COSAS VEDERES
Acusada de distribuir material obsceno, una artista japonesa fue arrestada después de enviar data a sus colaboradores para que impriman en 3D una réplica de su propia vulva y dar forma así a su más reciente proyecto: un kayak con forma de genitales femeninos siguiendo una larga tradición de artistas que han buscado reivindicar gozosamente la zona subrepresentada de su cuerpo.
› Por Guadalupe Treibel
Un recuento –arbitrario– admite casos ejemplares. A saber: sobre el propio cuerpo, decenas de vulvas como “cicatrices” devienen en marca personal de Hannah Wilke, dueña de frases como “El gesto se hizo forma; la vagina en los altares”. Trasmutadas en flores labiales como iconografía femenina, éxtasis natural o sensualidad sugerente, son adivinadas en numerosas obras de Georgia O’Keefe. Abiertas y en primer plano, pleno parto en acción, las partes pudendas dan paso a Frida Kahlo en su autorreferencial Mi nacimiento (1932). En 1994, Kiki Smith las incorpora al bonitillo y delicado patrón estampado color añil de Untitled (Blue Blanket), donde los coños (con perdón de la españolada) conviven armónicamente entre pétalos y mariposas. Niki de Saint Phalle y Jean Tinguely preparan uno a gran escala, habilitando el ingreso (literal) a aquella versión gigante titulada Hon-en Katedral, recordada instalación del ’66. Con The Dinner Party, Judy Chicago invita al banquete ceremonial de mujeres históricas con platos de cerámica pintados en forma alusiva. Las Cunt Paintings de Betty Tompkins, en cambio, dejan atrás la sutileza y apuestan a la detalladísima... franqueza, tomando por fuente para sus dibujos ciertas tomas de películas porno. La afroamericana Mickalene Thomas, por su parte, termina por el comienzo y homenajea, recrea, emula El origen del mundo, la impactante pieza de Gustave Courbet...
Ergo, la vagina ha ocupado tiempo, mente, mano, pincel y grafito de eclécticas y numerosas artistas femeninas, presurosas en dar nuevo sentido o, sencillamente, reivindicar sus bondades anatómicas. Y a punto tal la vigencia actual del tema que algunos medios internacionales exaltan su lugar en la historia pictórica, o crean un tonto versus con la literatura al son de “Olvídense de Eve Ensler y Naomi Wolf: cuando se trata de la concha, el óleo llegó primero”. Mientras, en paralelo, hablan del “revival de la vulva”, condimentando la (exagerada) idea con jóvenes contemporáneas y sus recientísimas obras. Como la australiana Casey Jenkins y su Vaginal Knitting, performance por la cual la muchacha tejió bufandas durante 28 días con ovillos de lana que extraía de su... zona V, cediendo las hebras con cada tirón. Como Reshma Chhiba, quien transformó (parte de) una antigua prisión de mujeres de Johannesburgo, Sudáfrica, en pussy de algodón y terciopelo de 12 metros; pussy que, por otra parte, recibía a los ingresantes con un grito desgarrador y, más tarde, con inquietantes risitas.
Así y todo, a pesar del recurrente interés –materializado en obras virales, curiosidad de espectadores, gesto político y debate a lo largo y ancho–, el correr de los años no ha terminado de sacudir los tabúes que se activan cuando la sexualidad negada intenta reafirmarse. La semana pasada, sin ir más lejos, el cuadro Portrait of Ms. Ruby May Standing, de la británica Leena McCall, fue “invitado a retirarse” (léase, prohibido) de la exposición anual Sociedad de Mujeres Artistas, en las Mall Galleries de Londres. ¿Cuál fue el argumento que utilizaron los organizadores de la susodicha edición number 153? Que era “desagradable” y “pornográfica”. Al parecer, la actitud altanera de la retratada más su incipiente pubis (¡sin depilar por completo, para colmo!) fue demasiado para los inglesitos, preocupados ellos en “no impresionar a niños y jóvenes adultos”. Compréndase el asunto: no es el desnudo (casi inexistente) el “problemático”; lo que hace temblar al statu quo es el erotismo femenino reapropiado. “Apenas la mujer está viva y moviéndose libremente, un agente activo de su propia sexualidad, se vuelve una amenaza para la sociedad”, destacó la periodista de UK Rowan Dorothy Pelling a raíz de la censura.
Tristemente no es el caso de McCall el más significativo y turbador de la semana. Oh, no, no: esa corona –de espinas– la recibió la artista japonesa Megumi Igarashi, aka Rokudenashi-ko (que traducido significaría “chica absurda” o “buena para nada”). Con la autoimpuesta misión de desmitificar la genitalia femenina (tan resistida en su país de origen), la nipona de 42 años financió vía crowdfunding su Pussy Boat, un kayak con forma de vagina. No imaginó nunca, sin embargo, que la intención la pondría tras las rejas... Ocurre que, como devolución y agradecimiento por las contribuciones recibidas que ayudaron a hacer su barquito realidad, M. I. envió data sobre el modelo digitalizado de sus partes privadas que, impresión 3D mediante, sobreviene en bote. Alrededor de 30 colaboradores recibieron la información, y la policía se enteró. Acto seguido: apresamiento de la mujer por romper las leyes locales contra la indecencia, que prohíben vender, distribuir o exponer “objetos obscenos”.
“Si la vulva sigue pensándose como algo obsceno es porque ha sido ocultada excesivamente, a pesar de tratarse de una parte más del cuerpo de la mujer. Mi intención es hacerla más casual y pop”, explicó en una ocasión quien, entre otras piezas vinculadas, suma un diorama, una lámpara, un símil Mazinger Z a control remoto y una carcasa de celular con forma de V. Próximas ambiciones incluyen una cama, una puerta y un auto con molde ídem... Para que pueda continuar decorando el mundo una concha a la vez (o, en todo caso, derribando estigmas pieza a pieza), sin embargo, es necesaria su pronta liberación. Pronta liberación que ya está siendo demandada por la comunidad internacional a través de una petición en Change.org, donde miles de firmas reunidas demandan la excarcelación de Megumi. Y si de decoro se trata, honorable sería que sus voces fueran escuchadas.
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