MúSICA
Al borde del tiempo
Marcela Benedetti, Viviana Pozzebon, Soledad Escudero y Alejandra Tortosa forman De boca en boca, un grupo coral que rescata esas canciones que han pasado de generación en generación, en lugares tan distantes como exóticos, como una manera de acompañar o celebrar momentos de la vida que se repiten circularmente: bodas, partos, el trabajo, la cosecha, el pedido de ayuda a los vecinos. En suma, eso que permanece a lo largo del tiempo y que ellas rescatan con preciosismo para ponerlo en primer plano.
Por Rosario Bléfari
Hace nueve años que estas cuatro cordobesas prestan sus voces a los variados cantos que van coleccionando en su particular repertorio. Presentes desconocidos como realidades paralelas o cercanías casi olvidadas vienen a nosotros en la canción haitiana campesina, la africana que celebra la procreación, las melodías del folklore búlgaro, de la cultura maorí, de la hindú, de la marroquí. Con el origen difuso de las cosas lejanas, aparece en medio de esta colección también la baguala, que para el oído que ya hizo el ejercicio de escuchar emisiones y fraseos diferentes, brilla tan exótica como lo demás, volviendo inestable el concepto que tenemos de lo ajeno. A través de la interpretación del grupo De boca en boca –directa alusión a la transmisión oral de la que son eslabón, aunque se piense también en un beso–, en sus discos y conciertos van pasando las canciones como las páginas de una enciclopedia sensible y viviente donde las ilustraciones sonoras son el hechizo principal. Sin embargo, es muy importante la breve introducción que anteponen al canto, un texto que añade la información necesaria para ubicarnos en el espacio y en el tiempo, porque en este recorrido las coordenadas se suceden impetuosas y hay que volver a una especie de punto cero entre tema y tema, como el helado de limón entre plato y plato de los viejos gourmets, para que los sabores sigan distinguiéndose. Así es como uno se entera de algunas cosas y escucha luego con la imaginación encendida por esos datos: por ejemplo, que los campesinos haitianos cuando tienen que hacer alguna gran tarea en el campo van por los caminos cantando el coumbite, un pedido de ayuda a sus vecinos que implica el compromiso de proveer comida y bebida durante la jornada de trabajo; o escuchamos por primera vez los sutartines, y un conocimiento leve y preciso –porque ha llegado a través del estímulo encantador del canto– nos queda asociado a esas canciones raras y casi extintas del folklore lituano que entonan tres voces en canon estricto con intervalos disonantes que forman complejos acordes.
Como si se tratara de las voluntarias de algún tipo de sociedad protectora musical, rescatan especies en extinción: aquellos cantos al borde del tiempo que amenazan perderse si cesan de entonarse. En este caso, conocemos a las especies en el cautiverio de la interpretación escénica, ya que todos los motivos que dan origen a estos versos y melodías no están presentes: la procreación, una boda, un pedido o algún otro episodio que actúa como disparador real. Este tipo de funcionalidad, que es una de las características de la selección que hacen, es algo que para una de ellas, Alejandra Tortosa, tiene que ver con cierto despojo voluntario de las pretensiones artísticas que en los músicos muchas veces revela algo de egoísmo para con el que escucha. Soledad Escudero agrega que los arreglos siempre están relacionados con la esencia del tema porque les interesa preservar lo que ella llama sencillez –y hace falta revisar la idea que tenemos de sencillo–. Eso es lo que las atrae de hacer esta música, lo que sienten que nunca se agota.
“Cuando estamos pensando en un disco o en un concierto especial entonces invitamos a algunos músicos, contrabajo, marimba, guitarra. Cuando salimos solas, llevamos tambores, acordeón, charango, flautas. Los temas de los dos primeros discos han sido de voces y percusión sobre todo, aunque hubo músicos invitados, pero la idea del tercero es que el acompañamiento gane lugar, que haya una banda”, cuenta Marcela Benedetti. A propósito, en el último concierto que dieron en Buenos Aires en el Cervantes en diciembre pasado, invitaron al grupo folklórico de la colectividad armenia de Córdoba. Cusan, que significa Trovador, está formado por unos quince músicos que tocan instrumentos armenios: cuerdas, tambores y flautas. “Su principal objetivo es preservar su música y que se continúe a través de las generaciones. Tuvimos la suerte de conocerlos y en septiembre tocamos juntos por primera vez en el Teatro San Martín de Córdoba. La gente que fue a ver el espectáculo, sorprendida, se preguntaba adónde estaban metidos, adonde se los podía ir a escuchar, porque ellos hace 35 años que tocaban solo para la colectividad.”
Primero fueron las voces y los tambores, el amor de Viviana Pozzebón por los tambores. Y comenzaron investigando la posibilidades musicales de la voz –”que son infinitas”, afirman–, la amplitud del timbre, las distintas emisiones. Esa investigación no fue a partir de lo antropológico sino a nivel vocal, y así fue como inevitablemente desembocaron en el océano de las etnias de los pueblos, donde se fascinaron con el estudio de melodías, la armonía, los ruidos, la rítmica, todo tan inédito como ancestral. Cuando se conocieron, traían mucha experiencia en los más variados géneros: rock, música centroamericana, jazz, folklore, tango, coros polifónicos, canto lírico, música barroca, teatro musical, música contemporánea, conocimientos sobre el folklore búlgaro. Esa amplitud que creen que puede verse como veleidad o cualquierismo, ellas la reconocen oficio musical, como la causa directa de la enorme ductilidad que necesitan para abordar interpretaciones extremas.
“Al principio hacíamos esta música con poca información y sin haber ido a ninguno de los lugares de donde hacíamos temas y en un momento eso nos daba vergüenza, que quedara como una intromisión irrespetuosa. Nos pusimos a trabajar con un antropólogo para que nos ayudara con los textos y descubrimos que así es como circulan en lo cultural las cosas, la gente puede tomar lo que quiere si lo siente, lo que cae en desuso, muere. La historia de los instrumentos esta hecha de llevar, traer y encontrar. Estudiando los tambores africanos nos llamó la atención la historia de un tambor cuadrado: cuando los africanos iban de esclavos a América usaron un banco como tambor; por alguna razón alguien volvió a Africa y aquel banco-instrumento volvió a ser un tambor, un tambor cuadrado. Además, siempre se tocan las culturas. Por los moros en España, el Oriente no nos resulta tan lejano. Ninguna cultura es pura y muchas cosas se parecen, por ejemplo, el trompe que tienen los mongoles y los mapuches.”
De boca en boca consigue innovar en el terreno de los grupos de voces, muchas veces tan temidos con vicios de exhibicionismo vocal y con arreglos corales enrevesados como lujo innecesario y agobiante. Son, en cambio, un organismo complejo de comunicación, capaz de reproducir con honestidad –y pasión– muestras de tejidos de voz y ritmo, cuerda y golpe, recogidos en los jardines del mundo y el tiempo con el criterio preciosista de un coleccionista que se identifica con cada una de las piezas lucidas con orgullo.