Vie 11.04.2014
las12

VIOLENCIAS

Una historia violenta

Daiana Fernández estaba terminando la escuela secundaria cuando conoció a Facundo Saucedo, y se preparaba para empezar a trabajar en blanco en el aeropuerto de Ezeiza, ahí donde ya estaba empleada su madre. Era una chica independiente a la que le gustaba escuchar cumbia y ese rock barriobajero que se baila y se tararea como cantitos de cancha. Facundo la enamoró y también empezó a cercarla. Dos años después del primer encuentro, ella tenía que abrigarse en verano para que no se vieran las marcas de los golpes, dejar su trabajo porque él estaba seguro de que era ahí donde ella lo engañaba y acostumbrarse a mentir o a tener sexo sin ganas para que él no se enojara y volviera a pegarle. Una noche él la agarró de los pelos y en un impulso defensivo ella se dio vuelta con el cuchillo que tenía en la mano y lo mató. Cumplió una condena por homicidio preterintencional, pero la Cámara de Casación pidió que se elevara su condena. La decisión sobre la libertad que acaba de ganar está en manos de la Suprema Corte de la provincia de Buenos Aires. Ella pone el cuerpo y las palabras para describir en una sola historia la indiferencia social frente a la violencia de género –esa inseguridad cotidiana– y la misoginia en la Justicia.

› Por Luciana Peker

–Yo no quería ir al quince porque iba a ir él y al pedo que nos crucemos –rememora sobre el miedo que la envolvía y la paralizaba la madrugada del 16 de octubre del 2011. Se acostó a dormir en la pieza de su mamá, Mary, que también prefería que ella no saliera. Era sábado. Las chicas del barrio Red Vecinal, en Ezeiza, se preparaban para una noche de fiesta mientras Daiana Elizabeth Fernández se cobijaba en su sueño, en la cama materna, en las cientos de fiestas que tenía por delante con sus cortos 19 años. Esa vez, la realidad no la invitaba. Había cortado hacía dos semanas su relación con Facundo Saucedo, de 23 años, un chico que conoció a seis cuadras de su casa, en el barrio El Tala. Estuvieron juntos dos años. La última vez, cuando ella decidió terminar definitivamente la relación, él le pegó, la pateó, la mordió y amenazó con matarla.

–Sos mía o de nadie, si te veo en la calle te voy a agarrar –le dijo él cuando Daiana le anunció por teléfono que ya no quería volver a verlo.

Daiana llevaba marcada la amenaza de muerte: moretones circulares en su brazo, chichones en la cabeza, un dolor persistente en la cadera. El miedo lo sentía, como los golpes, con certeza. La amenaza no le parecía lejana. “Tenía miedo que me matara”, dice explícita. El era alto, grandote, andaba con armas por los barrios linderos de Ezeiza. Y no pensaba olvidarla, como ella tampoco podía olvidar sus golpes y sus amenazas. Por eso se escondía esa noche del 2011.

–Pero una chica me dijo que él no iba a ir porque no estaba invitado y que el papá de la chica de quince había dicho que no lo iban a dejar entrar y que si intentaba hacerme algo se iban a meter –enlaza sobre su primer gesto de confianza para animarse a enfrentar el convite–. Yo les dije a mis primas que vayan ellas y que si no estaba él yo iba. Fueron mis primas y, como no estaba, me vinieron a buscar. Entonces fui, pero con miedo porque presentía que él iba a estar ahí –relata. Y vuelve a asegurar–, no tenía ganas de salir.

Por eso apenas estiró su pelo para que cayera en un flequillo justo antes de sus ojos marrones. Su cuerpo estilizado le permitía animarse a todo. Pero Daiana no se quiso poner pollera. Le retumbaba la vergüenza de la palabra “trola” que él le escupía habitualmente en la cara. Eligió unas calzas largas a rayas horizontales blancas y negras, una remerita blanca abajo y una más transparente arriba, “negrita, para levantar un poco”. Era “un quince” –un cumpleaños de 15– y decidió maquillarse. Aunque no le dio para subirse a unos tacos. Apenas agarró las botitas negras, las Reebok de siempre, y partió para su primera fiesta en esta nueva etapa, ya sola. Llegó a las dos de la mañana. Y la envolvió la cumbia. Un giro que cambiaba de voces y coros pero siempre volvía. Había otra canción que se colaba irreverente y sonaba, siempre sonaba. “Con vos juego esta noche, juego a la bomba loca/ Yo te enciendo tocando, y bailando me brotas de amor./ Con vos juego esta noche, juego a la bomba loca/ Yo te enciendo tocando y bailando me brotas./ Si no te encuentro me voy a morir, y si estoy muerto quiero resucitar/ Esta noche te quiero conmigo loca./ Dejé mi sangre muy lejos de aquí y casi ya no me queda mi hora”, cantaba Gustavo Cordera solista. Para Daiana era la Bersuit, el cantante es el mismo. “La bomba loca” sonaba y ya la fiesta la había ganado. Bailaba y acompañaba los brindis con cerveza. Pero el aliento se le cortó a las cinco de la mañana. Facundo llegó y el miedo la paralizó, pudo distenderse un poco cuando se dio cuenta de que él respetaba la distancia. Al principio no se le acercó. “Ni nada”, dice Daiana.

–Terminó el quince, se fue el disc jockey y las chicas no tenían a dónde ir. Y yo la mejor idea que tuve fue decirles que vayan a mi casa. Nos fuimos con la chica de quince, mis primas y los más conocidos, éramos diez personas y trajimos los vinos que habían quedado del cumpleaños. Yo saqué el amplificador y la computadora. Pusimos música. Cumbia. El también nos siguió, pero quedó en el portón, no entró. Yo como en el cumpleaños no me hizo nada pensé que tampoco me iba a hacer nada. Después, estábamos bailando y, cuando me doy vuelta, veo que estaba ya adentro en el patio de mi casa. Una amiga me dijo que no le haga caso. Y la chica de quince me pidió ir a preparar vino. Entramos a la cocina. Ella estaba preparando el vino con la gaseosa y yo me puse a picar el hielo. El entró detrás de nosotros. Ahí me agarró el brazo y me dijo que quería hablar conmigo. Yo le dije que basta, que no tenía que hablar más nada con él. No me hacía caso.

–Dale, dale, vamos a tu pieza, yo quiero hablar con vos –le dijo él mientras la agarraba del brazo y de los pelos como si fueran suyos.

–Te estoy diciendo que no quiero hablar con vos –le contestó ella, con un efecto igual a nada, como si su voz no sonara.

El la empezó a agarrar fuerte y a zamarrear de los pelos. La chica de quince, recién cumplidos, estaba enfrente, con otro chico, entre unos besos y el vino. Vieron todo pero les pareció que estaban discutiendo, apenas discutiendo normal, según dijeron.

–Yo me quise dar vuelta para sacármelo de encima. Tenía el cuchillo en la mano porque estaba picando hielo. Le di en el hombro. Cuando lo vi estaba lastimado. Ahí lo empecé a tapar porque le salía un montón de sangre. Lo saqué afuera y grité que lo lleven al hospital. Mi primo quiso arrancar la moto y no arrancaba. Al final arrancó otra moto y lo llevaron a la salita. Yo fui atrás con mi moto. De la salita lo llevaron al Hospital de Ezeiza. Después vino la prima y me empezó a pegar. La madre también y me dijo que me iba a matar. Hasta que se metió el de seguridad del hospital, nos separó y me dijo que me vaya. Mi primo me llevó hasta mi casa. Yo estaba re mal. No creía que lo que estaba pasando era real. Empecé a gritar que no era cierto. Me llamaron por teléfono y me dijeron que había fallecido. Me quise lastimar. Mi papá me llevó en el auto al aeropuerto a buscar a mi mamá al trabajo (donde Mary se ocupa de la limpieza). Volvimos a mi casa y a los cinco minutos vino la policía a buscarme. Yo tenía miedo de que él me lastime. Yo tenía miedo de que él me mate. Pero nunca me imaginé que esto iba a ser así –describe.

Daiana entró a una celda. Le sacaron el celular –donde tenía los mensajes de texto con amenazas que nunca volvió a aparecer–, la ropa y la colita de pelo. La revisó un médico forense. Le sacó fotos con los ojos caídos y los moretones tan oscuros como claros antecedentes de todo el historial de lo que había pasado. El perito Marcos Frías, de la policía científica de Ezeiza, escribió en el expediente: “Se constatan hematomas en brazo izquierdo cara externa circular de 9 cm. También en brazo derecho cara interna circular de 7 cm., equimosis en glúteo izquierdo, hematoma de antigua data en hombro izquierdo, chichón en parietal izquierdo y cicatrices de heridas cortantes en antebrazo izquierdo cara interna de 6 cm, de 4 cm y de 1 cm”. Las marcas –caratuladas como lesiones leves para la Justicia– estaban latentes. En la comisaría de Tristán Suárez le hicieron compartir celda con dos chicas detenidas. Una lo conocía a Facundo y le empezó a pegar a Daiana. El comisario intercedió y la encaró: “¿Ese es tu amigo? Mirá las marcas que le dejó” y le hizo sacar la campera para que mostrara. Esas chicas no volvieron a hacerle nada. Ya el domingo había arrasado con más de una vida. Era el Día de la Madre. La dejaron a Mary que se quedara un rato con Daiana. Nunca, ni en la entrevista con Las/12, se fue de su lado. Juntas comenzaron a enfrentar lo que se venía. También a revisar el pasado. Mary se enteró, cuando Daiana terminó con él en la última golpiza a principios de octubre del 2011, de lo que pasaba con su hija.

–Yo no fui esa tarde a hacer la denuncia porque la hermana me dijo: “Mirá, mami, si le hace algo peor a Daiana”. Hoy me arrepiento, pero me daba miedo. Si cuando vas a hacer la denuncia se te ríen en la cara –revisa.

El 16 de octubre del 2011, en la comisaría, estaban la madre de él y la abuela, que le gritaba que era una asesina y que se iba a pudrir en la cárcel. Después, sin embargo, no participaron como querellantes en el juicio. Daiana estuvo dos años y un día presa, la mayor parte del tiempo en Mar del Plata, hasta el 17 de octubre del 2013. Su familia la iba a visitar una vez por mes. “Gracias a Dios mi familia y mis amigos fueron incondicionales. Yo creí que no le importaba a nadie y mucha gente me demostró que estaba conmigo”, agradece. También José, un amigo que conocía pero que no sabía que gustaba de ella y no se achicó ante las visitas en los penales. Hablar de él le saca una sonrisa. “El siempre me contuvo y no me dejó sola frente a la incertidumbre de no saber si voy a seguir en libertad”, remarca. Con José armaron una pareja y están esperando un hijo/a. Ahora está embarazada de cuatro meses y le gustaría que fuera una nena. Hace apenas una noche que se empezó a mover, mientras compartía un rato de descanso junto a Mary en la cama. Daiana trasmite fortaleza. Se nota que no está sola. Tiene el apoyo personal de su mamá, su papá y sus hermanas y el de José; el legal de la abogada Patricia Sanmamed y el político de las Mujeres Autoconvocadas Contra la Violencia de Género y las Mujeres de la Matría Latinoamericana (Mumalá), porque creen que el caso de Daiana es emblemático de lo que pasa cuando una mujer no termina sembrando las cifras de femicidio, pero es juzgada por defender su vida ante el agresor de violencia machista.

Daiana Fernández fue sentenciada, el 30 de mayo del 2013, por el Tribunal Oral Criminal (TOC) Nº 3 de Lomas de Zamora a tres años y seis meses de prisión por homicidio preterintencional. Los jueces Jorge Omar Camino, Marcelo Dellatorre y Rafael Villamayor la condenaron, pero dijeron que no tuvo intención de matar. No le dieron la razón a la defensa, que pedía su absolución por legítima defensa, ni al fiscal Sebastián Escalera, que pedía diez años de prisión. “La sentencia fue salomónica, que es bastante para la Justicia patriarcal que tenemos. Ellos hablan de relación de pareja violenta, no de violencia de género. ¿Dónde están los golpes de él? ¿De qué relación de pareja violenta me hablan con una chica joven con un tipo grande que anda armado y tiene antecedentes penales?”, se pregunta Sanmamed. Sin embargo, aceptaron el fallo. Daiana salió en libertad el 17 de octubre del año pasado. Pero el fiscal apeló para subir la pena. El 11 de febrero del 2014 la sala IV de la Cámara de Casación Penal de la provincia de Buenos Aires resolvió que si ella no lo hubiese querido matar no tendría en su poder un cuchillo y que no está acreditada la violencia. Por eso, la condenó a ocho años de prisión, con lo que Daiana tendría que volver a pasar seis años tras las rejas. Ahora la causa está en manos de la Suprema Corte de la provincia de Buenos Aires. Su libertad está en manos de ese veredicto.

“Si no aplicás la perspectiva de género es un homicidio simple y ya está. Pero si aplicás la perspectiva de género entendés que Daiana atravesó unas situaciones espantosas, que estaba en estado de shock y que no sabía en qué momento el agresor se iba a animar a cumplir las amenazas de muerte”, enumera Sanmamed. También, en la causa de Daiana, hay otra muestra de la misoginia en la mirada de la Justicia. La perito psicóloga de la asesoría policial de Lomas de Zamora María Fernanda Collins habilitó, jurídicamente, el prejuicio que dice que a las víctimas les gusta que les peguen. “Respecto del maltrato padecido, ella fue parte del vínculo”, aseguró y argumentó: “Hay un goce mortífero en juego. Un exceso de esa porción del mal que hay en cada uno y que Freud denomina pulsión de muerte. No es posible hablar de víctima de maltrato en tanto cada uno es responsable de sus actos cuando no está afectado el juicio, como en este caso”.

–Yo hubiera terminado muerta –dice, en cambio, Daiana. Ahora con 21 años, el pelo más claro, un cuerpo parado después de dos años de encierro, sin trabajo desde que la despidieron de un restaurante de Ezeiza cuando se enteraron de que está embarazada. Habla con palabras contundentes, propias, concretas sobre esa espiral de la violencia de género que puede terminar en la muerte.

¿Vos te quisiste defender o se te escapó?

–Yo nunca quise hacerle el mal a él, si no las veces anteriores que él me pegaba le hubiese hecho mal. Yo cuando él me pegaba trataba de sacármelo y siempre lo empujaba. Ese día también quise sacármelo y la verdad es que no lo quise lastimar. El me estaba agarrando de atrás, me quise zafar y me di vuelta, pero nunca tuve la intención de lastimarlo. Es más, cuando lo vi lo empecé a tapar y lo llevamos al hospital.

¿Cómo llegaste a conocerlo?

–Lo conocí por mi primo, que es del barrio de él. Yo tenía 17 años, iba a la escuela. Nos empezamos a hablar. El había caído detenido por robo tres o cuatro días. No me había dicho que lo detenían por robo, sino que era un malentendido. Con el tiempo seguimos hablando. Empezamos a salir. Yo me quedaba a dormir en la casa de él y comenzó a tomarse muchas atribuciones en mí.

¿Te preguntaba con quién salías o qué ropa te ponías?

–Sí, o no me dejaba juntarme con mis compañeras. Y apenas terminé la escuela empecé a trabajar en el aeropuerto de Ezeiza como camarera y cajera en un restaurante. A él le empezó a molestar que vaya a trabajar porque volvía tarde. Cuando estuve de cajera tenía que ir a rendir la plata. Mi horario era de seis de la mañana a las dos de la tarde. Y siempre salía más tarde. El me decía que estaba con otra persona. Empezó a desconfiar y pensaba que lo estaba engañando. Yo seguía trabajando pero me seguía y me hacía escenas de celos. Renuncié al trabajo porque me pegaba y yo iba marcada. Me daba golpes en la cabeza, me mordía los brazos o me pegaba en el cuerpo. En ese tiempo hacía calor y yo iba re abrigada al trabajo y mi supervisora se daba cuenta y me empezó a hablar.

¿Qué te decía tu jefa?

–Que hable con alguien o que haga la denuncia, que no lo perdone porque no iba a cambiar. Pero yo siempre lo escuchaba a él porque sentía que los golpes y los insultos eran mi culpa. Siempre por sentirme culpable lo terminaba perdonando y seguía la relación. El me decía que era una puta de mierda, que lo engañaba, que me iba a matar, que no le importaba si alguien de mi familia se metía porque él no les tenía miedo. Y cuando yo lo quería dejar él me decía que me iba a agarrar en la calle y me iba a dejar toda marcada. Siempre me amenazaba.

¿Vos le creías cuando te pedía perdón o no lo dejabas porque le tenías miedo?

–Cuando al principio él me pedía perdón yo le creía porque estaba enamorada de él y pensaba que iba a cambiar. Pero después, cuando me empezó a maltratar mucho, a pegarme en la casa de él, que ni le importaba que haya gente, ahí ya no.

¿Quiénes estaban cuando te pegaba?

–Estaba la mamá, la hermana y las sobrinas. Yo gritaba del dolor de lo que me estaba haciendo como para que escuchen y me ayuden. Pero no, nunca se metieron, a pesar que yo gritaba. Por ahí yo me escapaba para salir afuera y él de vuelta me agarraba de los pelos para meterme adentro. El me tenía en la cama y me pegaba piñas y piñas y piñas y yo le pedía que por favor deje. Yo lloraba y lloraba y a él no se le movía un pelo de verme así. Se ponía ciego.

¿Que pudiera pegarte delante de la gente te daba más miedo?

–Yo veía que lo dejaban y me empezó a agarrar miedo porque la familia nunca se metió a pararlo o, aunque sea, a agarrarlo para que yo me pueda ir. Pero él a la ex mujer también le pegaba. Habían estado juntados y tenían un nene de cuatro años. Además él una vuelta fue a un cumpleaños del nene y no sé qué pasó que él le pegó, pero le echó toda la culpa a ella y dijo que no le había pegado, la había empujado nada más. El tenía dos denuncias de ella (que están en el expediente). Pero cuando ella declaró en el juicio dijo que no pasaba de una cachetada y que no iba a decir nada que fuera a mi favor.

¿En algún momento lo quisiste dejar?

–Sí, nosotros siempre cortábamos y volvíamos. En el momento que pasó lo que pasó estábamos peleados desde hacía dos semanas. Yo lo había dejado y él apareció en mi casa con la intención de volver. Yo ya estaba cansada, no soportaba más lo que me estaba haciendo. Tenía miedo. Sentía que en cualquier momento me iba a hacer algo. Volvió a pedirme perdón y a decirme que iba a cambiar. Pero le dije que no, que no iba a volver con él y me dijo que se quería quedar a dormir una última noche conmigo y que después no me iba a molestar más. Lo dejé. Al otro día yo tenía un turno con el ginecólogo y no me dejaba ir porque quería tener relaciones. Yo no quería. Me empezó a pegar mal, me mordió el brazo, me empezó a pegar piñas en la cabeza, me agarró de los pelos. No me dejaba salir de mi casa. Quería obligarme a tener relaciones. Ese día agarré y le dije que no lo iba a dejar. Yo sí lo quería dejar. Pero le dije eso para que se calme. Se calmó y me fui para la salita. El me acompañó hasta ahí y se fue a su casa. Cuando estaba en la salita le dije por teléfono que era mentira que yo quería estar con él, pero que no se lo dije personalmente porque no me iba a dejar en paz. Me mandaba mensajes. Me decía que si me agarraba en la calle me iba a dejar los ojos negros, que me iba a arrepentir, que era una trola de mierda, que seguro que yo no quería estar más con él porque estaba con otra persona, que era una basura.

¿Vos no le contabas a nadie?

–La última vez que me había separado le dije a mi hermana más grande que era verdad que él me pegaba y que no aguantaba más estar así y hablé con mi mamá y le dije que lo iba a dejar.

¿Por qué no lo denunciaste?

–Yo sabía que si le hacía una denuncia lo iba a perjudicar porque él firmaba en el patronato (de liberados) y sabía que la familia se me iba a venir en contra. También sabía que la ex de él tenía denuncias y nunca le hicieron nada. El había ido a la comisaría y encima le había pegado a una policía mujer. Dijo que lo metieron en la celda y lo cagaron a palos. Pero lo dejaron salir. Y nunca hicieron nada para protegerla a ella. Entonces yo pensaba “¿en qué me van a ayudar?”. Además él tenía armas porque andaba metido en quilombos y una vez me apuntó en el pecho y me dijo que me iba a matar.

¿Te arrepentís hoy y sentís que hubieras podido hacer otra cosa?

–No puedo decir que me arrepiento porque yo nunca lo quise lastimar a él. Sí me arrepiento de no haber hecho las denuncias y de no haber pedido ayuda para que no se llegue a esto. Era obvio que yo iba a terminar muerta. Me hubiera terminado matando porque no podía aceptar no estar conmigo. No lo entendía. Estaba obsesionado. El me decía que me amaba pero no le importaba lastimarme. No entiendo qué amor era. Y terminó todo mal.

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