Vie 21.11.2003
las12

CINE

La reina de las plebeyas

Estrella de Hollywood, rostro oficial de una empresa de cosméticos, empresaria de Internet y fama siempre dispuesta al servicio de publicidades que la solicitan, Catherine Zeta-Jones es dueña de una ambición tan potente que bien podría confundirse con revanchismo de niña humilde devenida poderosa. Quizá algo de eso hayan olido los hermanos Coen cuando le dieron el papel de codiciosa divorciada serial en “El amor cuesta caro”, su última película.

Por Moira Soto

Ella ya la tenía clarísima cuando nos visitó en 1999, acompañando el estreno de La emboscada, que coprotagonizó (¡en apenas su segunda incursión hollywoodense!) con la megaestrella Sean Connery. Visita obviamente interesada, como casi todo lo que hace esta galesa, al menos en el terreno laboral (seamos piadosas y no prejuzguemos acerca de su casorio con el poderoso y acaudalado nabab Michael Douglas, también actor), que desde que tuvo alguna oportunidad propicia demostró que estaba dispuesta a comerse a la industria. Casi habría que decir a las industrias, porque actualmente, a los haberes y participaciones que cobra por actuar en producciones destinadas al suceso (Chicago, El amor cuesta caro), hay que sumar los dineros que recaba como rostro oficial de Elizabeth Arden, promocionando teléfonos celulares o por las campañas para T-Mobile (“nuestro negocio se va expandiendo. La industria del espectáculo no se dedica en exclusiva a hacer películas. Esos tiempos quedaron atrás. Soy actriz, es mi carrera, pero también tengo que expandirme: en la actualidad estoy involucrada en un negocio de Internet”, confió como al desgaire a la revista Fotogramas en abril pasado la ávida estrella, también implicada en la producción de películas). Como dinero sencillo, digamos para caja chica, habría que mencionar las sumas variadas que ella y su cónyuge cobran por haber ganado algunas demandas judiciales por uso inapropiado, sobre todo de la imagen de ella (desde fotos retocadas puestas en Internet donde la flamante señora Douglas aparecía requeteembarazada, en topless y fumando, hasta el juicio contra una compañía de cosméticos francesa –por quince palitos– que después de que la diva se compró algunas cremitas de la marca, promocionó esas preferencias).
Ella es, por supuesto, Catherine Zeta-Jones, la bella lozana con un toque de vulgaridad, la próspera y arrolladora caja registradora a la que sólo tienen a maltraer los kilos extra que la acechan sin descanso. CZJ reapareció esta semana en la cartelera local en la chistosa, malévola, inteligente comedia de los Coen Bros., El amor cuesta caro. Se trata de la misma actriz de quien decía Las/12 en 1999, después de participar en una entrevista grupal con la naciente star: “Está clarísimo que, en lo que de ella dependa, no malversará ni un instante de esta racha de suerte que comenzó cuando el todopoderoso Steven Spielberg la detectó en la miniserie televisiva ‘Titanic’, y la señaló con su varita mágica, o más bien, su bastón de mando (para el rol de Elena en La marca del Zorro)”. No por azar su último trabajo como actriz es Terminal, bajo la dirección de Spielberg, con Tom Hanks y Stanley Tucci. Ahora tiene como proyectos inmediatos Smoke and Mirrors (en preproducción) dirigida por Mimi Leder, y el muy anunciado Zorro 2, obviamente con Antonito Banderas. Todo esto si la señora no decide tener otro crío antes para darle más herederos a la fortuna de su marido, y a la suya (creciente) propia. Porque a la chica (treintañera)Zeta-Jones no le interesarán el cine experimental ni los proyectos chiquitos, pero es muy capaz de quedarse embarazada y filmar en ese estado (Traffic), parir y hacer una nueva película que le exija bailar y cantar a todo trapo, preñarse de nuevo e ir a reabrir el Oscar 2003 (por Chicago) redonda y reluciente (por causa de diamantes de 2 palos 225 mil dólares en un broche firmado por Fred Leighton), dar a luz a un segundo vástago (la niñita Carys), engullirse disciplinadamente la dieta del Dr. Atkins, y largarse a filmar en plena forma (tirando a fortachona, é vero) El amor cuesta caro. ¿Serán las múltiples proteínas de ese régimen de comida las generadoras de esa energía inagotable? Ya en 1999, ella sabía que lo suyo era ir para adelante, sin aflojar un tranco de pollo: “En el fútbol americano, cuando agarras la pelota tienes que empezar a correr”, se justificó con desenvoltura ante la prensa en el hotel Hyatt, el casete puesto del lado correcto, para responder a las preguntas. Implacable, cronometrada, programada para triunfar de acuerdo con sus metas.

Mi pasado me condena
Para Catherine ZJ la vida comenzó a los 29, cuando encabezó el elenco de La máscara del zorro, codo a codo con Banderas y Anthony Hopkins. La vida estelar, claro está, porque de lo que hizo en sus pagos natales y después en Londres y en Francia, antes de mandarse a Hollywood a mediados de los ‘90, ni ella ni el público se acuerdan demasiado. La hija del gerente de una fábrica de caramelos que sufrió una traqueotomía cuando era bebé, desde chiquita se empecinó en cantar y bailar. Primero en el colegio y en el teatrito de la casa parroquial del pueblo, luego en la línea de coro de alguna compañía de comedias musicales que pasó por ahí de gira. Un par de años más tarde, Zeta-Jones ya estaba en un musical del West End londinense cantando y bailando como una descosida.
Pero la hora de la estrella todavía no le había llegado, por más que se presentaba a cuanta audición se le cruzaba, llegó a participar en algunas producciones televisivas, hizo algún que otro desnudo y se calzó un corpiño de conchas marinas en Las mil y una noches, película francesa que nunca figurará en las votaciones de las cien mejores de la historia del cine... Ni los críticos parecían darse cuenta de los ahíncos de la trigueña, ni productores ni directores importantes reparaban en ella. En verdad, Catherine sólo interesaba vivamente a la prensa chimentera, enardecida por los fogosos romances de la galesa. Romances de los que la actual Ms Douglas prefiere perder la memoria ahora que la va de esposa y madre ejemplares (se pone particularmente loca cuando en ruedas de prensa de festivales, cuyas preguntas no puede controlar previamente, alguien le menciona a John Leslie, presentador de TV escocés, especializado en reality shows y a estas horas acusado de violación). Ya en Holllywood y sin padrinos, CZJ apenas arañaba papelitos sin relieve hasta que, como quedó dicho, Steven Spielberg le dio exactamente el envión que la muy tenaz necesitaba para empezar a trepar a toda marcha, compensando así con creces los años de esfuerzos denodados y poco fructíferos.
De La máscara del Zorro, donde se batía de igual a igual con el pícaro justiciero, Zeta (por su abuela paterna) pasó entonces a formar pareja con el incombustible ladrón de guante blanco Sean Connery en La emboscada. Ya envalentonada, no tuvo reparos en comparar a su personaje –una detective con tendencias cleptómanas– con los que otrora supieran interpretar Katharine Hepburn o Lauren Bacall. En ese mismo año (1999) estuvo en la mediocre pero estrepitosa La maldición, junto a Liam Neeson y Lily Taylor. Y a continuación, luego de un papel episódico (y odioso) en Alta fidelidad (2000) y de enlazar a Michael Douglas y recibir su simiente, muy embarazada trabajó en Traffic, junto a su maridito. Después de nacer el niño Dylan Michael, la ascendente actriz tornó al laburo para medirse conla mismísima Julia Roberts en La pareja del año (2001), comedia más bien fallida, de discreto rendimiento comercial.

Yendo de Velma Kelly
a Marilyn Rexroth
Cuando se enteró del proyecto de rodaje de la célebre comedia musical Chicago, Catherine decidió que el papel de la ambiciosa asesina Velma Kelly era para ella. Desde el vamos, contó con un perfecto aliado, el director Rob Marshall que conocía sus lejanos antecedentes de bailarina y cantante y su poder dentro de la industria, por sí misma y como princesa consorte de Michael Douglas. “Ella es mi Velma perfecta”, dijo Marshall, y la actriz se puso a hacer flexiones. Bueno, ya saben, la película se hizo, Zeta-Jones adoptó el look Louise Brooks y cantó las letras de John Kander y Fred Ebb y bailó las coreografías de Bob Fosse, casi aplastando a su compañera Reneé Zellweger. Chicago fue un suceso de público y de premios Oscar. Ella, la insaciable, se arrebató una estatuita dorada, dejando con las manos vacías a ¡Julianne Moore, Kathy Bates, Meryl Streep, Queen Latifah!...
Por algún motivo, quizá de identificación inconsciente, la briosa Catherine Zeta-Jones reincide con un personaje de codiciosa inescrupulosa en el estreno de esta semana, El amor cuesta caro. Marilyn Rexroth es una especie de divorciada serial, que contrae matrimonio con el único fin de desplumar a sus fugaces maridos. El último, cuando empieza esta chispeante y cínica comedia, es un maduro palurdo pero ricachón (Rex Rexroth) que la ha engañado. Un negocio redondo para la calculadora, si no fuera porque en el camino a tribunales se le atraviesa el abogado Miles Massey (George Clooney), con menos miramientos morales que ella e igualmente interesado. El tipo tiene sus rebusques para defender al palurdo y termina derrotando a Marilyn. Por supuesto, en esta producción que le debe un poquito a Preston Sturges, otro a Howard Howkins y el resto a Ernst Lubitsch, se han encontrado el hambre y las ganas de comer para darse batalla y dejar víctimas como el magnate petrolero Howard Doyle (Billy Bob Thorton). Felizmente, en la reescritura del guión y en la dirección están los simbióticos hermanos Ethan y Joel Coen, gracias a los cuales la mirada sobre el mundo de los acaudalados fatuos y necios se vuelve más crítica que la de Woody Allen en Alice. Por las dudas, la señora Douglas se ha encargado de asegurar que no tiene nada que ver con Marilyn. Al menos en eso de cultivar el deporte de casarse y descasarse: “Nunca, nunca me divorciaré”, afirma enfática, acaso sin pensar que Michael puede llegar a los 98 (el padre, Kirk, ya va por los 87). “Encuentro el divorcio repulsivo”, remata Catherine mientras trata –perdón por el chiste fácil— de sustraerse al catering.

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