MONDO FISHION
› Por Victoria Lescano
Luego de una gran puesta dramática realizada en el Teatro Colón, rica en batas de cola, reversiones de mantones de Manila y trajes de torero fechada en 2012 y una celebrada colección cápsula de ropas elegantes para una firma de adolescentes que parecía desconocer la elegancia en 2013 y, poco después de la laboriosa vestimenta teatral para El Tigre (el musical de Alfredo Arias que se presentó en París a comienzos de 2014 y donde bocetó una galería de excéntricos que versaron sobre personajes travestidos de Lana Turner y de vampira en la locación isleña traspolada a París) la colección Bien Común que Ramírez presentó el último viernes en el Tattersal representó un manifiesto de moda que conjuga ética y estética.
Sus vestimentas negras y blancas, de construcción meticulosa, se impusieron a la ostentación de ornamentos y de “conceptos” que suelen abundar en las pasarelas. Por el contrario, fueron las modelos –una población de cincuenta con sus ojos delineados de negro y un peinado que las uniformaba– quienes conformaron una gran puesta en cinco cuadros de moda iluminados con haces de luz muy blanca. Y el guión de ese corpus se refirió tanto a los múltiples usos y posibilidades de la camisa blanca pasando por el trench –¡y su prima hermana, la capa!– sin omitir elogios al smoking (que desafió su androginia con exhibiciones de bustiers) y variaciones del vestidito negro.
Entre uno y otro irrumpieron camisas de colegialas o ejecutivas, terminaciones en cuello bebé, escotes en V y recursos de algún cache-coeur, ensamblados tanto con pantalones cigarette o su contracara, los palazzos. Desfilaron también faldas de talle muy alto, entre ellas hubo modelos en charol en línea A o ceñida, que aportó un aire tan mod como gótico (tal vez ésa fue la máxima extravagancia, junto con el ancho cinturón en el mismo material).
Desfilaron además sus preceptos de la alta costura aplicados a pilotos, abrigos cortos y a las capas esculpidas con precisión y devoción por las siluetas. “El acto” de los vestiditos negros –su prenda fetiche– trazó el shift con pronunciados escotes, los modelos monacales, versiones con escote en balcón y volados en las mangas, pero también vestidos de silueta forties, abrochados con pequeños botones y sobrefaldas. Las modelos iban calzadas con zapatos blancos y austeros, ya en charol o gamuza.
La ficha técnica de la colección descartó todo intento de gacetilla; por el contrario prefirió enunciaciones sobre lo Común: “lo usual, lo frecuente y lo universal”.
–Primó la idea del bien común, que no es otra cosa que ropa bien hecha y sus beneficios para las usuarias. Con esta colección quise volver a las bases, así como cuando empecé con mi etiqueta me propuse ser un diseñador de ropa negra que perdurase en el tiempo, porque desde el comienzo quise ser un diseñador democrático y al que pudiera acudir quien necesitara una prenda negra, ropa bien cortada, bien planchada y simple.
–El punto de partida fueron los indispensables, como la camisa blanca y sus variados usos y combinaciones con faldas de diferentes líneas y pantalones en diversos cortes y calces. El disparador fue mostrar mi trabajo de un modo más cercano y accesible, que fuera cómodo pero elegante; algo así como “Ramírez para todos”, y también un homenaje al trabajo que Gonzalo Barbadillo –su socio y pareja– hace a diario en la tienda cuando prueba la ropa con las clientas y les demuestra sus múltiples posibilidades de uso.
–La idea fue que las cincuenta modelos se pudieran volver a ver y que se reprodujeran; además en la puesta del desfile quise quitar el ritmo solemne que suelen tener algunos desfiles. Creo que contemplar a las modelos de a una genera distracción y falta de atención, porque con la actual velocidad y los estímulos que imponen las redes sociales, ¿quién puede pasar un minuto entero viendo a una modelo caminando con un top y una mini?
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