Viernes, 28 de febrero de 2014 | Hoy
VISTO Y LEíDO
Como una voz fresca en el ámbito de la poesía, emerge el primer libro de Florencia Gutman, Adonde van las nubes.
Por Daniel Gigena
Luego de asistir durante un tiempo a talleres de narrativa, Gutman dio (como una bailarina en la oscuridad) sus primeros pasos en el campo de la escritura literaria. A fines de 2013 –publicado por el sello rosarino Danke, el mismo nombre del fanzine de poesía que Julia Enríquez dirigió entre 2010 y 2013, y en el que Gutman participó junto con Fernanda Laguna, Virginia Negri y Francisco Garamona, entre otros– presentó su primer libro de poesías, Adonde van las nubes.
Florencia nació en Caracas en 1978, pero desde su niñez vive en Buenos Aires. Estudió en la Universidad de Buenos Aires y allí, en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo porteña, dio clases en la cátedra de Diseño. En un blog creó a un personaje de historieta, una escritora con cuerpo de chica y cabeza de perro. Pronto comenzó a colaborar en medios gráficos y digitales, entre ellos Lamujerdemivida y Anfibia, y luego en la industria editorial, como diseñadora de tapas y de interiores de libros. Ya en ellos se advierte cierta fusión e hibridación de la imagen con la palabra, transformada esta última en materia prima de sintéticos caligramas o posters.
Sus textos –íntimos pero con la inquietud de una voz colectiva femenina, con ecos de la infancia que resuenan como ironías o sueños diurnos tras el paso de la experiencia, camuflados en la coyuntura o la postal de viaje– comparten con sus diseños e ilustraciones algunos procedimientos formales. Suerte de collages verbales, los poemas ensayan (en sus propios términos) “imperceptibles acercamientos” a la naturaleza y el difícil ecosistema urbano, tentativas de redimir el pasado familiar en Venezuela y en la Argentina, apelaciones al idioma del extranjero y variaciones de una entrevista biográfica imaginaria: “Pensé en las canciones felices de la infancia/tan poderosas/para todo lo que yace/cerré las ventanas: un espacio vacío./recordé un viejo cuento de un marinero niño/que iba a pescar todos los días. Imaginé/las redes y/los peces de colores bailando su muerte, miré/alrededor de mi habitación/a oscuras/una cama y yo/dije tu nombre/y me dormí en el mar”. Así, con la deriva y el fantaseo como bitácoras, la poesía de Gutman parece condensar en fábulas minúsculas, de manera amable y efectiva, elementos dispares, remotos entre sí, aun contradictorios. Como si fueran parte de pequeñas canciones improvisadas en una fuga hacia arriba y hacia adelante, a las figuras femeninas de este primer libro (niñas perspicaces, adolescentes aéreas, señoras altisonantes) pocas veces se las encuentra con los pies en la tierra.
Versos sueltos en inglés, como grafismos o señales de tránsito (el tránsito de una lengua a otra, incluso cuando se trata de variantes de la misma lengua, entre ellas un original registro neutro o distante), injertos narrativos “traducidos” a un español en plena mudanza, listas de identidades posibles (“o soy la que llora/o soy la que toma té”) y fatalidades amorosas del presente continuo (“hablamos de sadismo/y masoquismo/¿quién era yo”) emplazan un territorio lingüístico inestable que la forma menguante, en disolución, de los poemas procura imitar: “El deseo/es el único/movimiento/de traslación/que conozco”. En el auto con la familia a bordo, en la cama (sola o fantasmalmente acompañada), en las escaleras de un cine, incluso en la clausura definitiva de un espacio común –“díganles a todos/(a todos)/que no estoy”– la voz poética de Adonde van las nubes encuentra finalmente en la intemperie un movimiento escandido y enigmático, que anticipa nuevas posibilidades y direcciones: “que de lilas hacía la ruta al costado”.
Adonde van las nubes se presenta el 6 de marzo a las 20 en Casa Brandon (Luis María Drago 236). Más info sobre la autora: florgutman.com.ar
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