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Viernes, 28 de noviembre de 2014

CINE

Levántate y anda

¿Qué harías si a tu familia se la está tragando una avalancha de nieve? El film sueco Force majeure plantea un escenario donde la tragedia natural es lo de menos.

 Por Marina Yuszczuk

¡Pobre de la tierra que necesita héroes! Brecht se lo hizo gritar a Galileo, que en la ficción del dramaturgo alemán se corrió de ese lugar de héroe por razones conscientes y meditadas. Pero, ¿qué pasa cuando el héroe simplemente arruga? ¿Cuándo el instinto no le plantea nada más elegante que salir corriendo? Force majeure es una película sueca (comedia dramática, si se quiere) que gira alrededor de esa pregunta como Propuesta indecente giraba alrededor de la cuestión de si venderse o no venderse por un millón de dólares. Pero ese potencial para el debate de sobremesa que la película de Adrian Lyne no reconocía por tomarse demasiado en serio, está potenciado con inteligencia en Force majeure al punto de volverse parte de la trama. Después de todo no hay por qué dejar de divertirse mientras una cuestiona hasta los mismísimos cimientos de la masculinidad y el patriarcado.

El asunto de fuerza mayor es el que sigue: una familia-tipo sueca va a pasar unos días de vacaciones y esquí en un complejo turístico de los Alpes franceses. Son cuatro personas hermosas: mamá y papá son delgadxs y bellxs, los niñxs son rubixs como ángeles, y todxs se ven lindxs y cancherxs en esos uniformes para esquiar que hacen ver a la mayoría de los mortales como muñecos engordados de nieve. La tipicidad de la familia está reforzada por la habitación que ocupan en un edificio de puertitas todas iguales y pasillos simétricos, y por el hecho de que ellxs mismxs no parecen tener rasgos particulares: lxs chicxs miran tele y se tildan con la tablet, los papás cenan con amigxs y sostienen sus copas de vino. La imagen de la felicidad de la familia es tan ambigua como la sensación de ver nieve con los ojos bien abiertos: calma, pero al rato duele.

Y sin embargo, hay algo en el paisaje que trabaja la solidez de las montañas desde adentro para hacerlas estallar, que modifica y reconfigura lo que parece siempre igual, aunque de noche no dejen de pasar las máquinas para aplastar la nieve y hacer que los turistas puedan encontrar el mismo escenario liso de ayer, producir la ilusión de que algo permanece intacto. Tomás y Ebba están inmersos en ese paisaje y no se van a escapar de su influencia: durante un almuerzo rutinario en la terraza de un restorán que se abre confiado a las montañas, una avalancha empieza a arrastrar toneladas de nieve peligrosamente hacia los turistas y lo cambia todo para siempre. Porque mientras Ebba se agacha para sostener a lxs hijxs, Tomás sale corriendo. No sólo sale corriendo sino que antes agarra el celular y así responde sin querer a la pregunta “¿qué te llevarías si viene una avalancha?”. Y no sólo sale corriendo con el celular sino que en las charlas posteriores niega rotundamente haber salido corriendo y relativiza la versión de Ebba, amablemente, pero con la sugerencia tácita de que Ebba vio lo que vio porque es necia o está medio loca.

Supuestamente la familia se salva de la avalancha, pero en realidad no se salva. Porque, a partir de ahí, Force majeure trabaja con el derrumbe de algo que no se sabía que estaba y parecía tan eterno como las montañas: la creencia de Ebba en Tomás, el padre de familia, el hombre que llegado el caso los protegería. No importa mucho si Tomás hizo bien o hizo mal; lo que genera el drama en la película es el esfuerzo desesperado de Ebba por reconstituir la imagen que tiene del marido, espejado en otras parejas de amigxs que resuelven el mismo problema cada cual a su manera. La familia también se desmorona porque no es la fuerza de Tomás lo que los mantenía en pie –la avalancha pasa para dejar al descubierto lo que había de real en esa fuerza– sino la creencia inamovible de Ebba en una estructura de la que Tomás era la base. Perdida la fe, Tomás se revuelve y llora. Pero después, entre charlas con un amigo en las que parecen los machos de una publicidad de cerveza, y una ayudita de Ebba, Tomás se levanta. O lo levantan entre todxs, no sea cosa que vuelvan a casa preguntándose si la masculinidad no será una ficción laboriosamente construida por las palabras (y los silencios) de las mujeres.

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