CINE
A punto de estrenarse Her, la última de Spike Jonze, el debate ya explotó en las redes sociales: qué pasa cuando un romance va más allá de los cuerpos (y las mentes).
› Por Rosario Bléfari
La foto del afiche con un Joaquín Phoenix de pelo castaño rojizo y unos bigotes y la palabra “Her” (“Ella”) sobre su cuello lo dicen todo, pero no lo sabremos hasta después. Quien nada haya leído nada puede imaginar a partir de cierto aire retro que resultará un futuro cercano, ni de esa mirada de Phoenix cuando actúa tan bien la vulnerabilidad. Ella será una voz pero será también su ella interior, su ella personal, la ella que él necesitaba. Un ambiente diario de trabajo donde la tarea consiste en algo extraño y probable a la vez, como el archivo del piso séptimo y medio en la sorprendente ¿Quién quiere ser John Malkovich?, esta vez consiste en un servicio de cartas escritas a mano. Un artista obligado a trabajar de otra cosa ahora es un escritor separado que no puede cortar con la melancolía por la pérdida de su mujer, repasando culpas y reproches y asistiendo en el cine de su goce a la proyección de las escenas de amor que reverberan dolorosas. Abatido, se deja arrastrar por la rutina y vierte toda su expresividad en esas cartas por encargo que considera “sólo cartas” y se distrae jugando en su casa con una versión holográfica de la play. Ya no es necesario ser el tripulante de 2001 Odisea del espacio relacionándose con la Hal 9000, una inteligencia artificial se nos acerca en la presencia de un sistema operativo que acompaña al protagonista a todas partes, incluso fuera de casa a través del celular. La cámara son sus ojos pero su cuerpo no existe. Una inteligencia que, como él mismo, crecerá alimentada de todo lo que puede aprehender. No somos los mismos a cada instante que pasa: sumamos, atesoramos y nos vemos modificados a la vez.
La relación que establece el protagonista con esta voz que le presta atención, lo impulsa y ama, no resulta imposible ni tan distinta de las relaciones humanas, menos aún hoy con la extensión que implica el soporte virtual que tienen nuestras relaciones (podemos sostener un vínculo en cualquier situación por la palabra), con la diferencia dolorosa y abismal que resulta en este caso poseer y no poseer un cuerpo que caduca. Algunas pensarán que sin cuerpo no hay sexo, pero esta relación no lo excluirá, marcando la diferencia entre sexo anónimo virtual y la virtualidad con amor. Todo ocurre en la mente y las palabras tienen piel. Pero lo que parece la inferioridad de una, esa falta de cuerpo, será más tarde la que le permita ir siempre más allá, remontada por una insondable capacidad de asombro ante el mundo, aquella cualidad que suele enamorar a los demás. Una estocada para los mortales que estamos viendo la película, pero no desde la paranoica oda a la evolución tecnológica que terminará con la raza humana ni como la necesidad de creer en algo superior para poder reflexionar sobre nuestra condición, sino desde la emoción pura ante el crecimiento, el cambio y la memoria. “Nuestro pasado es la historia que nos contamos”, le dice Samantha –el sistema operativo con la voz inevitablemente sensual y dulce de Scarlett Johansson– a su enamorado Theodore, y la frase aterriza precisa, porque Samantha puede enunciarla cuando experimenta por primera vez la elaboración del racconto del amor, ese que repasa las escenas, las palabras y elabora un relato. Después de esta vivencia que también es atravesada por otras personas, Theodore aprende a mirar su relación anterior con aquella mujer de la que se acaba de divorciar, dándose cuenta de que lo más difícil es amarse, crecer juntos y aceptar cómo se va cambiando cada día, inevitablemente. Aceptarlo le permitirá ver con alivio que lo que compartieron los unirá siempre y que el cambio no significa necesariamente una pérdida.
Se puede ver online en Cultmoviez.com o en las salas de cine a partir
del 13 de marzo.
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