Vie 09.01.2004
las12

TELEVISIóN

¿Y dónde está la neurona?

Como si la desocupación no fuera una enfermedad social lo suficientemente grave, encima, quienes pasen la tarde en su casa o afines muy probablemente se topen con la nueva programación de los canales de aire para las horas de la tarde, esas que tradicionalmente se han reservado para las señoras de su casa. Que después de ver la tele –podemos anticiparlo– o bien huyeron de ella o tuvieron la extraña sensación de haber atravesado el túnel del tiempo hacia la era de los más rígidos estereotipos.

› Por Soledad Vallejos

Dicen las malas lenguas que la tele del verano tiene ese no sé qué de saborcito a liviandad tan propio del helado de agua: parece imprescindible que, cuando el sol agobia, difícilmente deje un recuerdo memorable, y siempre pero siempre termina siendo más de lo mismo. Claro que, a decir verdad, tampoco hay por qué dejar caer tanta injusticia sobre los pobres heladitos, que a fin de cuentas no le hacen daño a nadie y son más o menos baratos. Mejor quedémonos con la programación de la tele, más precisamente con la de la tarde, esa seguidilla de horas que transcurren despacito al amparo de la siesta y los bordados, ese tiempo que una suele emplear en sacar brillo a los bronces para que el marido, a su regreso del trabajo, encuentre la casa impecable, en atesorar recetas para arrancar aplausos en la cena, en meditaciones sobre cuáles serán los zapatos más adecuados para asistir a una velada de gala mientras van discurriendo en ronda de amigas los corrillos sobre vidas ajenas, en ultimar detalles de la imagen perfecta e impecable que va a dejar nuestra familia prolijita y típica en alguna foto grupal... Porque, chicas, vayan sabiendo que las malas lenguas hablarán mucho, pero que tanta maldad las lleva a decir cosas equivocadas. La tele del verano –para que vean, viperinas– reserva luminosos paraísos para las mujeres modernas. Uds. elijan su propia aventura, que allí iremos de paseo: se puede optar entre detentar la sabiduría del hogar con pequeños toques de pizpireta siglo XXI, andar las veredas del chisme con la seguridad de quien pisa el territorio propio con todo derecho, o lanzarse a vivir el embarazo entre cámaras sorpresa y modas.

Gritá más fuerte
que no te escucho
12 del mediodía, demasiados grados de calor a la sombra y toda la modorra de enero a cuestas cuando... gritos, lucecitas, música, descontroooooool: ¡llegó Millie a alegrarnos la tarde con su incontinencia de sonrisas, risas y derivados a flor de piel! La temporada, podríamos decir, abre con un clásico entre clásicos, que las grillas de programación insisten en denominar “magazine” cuando en realidad no es más que una versión catódica de los manuales higienistas para esposas hacendosas y muchachitas casaderas. La cátedra de economía doméstica –suspiren aliviadas– no nos abandonará estos meses calurosos. Las Millie y una, con la conducción insuperable de la actriz idem Stegman (devenida pretendida heredera de la hiperkinesis de Maru Botana), viene a llenar ese vacío que nosotras sentimos inevitablemente al mediodía, cuando la comida ya está sobre el fuego, los niños empiezan a sentir hambre y una con estas mechas. Los ejes de los que hablaremos, previsibles, evidentemente necesarios a esta altura del partido y la historia (está visto que unas cuantas se niegan a replegarse): cocina, noticias sobre mujeres célebres, elasesoramiento de una psicóloga, moda y alguna otra cosilla que pueda flotar (no muy lejos) por los alrededores.
Millie está feliz, eufórica, tanto que esa sonrisa llena de dientes que tiene prácticamente no la deja hablar: avisa “vamos a hacer un intercambio como cultural” (propuesta para enseñar palabras en castellano al italiano Donato de Santis, el cocinero oficial del programa, a cambio de que él le enseñara algo de italiano a ella), se pregunta “¿por qué me gusta tanto el amor?”, se asombra porque “¡ay, un padre que quiere cocinar con su hijo!”. Para las mujeres, el mundo es un deslumbramiento perpetuo, tan lleno de hechos impensables y brillitos de colores como una jamás imaginaría. Por suerte, Donato cocina muy bien (y es más simpático que en su programa de el Gourmet, donde nadie lo obliga a bailar y reír todo el tiempo) y es además un pedagogo nato, capaz de entender a quiénes se dirige y las taras que nosotras podemos tener a la hora de envolver un pedazo de queso en un poco de cerdo. Por suerte –decíamos–, la producción le dejó muy claro de entrada quién es su público, y él de entrada explica para qué está allí: para decir “qué van a cocinar las señoras”.
La soledad de la pantalla –se nota– sería demasiado para Millie. ¿Cómo podría sólo una chica hacerse cargo de un programa tan sesudamente armado, con tantas secciones, tamaña pluralidad de informes, columnistas, encuestas callejeras (que también pueden ser campañas de concientización, como la de usar el cinturón de seguridad) y mensajes modernizadores? Porque vayan sabiéndolo: este programa será todo lo magazine de cocina y moda que quieran, pero, tal como mandan las nuevas estrategias de marketing y publicidad, hoy día ninguna mujer que se precie quiere ser sólo un ama de casa bonita. También, por ejemplo, quiere hacer manualidades, conocer los secretos de la moda más top (como aclaró el diseñador Benito Fernández: “Las mujeres quieren tener un pie más chiquitito, más delicado, más femenino”), darse el gustito de lanzarse con su microemprendimiento propio, y todo, claro, sin perder de vista el objetivo primordial: esmerarse infinitamente para que el matrimonio funcione a la perfección. Por eso, también disponemos al mediodía de un miniconsultorio psicológico que entiende que el amor es lo primero, aunque –modernidad manda–,ahora tenga la bondad de dispensarnos de algunas obligaciones agobiantes: “que las señoras no crean que tienen que saber cocinar, porque si no algunas estaríamos listas”. Como diría Millie: “¡me encantó!”.

Lo que todas somos/seremos
Empiezan a desfilar los dibujitos uno tras otro: una ejecutiva hablando por celular, un ama de casa con las bolsas de las compras, una vedette llena de plumas, una anteojuda cargada de libros... Y sí, sacudirse los estereotipos no tiene por qué ser asunto de la tele cuando lo que acaba de empezar es Mama mia, la versión que el canal más azul ha pergeñado del exitazo que fue en el cable la saga de programas para madres y embarazadas (conducida por Verónica Varano), con unos cuantos condimentos con sabor a Mariana de casa (no por nada la producción aquí también es de Gastón Portal). Pero todo eso es accesorio cuando de lo que se trata es de presentar ¡toda una hora! empeñada en cocinar algunos panqueques, mostrar una cámara oculta de una mujer anunciándole al marido que en su panza hay un niño por venir, hacer un breve repaso de la creciente predilección de las embarazadas por retratarse desnudas y una pequeña timba sumamente ingeniosa (adivinar, tras ver las fotos de un niño, cuál de las niñitas que aparecen en pantalla es su hermana) para ganar unos mangos en pocos segundos. Por si no se han dado cuenta, hemos aterrizado en un programa lleno de “humor, premios y emociones”, como bien nos aclara Andrea Campbell, conductora que confiesa estar aprendiendo a ser madre y gusta llamarnos a nosotras, su teleaudiencia tan querida, como “mamina”. Por lo que ven, el programa reconoce que las mujeres embarazadas llevan muchas pero muchas cosas en la cabeza. Por eso, por ejemplo, es capaz de brindarle noticias como el nacimiento de los seis tigrecitos de Bengala, el juicio al caníbal alemán o las ansias del gobierno boliviano por “encontrar esa famosa salida al mar” (dicho sea de paso, Andrea, no es que se les haya perdido y no puedan recordar cuál era el camino). La conducción de un programa tan femenino (cocina, moda, más cocina, más moda), claro, tampoco es fácil, y vaya si la pobre Andrea está padeciendo esa verdad en carne propia con estoico espíritu. Porque una cosa es lidiar con un supuesto productor que, irrumpiendo a cada rato desde detrás de cámara, juega a ser co-conductor; otra un poco más difícil (pero a la que, por ahora, parece que Andrea sobrevive) es caminar desde el escritorio hasta la cocina, y otra muy, pero muy distinta es... intentar hacer un programa acompañada de una (obscena, tremendamente obscena) mano gigantesca, ¡ojerosa! y dientuda, que –además de todo– es capaz de hablar y contar chistes malos durante toooooodo el programa. Pero está bien: es el humor perfecto para las embarazadas. Qué gracioso, ¿no?

“Las ideas nos las quedamos, como siempre”
La frasecita del subtítulo era pronunciada los otros días con una seguridad envidiable por la señora periodista del espectáculo Catalina Dlugi en pleno ¿aquelarre? compartido (desde esta semana) con Marcela Coronel, Marina Calabró y (la inefable e incalificable) Gisela Marziotta. Caldero haciendo las veces de mesa, luces rojísimas, pasarela, sillas pseudo-medievales, Hechiceras del espectáculo viene a ocupar el hiperclásico lugar de las chicas chismosas, aunque, como las conductoras se encargaron de destacar en notas previas, con rigor profesional, y haciendo gala de una mirada lo suficientemente amplia como para abarcar el espectáculo “del deporte, de la política” y todos los imaginables... Menos mal, chicas, que están ellas allí para demostrarnos que eso es posible y que una entrevista con el gobernador bonaerense Felipe Solá no tiene por qué servir para hablar sobre su recalcitrante y vergonzosa misoginia cuando se le puede preguntar si es cierto que se ha separado, o para indagar agudamente si Nicole Neuman fue, en realidad, quien bautizó “mucamita” a la advenediza Pampita... Lo de las hechiceras, claro, es “descubrir misterios”, “develar secretos”, lograr que “la magia sea eterna” y que “el encanto reine en casa” (en casa, el lugar del que nunca debieron..., perdón, debemos salir, para no perdernos las maravillas de la tele).
Para estas “hechiceras”, el periodismo del espectáculo (atrás Laura Ubfal, Alicia Petti y demás periodistas especializadas) sólo reconoce tres pilares: la promoción de productos de la empresa para la que trabajan, los chismes y las batallitas farandulescas y alguna entrevista a un muchacho más o menos en boga. ¿Investigación?, ¿temas más o menos interesantes?, ¿algo más que móviles en Mar del Plata? Para qué, con Zulemita Menem embarazada y enemistada con su padre (pobrecita, ella que está cumpliendo con “el deseo natural de las mujeres de ser madres” –Marcela Coronel dixit–), el nacimiento del sobrino de Pablo Echarri, el regreso de Piñón Fijo a la tele, y la maravillosa noticia de que cierta tarde “¡¡¡hay sol!!!”. Chimenta, chimenta que trascenderás: las chicas están ahí para eso. Ah, y para someter al final de cada envío a alguna celebrity a su “juicio final de cada día”: ni más ni menos que una (no tan) remozada versión del criticón final que solía tener Grandiosas. Es fundamental, señoras y señoritas, claro que es fundamental: ¿o acaso no se han sentado ustedes estos días a evaluar qué tal estuvo Nicole Neuman en confesar que no tiene onda con Pampita Ardohain?; sed sinceras, ¿cómo que no se detuvieron al menos diez minutos a juzgar el matrimonio por estado etílico profundo/ o campaña de prensa exitosa de Britney Spears? Vayan sabiéndolo:esto, queridas pero palurdas lectoras, es lo que nuestra digna representante Gigi Marziotta califica de “género periodístico femenino”.
¿Será cierto, nomás, que las ideas se las quedan para ellas?

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