FOTOGRAFíA
Tres jóvenes y bellas inmigrantes son las protagonistas de la muestra fotográfica Tres Fronteras. Su autora, Zulema Maza, observa en las mujeres ese modo de “filigrana” en que entretejen su experiencia y su pensamiento, su capacidad de sobrevivir y de velar también por otros y otras. Otro modo de visualizar las migraciones que convergen en nuestro país, sus dificultades y sus sueños.
› Por Noemí Ciollaro
La vida de las personas y el mundo están divididos por líneas imaginarias que separan culturas, colores de piel, costumbres, ideologías, religiones, formas de sentir, esperanzas. Esas líneas, las fronteras, en ocasiones son cruzadas por necesidad, buscando un futuro mejor, tratando de encontrar en tierras extrañas lo que el propio país no pudo proveer.
La migración implica profundos cambios en quienes la protagonizan, y eso es lo que la artista Zulema Maza trata de registrar desde hace años a través de diferentes técnicas que combinan el grabado, la fotografía, la pintura y el video. Su trabajo está centrado en las mujeres. ¿Qué ocurre cuando una mujer se convierte en migrante?, se pregunta, y la interpela: “¿Quién eres, qué traes, cómo estás?”.
Tres fronteras-Observando de cerca, la muestra que actualmente se expone en el Centro Cultural Recoleta, relata a través de fotografías intervenidas, textos y un video las historias de Nadia, paraguaya; Esteffany, peruana, y Delfina, argentina descendiente de italianos.
Las tres luchan, sueñan y aman tanto lo que quedó en sus países de origen, como lo que van encontrando en un camino que parece no tener fin. Y Maza sabe lo que busca, se identifica con esas mujeres, las retrata y se retrata. Cada disparo de su cámara anuda una instancia de su propia vida con la de ellas.
“Yo soy una ‘voyeur’, fui extranjera aquí y en el exterior, fui la nueva, la distinta, la que no es lo cotidiano, lo habitual. Fui la forastera. Viví en Tandil, ese pueblo bonaerense, luego en Corrientes, fui al colegio en Madrid, España, y ahora estoy aquí... Por eso el tema que me atormenta es el de las diferencias culturales, esto que nos pasa en la Argentina y en tantos otros lugares del mundo, como si fuéramos varios países dentro de un país, y puntualmente lo referido a las mujeres, que son mayoría en la inmigración latinoamericana, a diferencia de lo que ocurría con la inmigración europea”, dice.
Y la artista investiga cada una de las historias de las tres jóvenes indagando, “observando de cerca” los grandes temas de la inmigración: parentescos, organización social, mitología, ritual, arte, costumbres, cadena de cuidados, integración. A diferencia de abuelas y bisabuelas, que llegaban a hacer la América en barcos, hoy las migrantas atraviesan las fronteras por tierra, son latinoamericanas, y también arrastran un pasado y buscan un porvenir, sienten nostalgias y añoran olores, colores y sonidos del suelo natal.
La muestra está atravesada por textos y poesías en quechua y guaraní, lenguas rescatadas y mantenidas a pesar de la avaricia y la depredación de los conquistadores, banderas que no han podido ser arriadas... “Yo sueño” dice una leyenda que se repite en “Che ahecha che kepe” (guaraní) y vuelve a reproducirse en “Ñoa mosqho pakuni” (quechua), como un mantra que resguarda la memoria ancestral.
Esta muestra de Maza es la continuidad de otra presentada en 2012, titulada Tomasa entre dos fronteras, una serie de fotografías intervenidas de Tomasa, una joven paraguaya que la artista encontró en un paseo por la plaza San Martín, a quien pidió que posara y le relatara su historia.
“Me interesa la mujer y su naturaleza, es algo que trabajo apoyándome en la sociología y la filosofía, me gusta observar las capas y movimientos sociales y a la mujer como un ser no visto, invisible. Profundicé más a partir de los ’90. No se la ve desde el ser real sino desde el estereotipo. Y yo hablo de la mujer que tiene esa relación fuerte con la vida, con lo profundo, con un sentir particular que no es el del pensamiento de estratega del hombre, sino que es ese pensamiento como de filigrana, detallista, infinitesimal, de una poderosa observación. Por eso busco entre estas mujeres invisibilizadas a las que sólo se las registra por su cuerpo, como ornamentos, o para la prostitución. Las de las tres opciones: madres, santas o pecadoras. Y yo creo que las mujeres experimentamos una gran transformación en el mundo en relación con el lugar que vamos ocupando y que está en permanente cambio”, subraya la artista.
Nadia, la joven paraguaya, llegó a los 12 años a la Argentina con la madre y su hermano menor, en su tierra quedó el resto de su familia. Su madre hace cinco años que llegó aquí a trabajar, dejándola al cuidado de su abuela y sus hermanos mayores. Nadia estudia en un colegio, en los suburbios de Buenos Aires, y se ocupa de su hermanito mientras la mamá trabaja. Añora su Paraguay lejano, a sus hermanos y a su abuela querida. Viajó una vez a visitarlos y ellos también vinieron para sus 15 años.
Esteffany es peruana, está feliz de haber venido a la Argentina. Opina que aquí se vive mejor y es más lindo. Estudia y quiere empezar la universidad. En el Perú quedaron más hermanos que adora, pero asegura que acá hay más oportunidades. Es alegre, diáfana, responsable de su vida y cálida con su familia. “Como mi mamá no hay ninguna, es muy fuerte, hizo mucho por mí y mis hermanos, nos cuidó y educó muy bien”, asegura.
Delfina es argentina, descendiente de italianos; sus bisabuelos vinieron de Génova, Italia. Hicieron una buena posición, la Argentina era en ese entonces un país de promesas. Su bisabuelo se radicó en Misiones, tuvo plantaciones de pinos y aserraderos. Su abuela le relata historias de la selva, de yaguaretés, del Mato Grosso, de las jangadas que venían al puerto de Buenos Aires cargadas de madera. Pero todo se lo llevó el Rodrigazo y las talas arrasaron las plantaciones. Una chimenea rodeada de maleza, que su abuela la llevó a visitar hace dos años, quedó como único vestigio. Garuhape, Garuhapemi son nombres que suenan en sus oídos, el ruido de la selva, los saltos de agua repiquetean en su espíritu. Ella cuenta esa historia como algo muy lejano y muy cercano a la vez. Europa y la selva están en su ADN.
Zulema Maza las retrata buceando en sus orígenes, en sus sueños, en sus atributos ancestrales; con el mítico colibrí posado sobre ellas, con el árbol de la vida, la esperanza y el crecimiento sobre sus pechos. Con adornos de cotillón y lágrimas oscuras que ruedan como pedregullos en el rostro. Con máscaras carnavalescas que muchas veces deben adoptar para adaptarse a las circunstancias que atraviesan la vida lejos de sus países de origen.
Las filma durmiendo, soñando pesadillas y episodios perturbadores, sueños de inmigrantas, escenas de la infancia, de alternativas que atravesaron en el viaje, en sus nuevas residencias, de esa tierra natal que las tironea y la envuelve en una maraña de sábanas y quejidos.
La artista fue ganadora del Premio de Honor en la Trienal de El Cairo, Egipto 2006, y del Gran Premio del Salón Nacional de Grabado 2005, Argentina; en 1995 obtuvo la Beca Miró, en Barcelona, España. En 1992 y 2002 el Diploma Konex de Argentina, entre otros.
“Las inmigrantas llegan al país y son contratadas como mano de obra barata, viven en lugares precarios, pero tienen una enorme solidaridad entre ellas; las paraguayas y peruanas se ayudan entre sí enormemente, las que hace años viven aquí apoyan y sostienen a las recién llegadas, y así se arma una cadena de enorme importancia”, puntualiza.
Risueña, señala una fotografía de Tomasa vestida de emperatriz que abre la muestra y concluye: “Ella era una reina que trabajaba como casera y empleada doméstica en una estancia, así logró darles estudios a sus hijos que estaban en Paraguay al cuidado de la abuela”.
C. C. Recoleta, Junín 1930, CABA, hasta el 3 de agosto. Martes a viernes de 13 a 20. Sábados, domingos y feriados de 11 a 20.
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