RESCATES > MINERVA MIRABAL 1926-1960
› Por Marisa Avigliano
Los huesos perdidos en la tierra negaban un esqueleto posible. Minerva muerta no tenía cuerpo. Trujillo lo mandó destrozar. Minerva no era sólo una revolucionaria, era una mujer que le había dicho que no. La escena de la conquista forzada comenzó en 1949 cuando la vio bella por primera vez en una fiesta junto a su padre; pocos días después repitió la historia que sabía hacer cuando quería tener algo, en este caso quería a una mujer. Entonces la mandó buscar, la invitó (asistencia obligatoria) a una celebración y, entregada por uno de sus lambiscones, la forzó para que bailara con él. Según cuentan las voces descendientes en medio del salón, la veinteañera Minerva le dijo que no quería nada con él ni con su gobierno y dijo un poco más porque, entre pasos y melodías de pie, nombró a Pericles Franco, el fundador del Partido Socialista Popular Dominicano, que esa noche estaba preso. Al día siguiente Enrique, el papá de Minerva, fue detenido como prólogo de una persecución calidoscópica que acabaría en masacre. Las horas de celda fueron para la familia Mirabal –matrimonio y cuatro hijas: Patria; Bélgica (Dedé), Minerva y María Teresa– horas de intercambio. Uno a uno o de a pares tras las rejas por un tiempo. Pero el tiempo de Enrique fue más corto, no soportó el segundo encierro y murió dos meses después de ser liberado, tenía 53 años. En el nombre del padre Minerva estudió Derecho en la Universidad de Santo Domingo (allí conoció a Manuel Tavárez Justo, con quien se casó después) y junto a sus hermanas (menos Dedé, porque su marido no la dejaba) novios y amigos creó el movimiento 14 de Junio para la liberación. Ahora la niña Minerva, que a los siete años recitaba a Víctor Hugo, la que a fines de la década del cuarenta manejaba –época de pocas mujeres al volante– y leía a Neruda para las noches de sus hijos, era clandestina y se llamaba Mariposa. No tardaron en volver todos a la cárcel, pero como la mayoría de los detenidos eran jóvenes hijos de familias ricas Trujillo tuvo que soltarlos a todos –bueno a todos no–, a los maridos de Minerva y María Teresa los trasladó a una cárcel del norte, en Puerto Plata, un lugar de difícil acceso al que sólo se llegaba por un camino de montañas. Ideal escenario para un accidente, ideal muerte para tres esposas molestas.
El 25 de noviembre de 1960 Minerva, Patria, María Teresa y el chofer que las acompañaba, Rufino de la Cruz, murieron en la tierra pedregosa. El virtual accidente rutero no fue sino una emboscada planificada y ordenada por “El jefe” Rafael Trujillo. Los sicarios tiraron el jeep barranca abajo, pero antes las golpearon con palos hasta matarlas. Así lo contó Alfonso Cruz Valerio: “Las condujimos al sitio cerca del abismo y cada uno de nosotros se internó en un cañaveral a orillas de la carretera, yo elegí a la más alta, a Minerva”. En la ciudad, mientras nadie creía el cuento del accidente fatal, los Mirabal sobrevivientes repetían como un mantra las palabras de Mariposa “Si me mata, yo sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte”. Seis meses después, Trujillo era acribillado mientras caminaba por Santo Domingo. Minerva Mirabal es personaje de novela, es tatuaje, pliegue delicado de la versión violenta de su descenso, es Salma Hayek y Michelle Rodríguez en la pantalla grande, es fecha de calendario (el 25 de noviembre es el Día Internacional contra la Violencia hacia la Mujer) y alegoría que vuela en abnegada misión sin ver nunca la noche.
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