En su serie Evidence, la probada artista norteamericana Angela Strassheim –con sede repartida entre Connecticut, Israel y Nueva York– materializa el recuerdo de un crimen (o varios, en honor a la exactitud). Tras investigar exhaustivamente más de 140 asesinatos perpetuados en hogares (muchos, obra y desgracia de violencia de género), la dama decidió conjugar sus bien ganados saberes en arte conceptual y fotografía forense y salió a la búsqueda de ADN. En dos decenas de residencias halló lo que buscaba y, con la autorización de los actuales dueños, aprehendió lo que no borran ni el tiempo ni la pintura. Y es que, haciendo uso de la solución BlueStar –reactivo que activa la memoria de la sangre al entrar en contacto con las proteínas de ADN en paredes y pisos–, Strassheim “encendió” los remanentes y procedió a la siniestra captura.

El resultado: brutalidad de otrora puesta de manifiesto cual espeluznante resplandor azulado, de inquietante belleza.

“Estas imágenes permanecen como conmemoración de las heroicas personas que lucharon por vivir”, ofreció Strassheim acerca de su intención, concretada a partir de “largas exposiciones –de 10 minutos a una hora– con mínima luz de noche proveniente de grietas en ventanas y puertas, y la brillante manifestación de la sangre”. Ofreció además que “la escena del crimen se presenta en dos niveles: como transcripción exacta, trágica y dramática del evento, y como misterioso telón de fondo sobre el cual proyectar la imaginación”. Coaccionando entonces al espacio –para que recuerde– y al espectador –para que imagine–, las obras evidencian cómo un sitio puede permanecer silenciosamente embrujado, persistiendo en su afán testimonial aun después de que los hechos hayan sido olvidados. Y cómo su vida continúa, pacífica y banal, tras el pasado violento. Dos cuadros de chicuelos colgados en plan decorativo sobre una pared que –activada por Angela– muestra decenas y decenas de manchas de sangre parecieran ser prueba suficiente...