muy bien el acopio de ropas, medicinas, comida, y sabían. Está la idea comunitaria, estaba en las religiones y en las agrupaciones como los scouts, que parecían tener mucha práctica.

Usted antes dijo que empezó con la fotografía por el periodismo pero que después se entusiasmó. ¿Cómo es eso?

–Yo me entusiasmé con la foto mucho, muchísimo por el hecho de la fotografia en sí, pero yo creo que me entusiasmé desde un principio, recuerdo que yo hojeé durante mucho tiempo un libro, La familia del hombre, y luego empecé a ver las fotos de Cartier Bresson, de Dosneau, y luego empecé a ver las fotos de los mexicanos, y cuando me decían si yo quería hacer un texto sobre una foto, de tanto hacer pies de grabado, que son los pies de foto, también eso me hizo acercarme a la fotografia. Eso me hizo acercar mucho. Y ahora yo sí siempre pienso, por ejemplo: tengo un último libro que se llama Las mil y una, tiene tal cantidad de fotografía que es ridículo, tiene demasiadas, pero si yo hubiera podido poner otras 35 fotos las hubiese puesto porque necesitaba...

¿Qué necesitaba?

–Darle más énfasis, como que vieran. Muchas fotos ni venían al caso, pero había fotos magníficas de la frontera de Mariana Yampolsky y dije: “Tengo que poner más”; bueno, si el libro es tan pésimo, las fotos lo salvan, las fotos le ayudan porque hay fotos de la frontera, de cómo la división de México y Estados Unidos se prolonga y va al mar entre las olas. Es tan impresionante ver que si te quieres pasar a los Estados Unidos tienes que nadar hasta el culo del horizonte para poder pasarte al otro lado, hasta el carajo. Entonces, todas esas fotografías que tomó Mariana Yampolsky a mí me impactaron y me dije: “Para que vean las circunstancias”, pero ahí ya se me botó la cañica, me pasé.

¿Las palabras no alcanzan?

–Pues yo creo que también es una inseguridad. No creas que en las novelas ya voy a poner fotos, pero tienes mucha razón, es muy buena tu observación, porque cuando yo entregué los manuscritos querían tres copias y dos manuscritos de La piel del cielo engargoladas, les puse una foto de la luna, de un telescopio, y yo decía: “Así les va a gustar más”. Me acuerdo de que yo decía, en la primera plana estaba T. Tauri por Dumbo, no se llamaba La piel del cielo y luego le volteas y hay alguna foto que saqué de alguna revista de la Tierra vista desde la Luna y luego dentro le metí la de un telescopio y me dije: “Si le meto una foto van a entender mejor”.

¿Y el libro sobre Juan Soriano?

–Ahí sí le quise poner muchas fotos, dibujos de él, es un libro que te da alegría. Yo integro dibujos, él siempre dibuja falos, menos que Francisco Toledo; en un momento la editorial dijo: “Ustedes se pasaron, si hay tantos falos no se va a querer vender, en una tienda que es muy importante en México no van a querer vender eso, en cada página hay un pito en erección”, pero después, no sé qué pasó y salió. Yo no sé cómo han sido las ventas de ese libro: lo que sucede con los pintores, excepto los más conocidos, son libros de arte, carísimos, los compra poca gente, y Soriano no era tan conocido como para suscitar tanta curiosidad, pero a partir del libro... es que en las presentaciones del libro fuimos a varios lugares, en todas partes él veía a muchísima gente y entonces, eso le gustaba mucho y le hacían preguntas con mucho cariño y respeto; entonces, yo creo que ésa fue para él una experiencia muy gratificante y es así nueva, porque finalmente los pintores tienen un público enorme. El ha tenido muchas retrospectivas, pero es más de relaciones más sociales, de comprador de cuadro a autor de un cuadro, y en este caso era de muchachos y muchachas que jamás iban a poder comprar un cuadro, pero que le hacían preguntas sobre su arte que a él le emocionaron.

¿Qué relación tenía usted con Juan Rulfo?

–Llevamos una relación amistosa bastante especial, de hecho él era fotógrafo, yo fui una de sus modelos, me tomó muchas fotos, como siete rollos o más, pero quién sabe dónde quedaron.

¿Qué definición daría Elena Poniatowska sobre la fotografía? ¿Qué sería para usted fotografiar?

–Como periodista es casi indispensable saber fotografiar a los entrevistados. También lo es para hacer reportajes y crónicas. Para mí fotografiar era llevar una constancia del trabajo realizado, pero también empecé a fotografiar a muchos niños de la calle, niños jugando en parques públicos, niños a la hora del recreo, etcétera. Esto me llevó a acompañar, casi cuarenta años después, al fotógrafo sueco Kent Klich de Aperture en sus jornadas de fotografías para el libro El niño sobre niños de la calle, que publicó la imprenta Syracuse University Press, en Estados Unidos. Es un libro muy impresionante y excelente por las notables fotografías de este fotógrafo fuera de serie. Además Kent Klich vino a México durante diez años y vio a los niños crecer en la calle, de suerte que éstos siempre le andan pidiendo retratos suyos de cuando eran chiquitos. Anduvimos muchos meses en la calle y considero que éste es uno de los trabajos más importantes que he hecho. Durante años trabajé también con Héctor García, que hacía las fotografías para las entrevistas que se publicaban en el periódico Novedades. Así logró Héctor García un excelente retrato de David Alfaro Siqueiros, el muralista mexicano, en la cárcel de Lecumberri. También con Graciela Iturbide hice un libro de fotografías. Trabajamos juntas en Las mujeres de Juchitán, en el estado de Oaxaca. Es un pueblo rebelde en el que las mujeres juegan un papel preponderante, ya que ellas son las encargadas del mercado y, por lo tanto, las que guardan el dinero, ellas compran y venden y le dan al marido campesino para sus gastos. Se ha definido a Juchitán como un matriarcado, pero no lo es. Hice varios textos para acompañar libros sobre Manuel Alvarez Bravo, que ahora tiene más de cien años, y él fotografió a mi hija Paula Haro, también fotógrafa (y muy, muy buena), que en algún momento fue su asistente. Recuerdo con particular cariño a Kati Horna, húngara y fotógrafa de la Guerra Civil de España, que vivió en México, ligada al movimiento surrealista de México, ya que aquí todavía vive Leonora Carrington y aquí vivieron y murieron Remedios Varo, Gunther Gerszo y otros surrealistas más. La labor fotográfica de Kati Horna es excelente.

Para fotografíar –decía Bresson– hay un momento decisivo: ¿lo hay para escribir? ¿Cuál sería la relación para Elena Poniatowska entre escribir y fotografiar?

–No tengo momento decisivo para escribir, solo sé que hay días buenos y hay días malos, días en que quién sabe por qué razón la escritura fluye y días en que todo lo que se escribe está muerto. Como periodista he vivido la fotografía ligada íntimamente a la escritura, pero no sabría precisar si ésa es su relación, porque las novelas y los cuentos jamás llevan fotografía, y hago también novelas y cuentos. Los reportajes sí, las crónicas sí, y como intento escribir en la forma más sencilla posible siento que las fotografías ayudan a comprender tal o cual frase. No es que ilustren, complementan.

* Alejandra Torres es doctora en Letras, profesora universitaria e investigadora del Conicet (UBA/UNGS). Ha escrito, entre otros, El cristal de las mujeres. Relato y fotografía en la obra de Elena Poniatowska. Rosario, Editorial Beatriz Viterbo, de donde se extrajo el fragmento de entrevista.

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