RESISTENCIAS
Conociendo a Miss Susan
Fue maestra en un secundario de Brooklyn. Cuando se jubiló, decidió viajar por América latina. Llegó a Cuba y se quedó. Pero no para hacer turismo: montó talleres de teatro para cubanos con sida y lo registró todo en un documental que se verá el año próximo a nivel mundial. Además de luchar contra el virus, se autoproclama como una estadounidense más en la cruzada contra Bush.
Por Fernanda Nicolini
Susan Metz desdibuja cualquier imagen de norteamericana tipo que uno pueda tener en la cabeza. Antes de la entrevista con Las/12, recorre varias disquerías de la avenida Corrientes en busca del CD de León Gieco De Ushuauaia a la Quiaca. Le dicen que no lo tienen, que está agotado. Resignada y como si su búsqueda despertara extrañeza, se ataja, en un español impecable: “Los yanquis, como nos dicen, somos 268 millones, ¿cómo vamos a ser todos iguales? Algunos adoramos a Gieco”. Sonríe. Busca complicidad. Esta mujer, de 60 años, psicóloga, profesora de teatro y maestra durante muchos años en un secundario de Brooklyn, destruye estereotipos.
Estuvo hace unos días en Buenos Aires para presentar un documental, Viviendo con VIH en Cuba. Para hacerlo, filmó talleres de playback –una conocida técnica de teatro espontáneo– que ella misma montó con cubanos que viven con el virus del sida. Junto a Belkis Vega, productora de televisión de La Habana, previamente entrevistaron a más de sesenta personas. Once fueron seleccionadas para el film. María Julia, por ejemplo, que se infectó de su marido cuando éste volvió de las luchas anti-apartheid en Sudáfrica. O Carlitos Borbón, que sueña con la vacuna.
Susan no tiene VIH. El virus, de todas maneras, se le fue acercando tanto que el dolor se volvió insoportable. La combinación Cuba-VIH-playback se conjugó a partir de un sueño adolescente tardío que para ella devino en una suerte de militancia. A los 53 ya estaba jubilada. Se sentía muy joven. “Con mucha vida productiva por delante”, dice. Soltera, sin hijos (“no se por qué, siendo tan enamoradiza”), juntó dinero y se largó a recorrer América latina, su sueño pendiente. Así fue como llegó a Cuba. La isla la envolvió. Quedó fascinada con Fidel Castro, con la revolución, con los abrazos de la gente. Empezó a ir y venir para estudiar las instituciones sociales. Sorteó el bloqueo como pudo, intentó controlar la mezcla de paranoia y temor que la invadía por engrosar la lista de los estadounidenses que viajan a la isla sin permiso y venció la desconfianza inicial de los cubanos. Pero cada vez que volvía a su casa de Brooklyn, algún vecino había empeorado. El virus no para.
“Durante los ‘90 perdí muchos amigos a causa de la epidemia –lamenta–. Demasiados.” Le tiembla la voz y hace largas pausas. Quiere que nos sentemos un rato en el Paseo La Plaza; el tráfico de Corrientes la aturde. Pide una gaseosa, apura un sorbo y suspira. “La pérdida más dura fue cuando Marc, mi mejor amigo, murió después de una larga agonía –otra pausa, aclara la voz–. El no pudo acceder a la terapia de la triple antirretroviral que ahora permite vivir dignamente a aquellos que la pueden pagar.”
Ya instalada en La Habana, a principios del 2000, en una de esas tardes en las que el mar, según describe, “es un suave murmullo”, se puso a recordar a Marc. Con ella estaba Belkis Vega, la productora habanera. Depronto, las dos se largaron a llorar. De bronca. De impotencia. “No podía ser que estuviéramos sin hacer nada”, se reprocha ahora, indignada como entonces. Por eso convinieron aportar lo que cada una de ellas sabía hacer mejor: Susan armaría talleres de playback para quienes viven con VIH en Cuba y Belkis registraría todo en un documental. Las autoridades cubanas le dieron pase libre como guest-artist –en su calidad de representante de la Red Internacional de Playback– y apoyaron el proyecto. También hicieron su aporte Onusida y algunos artistas cubanos con la donación de sus obras.
Sin telón
“¡Cómo no encontrar resistencia en Cuba si hasta a mí me da vergüenza que sepan de dónde soy!”, exclama Susan. Pero los talleres de teatro actuaron como puente. El arte quiebra prejuicios, dice, genera comunidad. El playback, específicamente, es una técnica de teatro espontáneo: un miembro del público cuenta una vivencia personal, titula la obra y los actores improvisan lo relatado. Cuando era maestra, Susan lo practicaba con sus alumnos. En Cuba entrenó a un grupo de actores y seleccionó a 11 narradores con VIH para el documental.
Uno de ellos es Carlitos Borbón. El film termina con su voz: “Yo siempre digo que me infecté de modo natural. Porque era lo más normal que me podía suceder teniendo sexo sin protección en la última década del siglo XX. Tenía veinte años. Pero me ha permitido a esta altura haber vivido toda mi vida sexual a pesar del virus y adaptarme. Nunca antes de tener sida vi el cielo tan azul. Jamás he nadado en el mar como lo hago ahora, ni he bailado una madrugada o saboreado tanto el café por la mañana. Me da ganas de hacer tantas cosas”.
Cuba es el país con menor tasa de infección de sida en el mundo. La prevalencia actual de la enfermedad en la población de entre 15 y 49 años es del 0,05 por ciento: en EE.UU. es veinte veces más. Después de una primera etapa de estigmatización de los infectados, hoy en día –a pesar de las restricciones obvias del bloqueo– el gobierno cubano produce los antirretrovirales y los provee en forma gratuita.
“Pero a pesar de todo hay discriminación –advierte Susan–. Los que viven con VIH necesitan contar lo que les pasa sin que alguien los juzgue o señale. Eso se logra a través del playback y es lo que se ve en el documental: ellos pueden contar su historia con la seguridad de que nadie va a buscar culpables.”
Por la vuelta
“Siempre que vuelvo de Cuba, me odio por tener tantas cosas. Pero es inevitable. En Estados Unidos todo dice cómprame, y yo caigo”, reconoce, consciente de que al pisar el aeropuerto, el principio de austeridad entra en letargo. Pero sólo por un mes. En febrero volverá a la isla para completar algunos detalles del documental. El Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (Icaic) ya se comprometió a lanzarlo en el país, y las gestiones para que en el 2004 se pueda ver a nivel mundial están avanzadas.
¿Un deseo? Que sean dos, pide. “Que Fidel participe en uno de los talleres –se anima–. Estoy segura de que va a hacerlo porque siempre que surge algo nuevo, él quiere saber de qué se trata.” El segundo deseo: “Volver el año que viene a la Argentina, repetir la experiencia de Cuba, y que me feliciten por haber vencido a Bush”. Su rostro otra vez pierde suavidad. “Porque si este gobierno vuelve a ganar –continúa–, van a seguir sufriendo los cubanos, y los norteamericanos con VIH que no tienen seguro médico, y Afganistán e Irak. Si Bush vuelve a robar la elección, we are fucked.”