PERFILES
› Por Flor Monfort
Hace muchos años, cuando era uno más en la tele, Jorge Rial hacía una performance que consistía en besar un mapa de la Argentina y gritar al cielo “qué país generoso”. Cada programa le dedicaba el slogan a otro cuatro de copas de la arena mediática, se agarraba la cabeza como el manosanta y miraba a cámara con ese gesto típico que el macho pistola por excelencia aprendió tan bien a reproducir desde que lo multiplica como gesto gracioso y amigable. Pero de gracioso y amigable a Rial sólo le quedó la mueca.
Desde que se divorció, Rial dice permitirse la felicidad. Dice que los hombres merecen otra oportunidad. Se lo dice a Dady Brieva cada vez que lo lleva a su programa y le encanta llevarlo, aunque no tenga nada que decir Brieva para que los dos puedan guiñarse el ojito toda la nota: qué bueno que es haberse liberado de las jabrus y haber elegido pendejas. Eso se dicen en su idioma pistolero, y lo disfrazan de preguntas como “vos cómo te animaste” o “qué sentiste en las primeras fiestas solo”. Habilitado por mucha terapia, Rial se encontró entonces con que su jápines estaba al lado de una muchacha conocida como la Niña Loly, tan amorosa y sensible que se hace cargo de sus dos hijas, vestida como una Barbie del exceso y enseñándoles a las niñas preadolescentes el arte de moverse como damas. Y esa nueva felicidad que flota en el aire de su cara desde que dejó a la mala y está con la buena se nubló de repente, gracias al mal paso de una chirusa que se animó a darle un poquito de ese jarabe del que Rial se alimenta hace casi tres décadas.
Marianela Mirra había sido “la víctima” de Gran Hermano allá por 2007. El formato de los chicos encerrados que Rial llevó adelante con destreza la dio ganadora gracias a una jugada magistral que a último momento hizo Mirra, sacando del juego a su único rival. Y salió de la casa donde sufrió tanto y se abrazó a Rial, su futuro archienemigo. Ya amasaba por esos días una fama de intocable, pero todavía casado con Silvia D’Auro, no la había obligado a retractarse públicamente por acusarlo de mafioso ni les había torcido el brazo atrás de la espalda a figurones como Tinelli o Mirtha.
Ahora que Mirra quiere volver a las pistas, entra por la puerta grande de Intrusos y allí hace eso que les encanta a Rial y su banda: repasar el pasado, sacarle brillo, borrar y volver a escribir sobre escenas tan olvidables de la historia de la tele como aquella “espontánea” que la hizo ganadora a Mirra. Y al día siguiente, como rindió bien, le piden que vuelva y redoblan la apuesta del morbo poniéndole enfrente a su odiosa media sombra, una joven llamada Nadia. Pero la banda decide ponerse del lado de Nadia y la ridiculizan a Mirra, quien se ofusca visiblemente y se va enojada del estudio. Y a los pocos días difunde mediante un amigo las conversaciones en forma de chat que rodearon a ese encuentro televisado. Qué cachondo que estoy, cuánta contención necesito, qué mimosa que soy, se dicen. Y la Señora Rial se enfurece y se va del hogar, a lo que él responde reconociendo el cachondeo, pero como eso está permitido pasa a lo importante, amedrentar a quien entró a su casa y arruinó su postal de dientes perfectos.
Mientras tanto, ella es premiada por el sistema que la catapulta a la fama con una lipoaspiración a cambio de nombrar todas y cada una de las veces a quien se la hizo: el doctor Lotocki, el doctor Lotocki, el doctor Lotocki repite como mantra del infierno. Estoy en otra, estoy en lo de Lotocki, no me importa Rial, parece decir Mirra en su versión virtual, y esa indiferencia lo enfurece, al punto que le dedica caras, gestos y palabras dulces. “Te voy a pasar con un camión por encima”, “zorra tucumana” y “extorsionadora profesional”, dice Rial sin que nadie se dé vuelta a mirarlo. Ya estamos acostumbrados a sus peleas, son cosas suyas, nadie se mete con sus pleitos. Y el brazo de Mirra se tuerce bastante y pide perdón por el dolor causado, mientras el conductor escribe una página más en versión deforme del patriarcado actuando y la platea mirando para otro lado, total los linchamientos son versiones más interesantes del “a ver quién la tiene más grande”.
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