ARTE
Teresa Margolles convirtió su arte en testigo de su tiempo, de su tiempo en su territorio: el norte de México, Ciudad Juárez, ahí donde la promesa de un futuro personal con más recursos se cruza con la especulación y la violencia que esa vulnerabilidad genera. Cambio y conflicto, la esperanza y una economía de cuerpos que hace sus cuentas sobre un tendal de cadáveres, el sexo y la muerte compitiendo por la atención de la mirada desde la portada de los diarios; en estas intersecciones, la artista construye su obra.
› Por Cristina Civale
Teresa Margolles (1963) nació en Culiacán, una pequeña ciudad al noroeste de México, capital de Sinaloa. Es una de las artistas mexicanas más sobresalientes de su generación. En 2009 fue Margolles quien representó a México en la Bienal de Venecia. Sinaloa es, desde hace años, la cuna del narcotráfico mexicano y del crimen organizado. Cuenta en una entrevista reciente del diario El Mundo de España, donde actualmente expone su muestra El testigo en el CAM2 de Madrid, que durante su infancia allí tropezaba constantemente con animales muertos por la calle. En especial recuerda a un caballo y el proceso de descomposición de su cadáver. Una tarde, explica, tomó una piedra y la tiró sobre el vientre del animal, que se abrió dejando escapar decenas de polillas. Fue el punto de arranque de un trabajo que está profundamente conectado con la violencia en México, así como con la experiencia directa de lo físico, de lo corporal, de lo que puede tocarse, de lo que permanece y de lo que se evapora, de lo que sobrevive y de lo que muere.
Su obra aparece envuelta por los afectos y los efectos producidos por los escenarios del conflicto social en México. Con todo el dolor y la muerte que atraviesan su país, en la muestra que se puede apreciar actualmente en Madrid, a pesar de la sangre que corre, de los escenarios de vida que se evanescen, sobrevive una apuesta a la esperanza y así lo afirma: “El arte es para mí una forma de relacionarme con la vida”. Y es a la vida y a la promesa que se realizó sobre ella en una de las ciudades más violentas e icónicas de su país, Ciudad Juárez, a la que dedica esta muestra en curso. Ciudad Juárez, tierra de maquileras explotadas; Ciudad Juárez, territorio de mujeres muertas y desaparecidas en las noches oscuras entre los secretos más lascivos del poder político y civil; Ciudad Juárez, espacio fronterizo por el cual es posible escurrirse a la tierra prometida, el imperio esquivo. Explica Margolles: “La exposición se centra en el contexto específico de Ciudad Juárez, en la frontera entre México y Estados Unidos. Es una metrópolis desarrollada bajo el paraguas de una ‘promesa’ de trabajo y desarrollo personal. Lo que define a la ciudad es la idea de cambio y de conflicto, y lo que interesa es la población, la relación que se tiene con lo cotidiano”.
Las obras que se aprecian en el recorrido de la muestra permiten esbozar un panorama que contextualiza el entorno económico, social y político de una ciudad y de una región. Ciudad Juárez experimentó el recrudecimiento de fenómenos que afectan a toda la región, haciendo tangibles el impacto del narcotráfico, la precariedad del empleo, la corrupción y la violencia que nacen de estos fenómenos. Si bien es cierto que la ciudad y sus habitantes vivieron bajo un clima de inseguridad e incertidumbre, también es importante señalar una suerte de renacimiento y esperanza a través de proyectos que intentan cambiar el cotidiano de sus habitantes. Es importante para Margolles.
En un contexto como el de Ciudad Juárez, ¿cómo definir quién es el testigo?, se pregunta la artista. ¿La ciudad, sus habitantes, el espectador? Y la curadora de la muestra, María Inés Rodríguez, boceta una respuesta: “Un testigo es aquel capaz de dar testimonio de algo que vio, de algo que escuchó. Es aquel que posee el conocimiento sobre un hecho ocurrido y que puede a su vez contribuir en la reconstrucción de una historia. Esta historia no es objetiva, es una historia personal, una historia frente a la cual el individuo busca un lugar para afirmarse. El testimonio es entonces tanto un recuento como una búsqueda, y está así, fundado en un evento real, pasado y marcado por la subjetividad”.
De este modo, El testigo (2013), que abre esta exposición y le da nombre, está representada por la imagen de un árbol, que se erige como un silencioso observador de lo que ocurre alrededor. “Se podría pensar que las imágenes de Teresa Margolles se dividen en dos categorías incompatibles: la imagen como obra de arte y la imagen como evidencia. En cuanto a evidencia, es a través de una dialéctica de subjetividad y objetividad como se establece la veracidad y admisibilidad de una imagen; en cuanto a obra de arte, el proceso de legitimación excede el marco jurídico y legal”, afirma Rodríguez.
En la instalación PM 2010 (2012), Teresa Margolles recopila cada una de las portadas publicadas durante 2010 en el periódico PM, uno de los diarios amarillistas de mayor circulación de Ciudad Juárez. El 2010 fue considerado por los observadores como un año particularmente violento, al presentar el mayor índice de asesinatos (3075), cifra que disminuyó considerablemente en los últimos tres años. Los cadáveres que aparecen en las portadas de este anuario se yuxtaponen, como es común en este tipo de periódicos, a imágenes de mujeres desnudas y anuncios de prostitución. Se muestran de esta forma dos modelos distintos de mediatización del cuerpo: el de la muerte y el del sexo, ambos parte de una misma realidad circundante, como señala Oscar Gardea en su texto para el catálogo de esta exposición.
Esta finca no será demolida (2011) es una serie de 30 fotografías en color donde se representan casas abandonadas y en ruinas, testimonio del vacío y el abandono por parte de sus habitantes, forzados a emigrar. De acuerdo con un estudio realizado por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, en 2011 había en la ciudad más de 115 mil casas abandonadas y un desplazamiento generado por la violencia que se calcula en más de 220 mil personas.
Durante los últimos diez años, a través de su proyecto artístico, Teresa Margolles desplegó los signos de este proceso de constante mutación en el que se debate Ciudad Juárez. La artista archivó documentos, catalogó imágenes, sonidos, testimonios y objetos, en un proceso de investigación que le permitió manifestar a través de su trabajo una realidad sintomática que no se limita a Ciudad Juárez, ni a México, sino que se inscribe en una realidad global que anuda la violencia en ciertas fronteras, concretas y simbólicas.
En su búsqueda entabla un diálogo –asimétrico– con el Estado, apuntando al encuentro-desencuentro entre la verdad y los hechos, y a cómo nos posicionamos frente a éstos como testigos, como espectadores y como sujetos de una mirada agonística. Más que intentar reconstruir lo que sucedió a partir de vestigios de lo que queda tras el abandono, la obra de Margolles busca un lugar desde donde generar una contraimagen que logre cuestionar la autoridad y legitimidad de la imagen oficial.
Una obra que ejemplifica este proceso es La promesa, instalación realizada por primera vez en 2012 en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo MUAC, en México DF. La promesa está construida a partir de los restos reales y fragmentados de una casa de Ciudad Juárez, una de tantas vendida por sus propietarios tras la ola de violencia desatada en esta región en la última década y que ha despoblado barrios enteros. La casa, demolida, fragmentada, pulverizada y transformada ahora en una escultura horizontal, irá esparciéndose en el espacio de exposición gracias a la acción de voluntarios que removerán sus fragmentos hasta cubrir la sala. Esta contundente y poética reflexión acerca de las expectativas incumplidas de felicidad personal y colectiva nos posiciona frente a una comunidad por hacer.
Otra de las instalaciones presentadas es En torno a la pérdida (2009–2013), un video que forma parte del archivo de documentación que acompaña a La promesa. En él aparecen testimonios de diferentes habitantes de Ciudad Juárez, de distinto estrato social y condición recogidos durante los últimos tres años. Son estos habitantes, en primera persona, los que relatan su experiencia en torno de su relación con la casa: lo que ésta representa al ser adquirida, habitada y lo que implica al perderla o abandonarla; estos testimonios manifiestan el desencanto y la frustración de una promesa truncada.
Toda la exposición se articula alrededor de La promesa y propone un espacio de reflexión acerca de la experiencia vivida y, por ende, del testimonio que de ella se desprende. Las obras presentadas abren el espacio a la subjetividad de los hombres y mujeres que no escriben la historia oficial, pero que la viven. El testigo o lxs testigxs son quienes viven la historia y no la escriben en los textos oficiales, pero si sobreviven tienen la responsabilidad de poner su voz para contar su versión de los hechos: la verdadera cara de la historia bajo las pilas de cadáveres que engendra la violencia cotidiana, voces que alzadas pueden contribuir a hacer real el pacto o la promesa que hace poco se selló en esa ciudad para callarla de muerte.
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