Vie 20.03.2015
las12

ANIVERSARIO

Las amigas del barrio pueden desaparecer

A diez años de la desaparición de Florencia Pennacchi, la estudiante neuquina que salió de su departamento porteño con lo puesto y nunca volvió, sus familiares y amigas exigen que la Justicia reactive una investigación con miopía de género que siempre esquivó la hipótesis de la trata, pese a la existencia de pruebas contundentes y a las declaraciones de otras víctimas rescatadas, que la vieron en prostíbulos de Córdoba y Las Casitas.

› Por Roxana Sandá

Volver diez años atrás y que Florencia no esté desaparecida. En la formulación de ese deseo, Nidia Aguilera mira al cielo por un instante, como si el gesto achicara la distancia abrumadora que la separa de su hija, Florencia Pennacchi, en el décimo aniversario de su desaparición, víctima de una red de trata, según gritan todos los indicios recogidos en estos años. Perder a esa hija en cuerpo y alma la llevó esta semana a Plaza Lavalle, frente a los tribunales porteños, para reclamar junto a otros familiares de víctimas de trata, su hijo Pedro y las amigas de Flor por la aparición con vida de esas jóvenes. Exigen que los casos no prescriban y que el Estado desarme la estructura de connivencia policial y judicial que diluye las pruebas y cajonea las causas hasta hacerlas desaparecer, una y mil veces, como a las propias víctimas.

El lunes ocurrió un hecho espejado en las manifestaciones de feminismo popular que sucedieron durante el juicio de Yanina González, y también en las que acontecieron a partir de la detención y el juicio de las hermanas Aylén y Marina Jara: cientos de mujeres jóvenes coparon la plaza para convertirla en territorio de lucha y celebración “del aquí estamos. Para llenar el aire de voces y pelear por nuestras compañeras, que siguen desapareciendo y muriendo todas las semanas”, explicó una activista de Sin Cautivas, la organización que nació dos años después de la desaparición de Florencia, el 16 de marzo de 2005. Había salido de día y de su departamento de Barrio Norte con lo puesto. Ni sus compañeros de trabajo ni sus amigas de la carrera de Ciencias Económicas que cursaba volvieron a saber de ella. La trama que lograron reconstruir a pulmón y resistencia su madre, su hermano y sus amigas confirma que fue secuestrada en la Ciudad de Buenos Aires por una red de trata, que la mantuvieron cautiva en un boliche cercano a su domicilio por lo menos las primeras 24 horas de su desaparición y que fue identificada por otras víctimas de trata rescatadas, quienes declararon haberla visto en Córdoba y en Las Casitas, ese amasijo de construcciones prostibularias que funciona en la Patagonia.

Durante estos diez años, Silvina Bergman, neuquina como Florencia y amiga de la infancia, junto con otra amiga entrañable, Lilén Díaz, recorrieron despachos judiciales y policiales, sufrieron amenazas y pinchaduras de sus teléfonos, se pelearon con jueces y fiscales hasta quedar afónicas, se hartaron (corrección: dicen que nunca van a hartarse de exigir esclarecimiento y justicia) de acercar pruebas o exigir nuevas pericias, y de ser ignoradas por toda respuesta. Ellas iniciaron una investigación paralela que podría echar alguna luz sobre los responsables y el paradero de su amiga, pero el fiscal a cargo de la causa, Marcelo Retes, parece empecinado en dudar de la existencia de algún delito que sugiera captación y trata, y en cambio se entusiasma con pistas que conducen a ninguna parte. “Es lamentable, pero todo está igual. El caso de Flor es la década estancada. Se mantuvo la misma carátula, ‘Florencia Pennacchi y su desaparición’, y la causa continúa en la Fiscalía N° 23 a cargo de Marcelo Retes. Como el primer día, sigue sosteniendo que al no haber testigos ni nada que pueda probar que Florencia fue secuestrada, no se puede afirmar que haya habido un delito. Y para él no hay pruebas que determinen que la desaparición de Florencia fue delito.”

No es que el hombre no trabaje; Retes hace lo suyo. En estos diez años movió algún papel cada tanto, y si bien mantiene abierta la causa, la determinación se debe más al seguimiento incansable y militante de familiares y amigos antes que a algún mérito encomiable como funcionario judicial. El problema son los hilos que dejó sueltos, las pistas que dejó caer y los personajes clave para la causa, que se perdieron en el camino, aunque dejaron asentadas declaraciones tan farragosas y contradictorias que en otros despachos judiciales hubieran vuelto a traerlos de las pestañas. Nada de eso sucedió hasta el momento. El fiscal no acepta la hipótesis de la trata con fines de explotación sexual. Habrá que ver si ahora logra convencerlo el titular de la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (Protex), Marcelo Colombo, que está revisando el expediente en profundidad para valorar la cuestión y analizando qué aportes puede hacer a la causa, para ver si de esa manera convence a su colega de que se saque las anteojeras. Para muestra, Bergman relata que en diciembre se recibió una denuncia según la cual Florencia habría estado en un prostíbulo de la provincia de Buenos Aires. “Se realizó el allanamiento y no dio resultado. Sin embargo el fiscal decidió hacer la ampliación del allanamiento y ya van tres meses que se está ampliando pero no se avanza en otros puntos fundamentales, como la connivencia policial, que está comprobada.”

Nidia Aguilera no se identifica con Susana Trimarco, la mamá de Marita Verón, pese a que las historias de sus hijas se escriben en oscuridades similares y palpables. Susana transmitió información valiosa que confirmaría el cautiverio y la explotación de Florencia. Nidia aprecia y agradece, pero dice que no luchan juntas. “Hay una diferencia entre lo que hace y lo que hago. Yo estoy en el llano, me contacto con mucha gente. No me gustaría tener una fundación, te crea un espacio cerrado.”

¿Dónde está Florencia?

–Creo que nunca la sacaron de aquí: viva o muerta, nunca salió del país. Me parece demente pensar que pasó la frontera. Eso sucede más con niñas y adolescentes. Sabemos que no se fue con un amigo ni a algún lugar por decisión propia.

¿Cómo sigue dando esta lucha diez años después?

–Soy de los sesenta. Nosotras éramos las anticorpiños, las hijas de la píldora, éramos todas hacia afuera. A mí no me gusta que las peleas sean chiquitas. Sigo la lucha porque fui educada para eso, vengo de una familia politizada, con opiniones diferentes y grandes discusiones, interiorizados sobre lo que sucedía en el mundo. Por eso me parece notable que la comunicación de hoy sea la incomunicación del mañana. Las nuevas generaciones tienen que romper con ese individualismo. Antes hablábamos de capitalismo salvaje, ahora hablamos de individualismo salvaje. La gente tiene que salir a la calle, ocupar los espacios públicos, volver a encontrarse.

Como sucede hoy aquí.

–Esta es una manera, por supuesto, y por Florencia mantengo esta lucha. Llama la atención que la Justicia no avance, pero creo que podemos lograr un debate social comunitario. Mientras tenga un cerebro pensante voy a seguir.

Se la ve entera.

–Siempre fui dura. Es mi estilo.

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