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Viernes, 9 de enero de 2004

TALK SHOW

Desquite acotado

(Anticipo de una esbozada -más no perpetrada, lástima- venganza contra el supuesto glamour de los galanes maduros)

 Por Moira Soto

De los galanes que se caen de maduros en producciones hollywoodenses, Jack Nicholson no es el mayor (si lo comparamos, por ejemplo, con Paul Newman o Sean Connery), pero ciertamente es el que luce más reventado físicamente, a los 67 cumplidos. Ha perdido el pelo –pero no las mañas de sobreactor– y el sobrepeso ha abotargado los rasgos de esa cara magnética que supo ser la del Hombre Lobo (y quedarse con Michelle Pfeiffer) y la del mismísimo Diablo y (seducir a Susan Sarandon, Cher y Pfeiffer). Cómo estarán de desiguales las cosas en el tema edad de las parejas románticas (femeninas) de los galanes en cuestión, que una parte del periodismo cinematográfico norteamericano ha celebrado en el reciente estreno local Something’s Gotta Give, la “transgresora” idea de la guionista y realizadora Nancy Meyers de adjuntarle a Jack Nicholson una novia de cierta edad. La dama favorecida, Diane Keaton, es en realidad una década menor que el carismático histrión, mientras que en la ficción él se quita cinco años y ella tres, para hacer, respectivamente, del mujeriego Harry y la divorciada Erica. Y si a Nicholson se lo ve de aspecto tirando a decadente, Keaton –sin su clásico flequillo y con ropa más sexy de lo habitual en ella– está en su mejor forma en todo sentido. Tanto que casi se afana la película, con la venia de su partner que esta vuelta parece haberse resignado a replegarse un poco a cuarteles de invierno (imagínense, su personaje de viejo playboy que se jacta de no haberse acostado nunca con una chica de más de 30, reconoce que toma Viagra).
Nancy Meyers, que ya había trabajado felizmente con Keaton en Baby Boom e infelizmente en El padre de la novia y su secuela, suele arrancar con planteos de tintes feministas, simpáticos y entradores, pero quedarse a mitad de camino en la resolución final. De todos modos, dentro de su trazo esquemático y relativamente sutil, no se le pueden negar algunos hallazgos, como haberle puesto panties al reaccionario Mel Gibson en la más exitosa película dirigida por una mujer (Lo que quieren las mujeres). En Something’s, Meyers se le anima, por caso, al siguiente diálogo entre Nicholson y Keaton, entre fogosos besos: “¿Qué hacemos con el control de la natalidad?”, se preocupa él (que sólo conoce bíblicamente a jovenzuelas), “Menopausia”, responde ella sin melindres. La cineasta llevó a la pantalla ese intercambio verbal, pese a las objeciones que recibió de quienes leyeron el guión y opinaron que la palabra pronunciada en la respuesta era la menos sexy del mundo. Empero, Meyers estaba determinada a probar que una mujer posmenopáusica, con experiencia y arrugas, podía resultar deseable.
Uno de los problemas de Something’s (anunciada para el 12 de febrero en Buenos Aires), comedia que se estira en la segunda mitad al tiempo que las ideas argumentales decrecen, es que descuida a sus personajes secundarios: la hermana de Diane, profesora de estudios de la mujer, interpretada por la siempre excelente Frances McDormand; la hija que al principio se entrevera hasta ahí con Jack (a él le da un oportuno ataque al corazón), a cargo de la personal Amanda Peet; y el pobre médico, que ama sincera y desprejuiciadamente a D.K., defendido con sobria gallardía por Keanu Reeves. Y aquí llegamos al punto más cuestionable de esta comedia que se pretende rompedora de estereotipos de parejas románticas: aun aceptando que el corazón tiene razones que la razón desconoce, ¿por qué la dramaturga Diane, que ha viajado con el doctor Keanu después de que el empresario Jack la decepciona, se rinde ante la aparición del incorregibledonjuanete, y deja pagando en París al joven, guapo y amoroso cardiólogo? Al parecer, no se atrevió Meyers a llevar hasta el final la revancha de las –en el cine– habitualmente desahuciadas mujeres maduras y optó por la moderación canónica haciendo que la protagonista se quede con las cuasi ruinas del empresario, cuando a éste ya no le da el cuero –ni el cuore, infartado– para seguir persiguiendo a las menores de 30.

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