las12

Viernes, 28 de febrero de 2014

SALUD

Esa sed

Dicen que es un agujero en el alma que tiránicamente pide alcohol y jamás se satisface. Que es una enfermedad engañosa que primero seduce y luego destruye. ¿Quién no se ha tomado un trago para divertirse o darse coraje? Pero no cualquiera se vuelve esclava de la copa. Se requieren años para llegar al fondo del pozo, y la de la sobriedad es una escalera empinada que se remonta de a 24 horas.

 Por Noemí Ciollaro

El encuentro fue en un bar. Era de noche en la ciudad y en la vereda de enfrente, de un portón de la antigua iglesia en el que se lee “Alcohólicos Anónimos (AA)”, salió un grupo grande de mujeres y hombres. Se saludaron y partieron en distintas direcciones, algunos cruzaron hasta el bar y ocuparon una mesa lejana a la de la cronista. Fue entonces cuando se aproximó una mujer de pelo caoba y gesto decidido: “Raquel, alcohólica recuperada”, dijo sencillamente. Agua mineral y café de por medio comenzamos nuestra charla. Cada tanto sus compañeras y compañeros le sonreían desde la mesa vecina.

“Mirá, querida, borracha no es la que quiere sino la que puede...”, subrayó tras aclarar que su edad es “70 y pico...” mientras agitaba la melena y clavaba su mirada penetrante en la cronista.

¿A qué edad comenzó su alcoholismo?

–Vamos a hacerla corta, recibirte de borracha lleva tiempo, dedicación y esfuerzo, no cualquiera lo logra. Y convertirte de borracha en alcohólica recuperada... lleva sangre, sudor y lágrimas, pero te juro que vale la pena. Yo creo que nací alcohólica...

Raquel cumplió 34 años sin beber una gota de alcohol. Con voz áspera que evoca años de cigarrillo, habla con soltura y una se la imagina en una juventud vertiginosa que la llevó a beberse los vientos y todo lo que encontró a su paso. “Yo empecé a tomar joven, me dediqué a la moda y en fiestas y salidas encontraba en el trago diversión, me facilitaba el contacto con la gente. Vengo de una familia idishe, triste, con el ghetto en las venas y años de miseria. Fui exitosa, tuve una casa de modas de renombre, era joven, atractiva, con hombres, dinero y mucho alcohol. Terminaba de trabajar y me emperifollaba, tomaba un par de whiskies, subía al auto y picaba para los boliches de Libertador a reunirme con mi barra. Salíamos de caravana, cada tanto volvía en cuatro patas, o no volvía y me despertaba junto a algún hombre que a veces conocía bien y a veces no tanto. No, yo no era bebedora de alcoba...”

En la “jerga” de AA: “Una comunidad de hombres y mujeres que comparten su mutua experiencia, fortaleza y esperanza para resolver su problema común y ayudar a otros a recuperarse del alcoholismo”, las “bebedoras de alcoba” son las señoras de su casa que toman a escondidas mientras cocinan y lavan los platos, lejos de la mirada de maridos e hijos.

“Mi carrera terminó años después, cuando me estrellé con el auto contra un semáforo, salí ilesa, me llevaron a la comisaría y llamaron a mi familia. A ellos los tenía hartos, mi brillantez había desaparecido, apenas podía trabajar, tenía mucha culpa, tomaba perfume para no oler a whisky y seguía pintarrajeándome y empilchándome, pero ya era una cosa que no se arreglaba como el auto, con chapa y pintura”, recuerda.

La internaron en una clínica famosa que trataba adicciones; una psicóloga le dijo que no perdiera tiempo ahí, y le anotó el teléfono de AA. No bien puso los pies en la calle llamó y esa noche concurrió a su primera reunión de grupo.

Para entonces se había separado, sus hermanas le allanaban la casa buscando botellas escondidas y el miedo y un dolor profundo le atenazaban el pecho al despertar. Cada mañana juraba que esa noche no iba a volver a beber, sin embargo al atardecer lo único que quería era cerrar el negocio y tomar el primer trago de la petaca que llevaba en la cartera.

“Y ahí toqué fondo –dice–, acepté que no podía más y sentí un inmenso alivio cuando me dijeron en el grupo que es una enfermedad y que si una deja de beber no se cura pero se detiene. En ese tiempo a una mujer borracha se la llamaba viciosa, perdida, atorranta...; una se hace la que no le importa, pero se va destruyendo. Con el alcohol todo es lento y tortuoso, sabés, y siempre hay un escalón más abajo, se llega a la locura, la cárcel y la muerte.”

Sólo por hoy

El alcoholismo fue definido por la Organización Mundial de la Salud como una enfermedad incurable, progresiva y mortal. Consultado sobre cuántas alcohólicas hay en el país, el médico clínico Javier Pueyrredón, presidente no alcohólico de la Junta de Servicios Generales de A.A, afirmó que “no llevamos estadísticas, las que hay son de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar), y dicen que en la Argentina hay dos millones de alcohólicos; sobre las mujeres no hay datos específicos, pero se estima que de ese total son un 40 por ciento, y el 60 son hombres. En las más jóvenes creció la cifra de alcoholismo, está en 50 y 50 por ciento en la franja de 12 a 24 años”.

Alcohólicos Anónimos nació en 1935 en Estados Unidos como resultado del encuentro entre Bill W, agente de Bolsa, y Bob S, cirujano. Eran alcohólicos desahuciados que comenzaron a mantener largas charlas sobre su forma de beber y descubrieron que juntos y hablando de lo que les pasaba no tomaban. Actualmente existe en 180 países, y en la Argentina tiene 920 grupos de recuperación a los que asisten unas 20 mil personas. Los AA dicen que son una “organización desorganizada” que se autogobierna.

Amelia (49), antes de poder dejar el alcohol en 2008, tuvo varias internaciones: “Durante años bebí socialmente, pero después empecé a tomar para evadirme de mi ex marido, jugador y violento. Estábamos muy bien económicamente, pero lo demás era un desastre. Yo no tenía coraje para dejarlo. En una de las primeras palizas que me dio llamé a su madre y me dijo que no le contestara, que era muy nervioso y empezó a darme tranquilizantes que yo mezclaba con alcohol. Cuando me di cuenta ya era incontrolable, tuve intentos de suicidio e internaciones psiquiátricas. Mi hermana se hacía cargo de mi hija de 6 años. Yo tomaba en casa, la nena me encontraba borracha, tirada en el piso, porque la vida termina siendo la botella. Una quisiera dormir años, pero al par de horas se despierta y tiene que seguir bebiendo porque la angustia es devastadora y los temblores dan pánico. Borracha me envalentonaba, insultaba a mi ex marido, sufrí golpes, tiradas por la escalera, y esto ya pasaba antes de que me emborrachara. Los grupos a mí me salvaron la vida y me dieron coraje para dejarlo.”

Al atardecer, dicen, el deseo de beber arrecia y en iglesias y hospitales se reúnen las y los alcohólicos para compartir sus “24horas”. En su Programa de 12 Pasos la vida se desarrolla día por día, y no beben “sólo por hoy” porque “pensar en no tomar nunca más al principio es insoportable”. Hay grupos en distintos horarios y AA está presente en cárceles, hospitales y neuropsiquiátricos.

“No tomes y volvé mañana”

La Comunidad, como quienes se reconocen AA la llaman, tiene 90 grupos gratuitos en Capital, 900 en el país y 200 mil en el mundo. Las reuniones son coordinadas por alcohólicxs en recuperación que rotan día a día, no hay jefes, médicos, psiquiatras o psicólogos, sólo personas alcohólicas de cualquier edad, religión, sector social y económico que quieren dejar la bebida.

Al comenzar, quien coordina pregunta a cada asistente por sus “24 horas”, o sea si ese día ha bebido, y si quiere compartir algo con el grupo. Todos tienen la libertad de hablar o callar y levantan la mano para pedir la palabra, “imaginate si habláramos todos juntos –ríe Raquel–, la ‘borrachería’ no pierde las mañas, somos atropellados, barulleros y ansiosos, por eso necesitamos ordenarnos entre nosotros mismos, a veces discutimos, no somos niñas de colegio de monjas, pero cuidamos al grupo entre todos”.

A quien concurre por primera vez –generalmente ebrio– lo invitan a sentarse, le sirven café y le preguntan por su forma de beber. Le dicen que “es la persona más importante” por ser su primer día y de a unx lxs demás miembros del grupo le cuentan cómo tomaban y cómo dejaron de hacerlo. “No tomes y volvé mañana” es la consigna final.

Cuando alguien con un tiempo de recuperación vuelve a tomar y lo dice en el grupo –si no lo dice aunque huela a alcohol no hay desmentidas ni expulsiones–, quienes tienen experiencia en recaídas la comparten y tratan de que recomience la abstinencia.

“Es parte de la enfermedad mentir, ocultar y autoengañarse –cuenta Paloma (41), con siete años de sobriedad–, pasamos años en pedo, trampeando y haciendo cosas insólitas para esconder el alcohol. ¿Cómo yo no voy a poder? pensás, y vas al grupo mamada y cantás tus 24 horas bien, olés a ginebra pero como te metiste pastillitas de menta en la boca antes de entrar, creés que zafás, pero todos se dan cuenta. Yo estuve así mucho tiempo antes de dejar.”

Dicen que hay mujeres y hombres que pasan años concurriendo al grupo alcoholizados hasta que un día, por primera vez, “no levantan la primera copa”. Porque ése es el secreto de la recuperación. “No a la primera” y soportar la abstinencia con la ayuda del grupo. Cuando se va la obsesión, al tiempo de dejar de beber, “viene la etapa de sobriedad y empezás a trabajar tus defectos de carácter para no repetir actitudes que te lleven a tomar”, explica Amelia.

“Esta enfermedad es eso, la imposibilidad de parar una vez que empezaste a beber. Tomás la primera copa y se te despierta la alegría física y psíquica que pide más y más. A veces alguien para por un tiempo y cree que la dominó, pero tarde o temprano, si es alcohólica, vuelve a tomar incontrolablemente. Es difícil aceptar la derrota ante el alcohol, la botella te gana, decís ‘tomo una’ y tomás hasta desmayarte. Eso te va minando la dignidad, pero insistís, existe la fantasía de que la vas a poder manejar y además la necesitás desesperadamente. El alcoholismo es una enfermedad en la que una hace siempre lo mismo, esperando obtener distintos resultados...”, explica Raquel mientras con su dedo índice en la sien hace el gesto de la locura.

¿Con y sin Dios?

El 3º de los doce pasos dice: “Decidimos poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios, como nosotros lo concebimos”, ¿por qué?

–Yo soy agnóstica, no creo en Dios y dejé de beber hace 34 años –afirma Raquel–. Los pasos hablan de un poder superior a mí, y mi poder superior es el grupo de AA, porque yo sola no pude dejar de tomar nunca; en cambio, con la fuerza de todos los borrachos que habían podido, lo logré yo también. A mí los 12 pasos me ayudaron a tener una vida espiritual que no tiene nada que ver con la religión, yo no practico ninguna.

Pero cuando finaliza la reunión ustedes rezan la oración de la Serenidad “invocando a Dios como cada quien lo concibe...”, tomados de la mano.

–Sí –dice Paloma–, yo creo en Dios, venía peleada con él y al principio me enojaba, pero me fui acercando. Cada uno cree en lo que quiere, en el grupo, o en el dios de su religión, o en nada. Nadie te obliga y nuestro preámbulo dice que AA “no está afiliada a ninguna secta, religión, partido político, organización o institución”. Si algo tiene AA es que no te impone nada, el único requisito es querer dejar de tomar.

¿Qué es el madrinazgo?

–Cuando una llega está muy perdida y sola, si tenés familia o marido no te entienden, creen que tomás de cretina, no creen que estás enferma. La madrina es una compañera de grupo que lleva un tiempo de recuperación y te guía. Te contiene, escucha, se identifica con tu sufrimiento y te auxilia si la llamás a cualquier hora o si tenés ganas de tomar –explica Paloma.

En AA se sugiere que las mujeres tengan madrina y los hombres padrino, “las nenas con las nenas y los nenes con los nenes” subrayan pícaras, porque se corre el riesgo de que se produzcan “enredos sentimentales” y terminen tomando de a dos. Independientemente de la presunción heterosexista, hay noviazgos, matrimonios y parejas, comentan. Amelia, por ejemplo, convive con otro AA.

¿Todos los que llegan a AA se recuperan?

–¡No! (contestan las tres juntas), si fuera así los grupos se harían en las canchas de fútbol..., a veces tenemos sillas vacías.

¡Ayyy madre mía!

El doctor Pueyrredón se refirió a los efectos orgánicos que provoca el alcoholismo, “la ingesta desmedida con el tiempo produce la falta de memoria RAM del cerebro, la información se bloquea. Hay accidentes, lesiones, broncoaspiraciones por dormirse boca arriba y síndrome de abstinencia: temblor, insomnio, miedo. Orgánicamente provoca polineuritis, cirrosis, hígado graso, entre otras.

¿Y en el caso de mujeres embarazadas?

–Se dan muchos embarazos no deseados. La embarazada alcohólica cuando toma una botella de vino está tres o cuatro horas con una alcoholemia elevada, pero el feto no tiene su hígado entrenado para el alcohol y padece una alcoholemia grave durante ocho o nueve horas. Eso afecta la base de un cerebro que está en formación, al hipotálamo y al hipocampo, lugares por donde pasa la información del lóbulo frontal al disco rígido, al cerebro. Así nacen niños con dificultades de aprendizaje, dispersos, a veces agresivos, padecen la enfermedad alcohólica fetal que aparece a los diez o doce años. Lo que se registra antes en un tres por mil de casos, es el síndrome alcohólico fetal, que disminuye el tamaño del cerebro, con deformaciones cerebrales y en los ojos, y ausencia del surco nasogeniano.

Cuando el alcohólico es el padre, ¿afecta al embarazo y al bebé?

–No afecta el embarazo pero luego va a afectar al hijo psicológicamente por sus conductas como alcohólico.

Pero parece que, como suele ocurrir, la señora que nos parió, tiene algo que ver también con esta enfermedad, porque la pregunta que surge es ¿qué le ocurre emocionalmente a la alcohólica o alcohólico, cuál es el quiebre que lo arrastra a la adicción?

El licenciado Carlos De Marco, psicoanalista, máster en Drogadependencia, sostiene que “en el alcoholismo lo que hay es una búsqueda desesperada del objeto perdido, que es la madre. La mamá se perdió, míticamente, por suerte se perdió. Por eso ‘mamado’ viene de mamar, que a su vez viene de mamá. El químico crea la ficción de una obtención inmediata, estoy encopada, estoy en mi ello, el yo y el ello se fusionan, estoy como psicótica a partir del químico, busco completarme, y me completo con un objeto, porque todo lo demás no me alcanza. A mayor privación afectiva en el primer tiempo de vida es mayor el agujero psíquico. Son sujetos muy frágiles afectivamente los alcohólicos, aunque tengan mucha edad sus vínculos son a todo o nada. La palabra adicción tiene dos conceptos, uno es “adictum”, así llamaban a los esclavos en Roma; el otro es “imposibilitado de decir algo”, o “de poner el afecto en palabras”. Como no puede decir usa el tóxico para tapar el dolor, ésa es la trampa: el alcohol es un desinhibidor, opera como un “portapalabras químico” y ocurre que sólo con la ingesta puedo decir. La alcohólica puede tomar contacto con otro u otra a partir del tóxico, pero el día que no tiene el tóxico no es, queda aislada. Por eso es tan importante la palabra en la recuperación.

Y sí –piensa la cronista–, el dicho de que “el pez por la boca muere” no es válido para las alcohólicas; ellas dicen “por la boca nos enfermamos y por la boca nos curamos”, será así...

Alcohólicos Anónimos www.aa.org.ar Tel.: 4325-1813

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