Vie 20.03.2015
las12

EL MEGáFONO

Más grises en las sombras de Grey

› Por Pablo Semán y Carolina Spataro *

Los fenómenos de masas son interesantes para reflexionar sobre las lógicas culturales de una época, pero suele suceder que esa posibilidad queda clausurada cuando se abre una temporada de sentencias que surgen de la irritación y, antes que nada, de la comodidad de incomodarse porque algo se corrió de lugar. El caso de 50 sombras de Grey cabe perfecto en esta consideración.

Siguiendo un piloto automático bien podría decirse que la novela recorre el camino trilladísimo del romance desde hace siglos: el varón poderoso y experimentado en lo sexual, la mujer tierna y virgen, un corazón duro a ser conquistado. ¿Pero es posible sentenciar que lo que allí aparece es la exacta repetición del mismo relato romántico de siempre o, en su defecto, una versión más repudiable por las relaciones de poder en torno de lo sexual que allí se presentan?

El libro y la película llegan en una época en que para muchxs, obviamente no para todxs, se ha abierto una etapa de experimentación sexual y, sobre todo, una reflexión pública. Este es el mundo en que Alessandra Rampolla ocupó el lugar de doña Petrona y en que Paola Kuliok llega a la fama dando cursos de “asesora en juegos eróticos”.

50 sombras no es la continuidad de los mismos romanticismos de siempre sino, si hay algo de eso, en ellos se montan otros juegos y posibilidades: lo que allí aparece es una sexualidad que juega con desigualdades y fantasías de disimetría. Los sex shops estallaron luego de su aparición, se aceleró la venta de látigos, esposas y objetos que van mucho más allá de un supuesto romanticismo inmutable que suele atribuirse a la obra y a su recepción.

Quizás deba ir más allá la inconmovible posición de la denuncia que instala como única interpretación posible que las millones de mujeres que gozan y fantasean con este texto reproducen en sus prácticas, e incluso en sus fantasías, la peor versión de la violencia machista. “En la vida real, las mujeres que tienen una relación como la de 50 sombras de Grey, terminan muertas, en un refugio o escapando durante años”, es una de las tantas sentencias enunciadas en estos últimos días. Desde un punto de partida incuestionado se entiende que este fenómeno de masas sería acaso un retorno a aquello que en lógica evolutiva creía en vías de superación: la desigualdad de géneros, el machismo y toda su existencia simbólica y materialmente violenta.

Pero otra hipótesis a investigar es la siguiente. Tal vez la novela, la película y la traducción de sus lecturas a prácticas cotidianas –que implican también interrogaciones sobre el propio placer y los modos de alcanzarlo, acaso ¿una interrogación feminista?– nos abisman a algo que es tan obvio como difícil de decir: que el sexo, el placer y los ideales igualitarios tienen relaciones muchísimo más desparejas que las que podrían leerse en la vieja clave patriarcal o, en su otro extremo, en la novísima clave igualitaria. Ambos extremos implican formas de control moral de la sexualidad que impiden comprender la complejidad del fenómeno.

Tal vez pueda decirse que una versión light, enrevesada y masiva de las prácticas BDSM (bondage, disciplina, sadismo, masoquismo) ilumine, en complicidad con los que atrae, la estructura compleja de la sexualidad en lo que tiene de irreductible al ideal igualitario. ¿Acaso en el paradigma de la igualdad se tiene sexo exclusivamente horizontal?

* Pablo Semán es sociólogo, investigador del Conicet sobre culturas populares y profesor de la UnSam. Carolina Spataro es licenciada en Comunicación, docente de la UBA e investigadora del Conicet.

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