Vie 21.11.2003
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MITOS

La moda soy yo

Cultora de una imagen andrógina que honraba la emancipación de las mujeres en los años ‘20, Marlene Dietrich nunca se dejó guiar por lo que imponía la moda sino que creó un estilo propio que despreciaba las minifaldas y los tacos altos y adoraba provocar marcando sus formas bajo chaquetas militares. En el Museo de la Moda de París se exhibieron más de 250 prendas suyas, accesorios y hasta retazos de telas escogidas.

Por Felisa Pinto

Hasta hace pocos días, el Museo de la Moda Galliera, exhibió, por primera vez en París, la muestra “Marlene Dietrich (1901-1992), creación de un mito”. El gran acontecimiento fue organizado por ese museo perfecto en su género, junto a la invalorable colaboración del Filmmuseum de Berlín, donde se conserva la colección de las pertenencias de la Dietrich, heredada por su hija María Riva.
Doscientas cincuenta prendas de su espectacular vestuario, fueron mostradas, solas o combinadas, con el firme propósito de reconstituir su inolvidable y elegante estilo. La ropa y los accesorios que fueran usados por la estrella, entre los años ‘30 y ‘70, procedentes de sus percheros personales adonde colgaron una vez tanto su ropa privada como pública y de varieté, y especialmente, la que lució como nadie en la pantalla de aquellos años. A todo este esplendor se suman fotografías y retratos de artistas celebérrimos como Horst, uno de sus preferidos. Toda documentación fue tomada en cuenta para curar esta muestra. Hasta boletas de la tintorería o retazos de géneros que alguna vez sobraron, más frascos de cosméticos o perfumes a medio usar. La idea fue lograr una visión totalizadora de esta diva, quien, aunque amaba locamente los trapos, nunca fue víctima de la moda, imponiendo siempre su estilo propio, logrado, dicen, por el director y amigo Josef von Sternberg, quien la llevó a la pantalla, a partir del año 1929, cuando filmó El ángel azul.
Desde entonces, Marlene construyó su personaje real y ficticio, a través de la ropa, el maquillaje y la gestualidad, logrando un mito sólido, sin descuidar ningún detalle. Su hija María Riva, fue testigo fiel y privilegiado de semejante personalidad. Riva sintetizó que su madre “detestaba la moda como tendencia, pero adoraba eso que se llama estilo. Prefería la moda por encima de todas las modas. Dietrich nunca se dejó llevar por un vestido. Era al revés, pues era ella quien llevaba la ropa de los genios de la gran costura, siempre. Y fue más lejos, llegando algunas veces, a modificar o corregir cortes o formas y colores que no le iban bien, como la vez que se atrevió a desafiar nada menos que a Balenciaga”, asegura la Riva en el catálogo de la muestra reciente del Galliera en París.
La obediencia ciega a su mentor y amigo, Von Sternberg, más su fuerte personalidad, la llevaron a nunca traicionar su estilo que sería el sello de su belleza y figura inquietantes.
Al empezar la década del ‘30, comienzo y cúspide de su fama mundial, impuso la moda andrógina, derivada de la emancipación de la mujer en los’20, a través de la garçonne, ese prototipo femenino con melena y faldas cortísimas que reinó en los años locos. Pero en los ‘30 Marlene fue más lejos, vistiendo trajes directamente de hombre, sin estilizar, que elige en lo del sastre alemán Knize, preferido de los dandies de la época en Europa. Y también sus zapatos son réplicas de los abotinados ingleses, chatos y el colmo de la masculinidad, quizás respondiendo a su fobia por los tacos altos, que consideraba vulgares. “Los tacos de más de diez centímetros, son para las putas”, solía afirmar.

Mujer dandy
Es interesante rastrear hoy los inicios del look andrógino, lanzado por Marlene en los ‘30, tanto para el cine como para su vida privada con su marido Rudolf Sieber, quien siempre fue hábil para pedir rebajas a los grandes modistos que morían por vestir a Marlene. A partir de allí siempre reflejó la imagen de una mujer independiente y transgresora, siguiendo los guiones de Von Sternberg en los siete films que hizo con ella, adonde sus gestos y la vestimenta revelan la ambigüedad seductor/a, mezclando estrechamente la sexualidad femenina con la masculina. En Morocco, (1930), se la ve deslumbrante, con frac impecable y galera. O en La Venus rubia, se la ve otra vez con frac, recalcando sus detalles favoritos de la corbata moñito, el chaleco que se ajusta con gesto andrógino sutil o la mirada a los gemelos elegantísimos de sus puños. La diva continuó pegada al frac, también en su ropa para los shows, aunque otra opción fue usar ropa militar para algunos films, con gorra y chaqueta de cuero con charreteras.
Una versión algo más femenina de esa ropa es la que usó en el ‘37, en Angel, cuando desechó el pantalón por una falda larga, pero no abandonó el saco smoking ni la camisa severa del frac. Los detalles, a partir de esa época son más suavizados, pero se los ve en blusas con jabot de encaje que disimulan el toque masculino de sacos de smoking, adonde suelen asomar también puños de encaje blanco o marfil.
En Deshonra, se vistió de aviador, con pantalones de cuero y chaquetas rigurosas para trasmitir su rol de espía, con gran éxito de público y desdeñando a ciertos críticos que encontraron chocante la ropa, y lamentando que Marlene no exhibiera su rol de mujer fatal. Al fin y al cabo ella había mostrado esa veta ya en Morocco, escandalizando a su público cuando en ese film, besa en los labios a una actriz, al terminar una canción, beso en realidad destinado a su amante, el legionario Gary Cooper, en la escena clave del cabaret del puerto.

Androginia en la intimidad
Marlene no hace más que continuar y acentuar la moda andrógina que nació en los ‘20. Cuando hasta las revistas de moda proponen como vestuario de viaje en los trenes con camarotes de lujo la réplica de la moda masculina de entrecasa. La robe de chambre o el saco fumoir en seda tipo foulard, se ve en pijamas amplios y cómodos, renunciando a los camisones sensuales, para dormir en el tren.
En Shanghai Express, por ejemplo, Dietrich aparece luciendo una robe de chambre masculina sobre pijamas de satin blanco y su melena archifemenina resalta por el contraste. Su trench coat, es hasta hoy, la pieza clave masculina para acceder al colmo de la elegancia ya sea unisex o hiperfemenina. El blazer azul oscuro con botones dorados sobre camisa masculina blanca y una corbata a motas azul y blanca es otro look que Marlene usó en todos sus roles, sean andróginos o de mujer fatal. Y ya estén destinados a su vida pública o privada. En la excepcional muestra del Galliera se refleja siempre su gusto por la alta costura francesa, especialmente por las etiquetas de Elsa Schiaparelli, Dior o Chanel. Mientras que en el cine, se dejó llevar por su admiración por Travis Banton, Jean Louis, o Irene.
Si bien Marlene nunca fue esclava de la moda oficial o de los cambios rápidos, siempre se mantuvo fiel a su estilo propio, sin traicionarlo jamás. Estaba construido en base a la sofisticación, la provocación calculada hasta el milímetro. Y eso que cuando sus piernas fueron emblema privilegiado de lo femenino, espléndidas por cierto y protagonistas hasta de canciones de Cole Porter, siguió firme en su gusto por los pantalones o las faldas a mitad de pierna o largo Chanel. Nunca vistió minifaldas.

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