EL MEGáFONO
› Por Vanesa Vázquez Laba *
La escena (no tan feliz): una farmacia céntrica en la ciudad balnearia de Mar del Plata, mediodía semanal caluroso.
Los actores: un empleado farmacéutico y una (de tantas) mujer(es).
Acto I (la auto-determinación): una mujer presenta la receta médica con la prescripción de misoprostol.
Acto II (la mentira): el empleado farmacéutico se rehúsa a entregárselo fundamentando que la receta no estaba acompañada por un certificado médico en el cual se explicite que la mujer no está embarazada.
El (no) diálogo (abuso de poder):
La mujer: Si tengo la receta con la indicación médica no entiendo por qué me estás pidiendo un certificado en el cual señale que no estoy embarazada.
El farmacéutico: Porque el misoprostol es abortivo.
La mujer: Pero si te estoy presentando la receta médica con todos los datos y firmada por el médico, con esto es suficiente; si el médico me lo recetó ustedes me lo tienen que vender.
El farmacéutico: No señora, usted traiga el certificado que diga que no está embarazada porque yo no sé qué hará usted con un medicamento que también es abortivo.
La mujer: Lo que haga yo con el medicamento es problema mío; el médico me recetó misoprostol y ustedes tienen la obligación de vendérmelo. Los voy a denunciar.
Acto III (experiencias que empoderan): la mujer se retira indignada con la situación pero satisfecha de haber podido desenmascarar una mentira creada para seguir obstaculizando la decisión de las mujeres.
Los avances en ampliación de derechos de las mujeres son más que evidentes en nuestro país; la reducción de la mortalidad materna da cuenta del trabajo que se viene realizando tanto desde la política pública, los partidos políticos y el movimiento de mujeres, Feministas y Lesbianas. Sin embargo, sobrevive en nuestra sociedad la duda patriarcal sobre nuestra palabra y el irrespeto misógino hacia nuestras decisiones. Situaciones de la vida cotidiana dan cuenta de que seguimos en un laberinto de obstáculos naturalizados e imperceptibles (parece) para el resto de las personas pero que nos violentan y debemos enfrentar y desarmar, muchas veces, de manera improvisada (aunque no menos potente).
La escena de la farmacia es sacar el “aborto del closet” –como sostienen nuestras compañeras de Lesbianas y Feministas–; abortamos las mujeres reales, en la realidad de nuestra cotidianidad y de esta manera colocamos el aborto en la centralidad de la política. Enunciar lo privado en la esfera de lo público supone desmantelar lo tabú y resquebrajar el poder hétero-patriarcal-racista a partir de las experiencias de los márgenes, como el episodio de la farmacia.
La fuerza de la autonomía se cimenta en el acto personal y político del día a día, donde se pone en juego el sostenimiento de nuestros deseos y decisiones de todo tipo: sexo, identidades de géneros y cuerpos.
* Profesora de la Universidad de San Martín.
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