Vie 20.12.2013
las12

LETRAS

Las tramas de la realidad

Este año, la escritora francesa Delphine De Vigan visitó por primera vez Argentina y presentó dos de sus novelas publicadas por Anagrama: Nada se opone a la noche y Días sin hambre. El abordaje de la autobiografía y de la biografía materna, la enfermedad y la búsqueda de la verdad son algunos de los temas que abordó en esta entrevista para Las12.

› Por Carolina Selicki Acevedo

Traducción de Mariana Vignola

Por primera vez visita la Argentina. La invitación a participar de la quinta edición del Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba), que también la llevaría a Chile, parece ser el motivo perfecto para conocer a sus lectores del otro lado del océano. Si bien aquí sólo llegaron dos de sus novelas, Nada se opone a la noche (2011) y Días sin hambre (2013) a través de la editorial Anagrama, Delphine cuenta con una extensa y reconocida trayectoria: su novela No y yo (2007), convertida en best seller, recibió el premio de los libreros y fue llevada al cine por Zabou Breitman; Las horas subterráneas (2009) obtuvo el premio de los lectores de Córcega y fue seleccionada para los premios

Goncourt. Asimismo, su última novela, Nada se opone a la noche (2011), ha obtenido el Premio de novela FNAC, el Premio de novela de las Televisiones Francesas, el Premio Renaudot de los Institutos de Francia, el Gran Premio de la Heroina Madame Figaro y el Gran Premio de las Lectoras de Elle, con gran éxito en Francia y está en vías de publicación en 20 editoriales extranjeras.

Su primera novela, Días sin hambre, autobiográfica (con agregados ficcionales) y publicada bajo el seudónimo de Lou Delvig, trata del combate y la recuperación de una joven anoréxica de 19 años. Allí, el relato de la narración se embandera en la primera persona, descarnada, y alterna con una tercera que ayuda a describir las vivencias de esa joven en un instituto de recuperación (“El dice no tenga usted miedo, sólo es un poco desagradable, se introduce por la nariz, cuando llega a la garganta hay que tragar, después le haremos una radiografía para comprobar que la sonda está bien colocada en el estómago.

Sólo tiene que tragar. Tragar”). En 2005, publicó por primera vez bajo su verdadero nombre Les jolis garçons, tres historias de amor de una mujer, Emma, donde profundizó sobre las dificultades amorosas y de la memoria.

En 2006, fue el turno de Un soir de décembre, con la que obtuvo el premio literario SaintValentin. Pero tal vez es en Nada se opone a la noche donde ella consigue un trazo más verosímil. A partir de haber encontrado muerta a su madre decide investigar por su cuenta qué la llevó a suicidarse.

Así, comienza a entrevistar a familiares, amigos y vecinos en busca de una “verdad”, pero más tarde se dará cuenta de que no la hay. De que sólo se puede acceder a una parte de la historia, de a fragmentos, y donde “escribiese lo que escribiese entraría en el terreno de la fábula.

¿Cómo me había imaginado, aunque fuese un solo instante, poder hacer inventario de la vida de Lucile? ¿Qué buscaba en el fondo, si no era acercarme al dolor de mi madre, explorar sus contornos, sus pliegues secretos, la sombra que arrastraba?”

Delphine creció en una familia “difícil” que la llevó a refugiarse en la lectura. Tras varios pequeños empleos, ocupó en Alfortville un puesto de ejecutiva en un instituto de encuestas. Luego retomó sus estudios: una licenciatura y un master en Recursos humanos y comunicación interna. Actualmente es madre de dos hijos, reside en París y desde 2007 ha conseguido vivir de la escritura.

A pesar de lo padecido –y gran parte puede leerse en las dos novelas publicadas en español–, es una mujer que no ha perdido el sentido del humor ni la sonrisa.

Serena, se prestó a una jornada intensa de entrevistas para distintos medios y en los momentos de espera se la pudo ver sumergida en la lectura. Su tono de voz es suave y se mezcla con su hablar fluido. No escatima en palabras y, traducción de por medio, escucharla se vuelve tan interesante como leerla.

Has sido invitada al festival como una de las escritoras más esperadas. ¿Podrías resumir tu aporte al eje elegido para la charla “La enfermedad y sus tramas”?

–Los dos libros publicados por Anagrama han sido de los más leídos, pero también escribí ficción y sobre otros temas.

Me sorprende que se centren en esas obras, cuando luego publiqué muchas otras y ya no me siento tan identificada con ese estilo o temas. Pero estoy muy contenta de conocer Argentina y Chile. He tenido familiares refugiados en ambos países, así que hay muchas cosas que me son cercanas de algún modo y estoy muy agradecida de que haya lectores en esta parte del mundo.

¿Qué diferencias encontrás con tu modo de narrar entre los primeros libros y los últimos?

–Respecto del modo de narrar utilizo la tercera persona para tomar distancia, incluso utilizo otros nombres. El tema de la enfermedad, en mi caso el de la anorexia, lo abordé como podría haber abordado cualquier otro tema.

Como el amor o la cristalización de los sentimientos. Para poder tener un tiempo y un orden en el relato, no pienso tanto en el lector al momento de escribir, sino más bien en aquello que quiero contar. Mi último libro (Nada se opone a la noche) fue mucho más íntimo, desde la madurez de la escritura, al preguntarme por qué escribimos lo que escribimos y si tenemos el derecho de escribirlo o no. Desde el pensamiento cerebral del acto de escribir, más existencialista.

¿Sentís que más que una escritura de la enfermedad la tuya es una escritura de las sensaciones, corporal? Y, ¿por qué decidiste colocar la foto de tu madre en la portada?

–Totalmente, yo considero que tengo una escritura que cuenta desde el cuerpo, la vivencia real desde las sensaciones corporales. Para abordar un personaje de ficción, más aquellos distintos a la Delphine real, me planteo el desafío de poder hacerlo, sea una joven de 13 años o sea un hombre mayor. Cuando comienzo a escribir, en primera o en tercera persona, a las 10 páginas paro y evalúo si son coherentes con la idea primera. En cuanto a la fotografía de mi madre, en Francia siempre se estila que las portadas tengan la foto de los autores, pero como no me agrada demasiado eso decidí colocar una foto de ella, previa consulta con mi hermana. Luego, con las reediciones y la circulación masiva de dicha foto en los libros no me sentí muy cómoda con la decisión, entonces empecé a tomar distancia, considerándola un personaje, sólo Lucile.

Leí en una entrevista que te hicieron hace unos años que considerabas la escritura como inseparable de la idea de complejidad, a veces incluso tormentosa, ¿continúas pensando lo mismo al respecto?

–Luego de 10 años de publicar siento que tengo los procedimientos más internalizados, sigo creyendo en esa complejidad. Me baso en aquello que me roza el alma, y sea el tema que sea, al tratarse de historias con seres humanos de por medio, no hay modo alguno de que no se complejicen. Y esto sucede tanto en la autobiografía como en la ficción.

Te tomás mucha libertad al momento de escribir, pasando del género policial a la autobiografía, mezclando ficción y no ficción, alternando de una primera persona a una tercera, ¿tenés la misma libertad al momento de comenzar a escribir una novela?

–En primer lugar me viene una imagen, una sensación, también investigo mucho sobre ese tema, incluso haciendo entrevistas, luego sí, lo paso al acto, al papel. Para el libro sobre mi madre entrevisté a miembros de mi propia familia en busca de acercarme a su vida de un modo más verosímil. No fue fácil el proceso, pero creo que no podría haberlo conseguido de otro modo. Siempre tengo mi cuaderno de notas conmigo, y en la investigación que hice me encontré con notas, fotos y aspectos de mi madre que desconocía por completo, incluso mi familia.

Resulta muy pertinente tu decisión de cederle la palabra al otro, en ese caso, a través de la información recabada en las entrevistas y no sólo guiarte por tus recuerdos o sensaciones al respecto. Como has aclarado en la novela, dos personas sobre el mismo hecho pueden recordar dos cosas totalmente distintas...

–Encuentro fascinante que cada uno pueda ser su propio relator, ser protagonistas de la propia historia. Y eso es lo que intenté, tomar las riendas de la mía. Normalmente no suelo releer mis libros, pero cuando lo hago sigo rescatando datos, incluso sobre las repercusiones que generan las lecturas en gente conocida de la familia. Hay una supuesta anécdota de mi madre con Lacan, donde ella aparece con un moretón, y sigo preguntándome si eso fue real, si hubo tal episodio. Según allegados al psicoanalista, es muy factible que haya sucedido. En el primer libro sí hago una ficción respecto de mi enfermedad de la juventud, pero en el último me alejo lo más posible de la ficción. Obviamente, prefiero la ficción para poder protegerme, pero creo que los libros de ficción suelen esconder más aspectos reales de los que una cree. 

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