ARTE
Vivió con un pie aquí y otro en Colombia, hasta radicarse definitivamente en Buenos Aires. Su carrera empezó algo precoz: a los cinco años publicó junto a su padre un libro de poemas y dibujos. Hoy combina poesía y performance, con mucho material de esa enorme papelera de reciclaje que es Internet, pero sobre todo desde el arte callejero de subirse a una mesa y arengar desde las palabras, como una cuentista hip-hopera que todo lo transforma en gesto punk.
El historial de navegación es el nuevo diario íntimo. Los emoticones son el nuevo arte contemporáneo. Los grupos de Whats up son la última escritura de vanguardia. Todas éstas son frases que dijo, que copió o que tranquilamente podría haber dicho Tálata Rodríguez, poeta colombiano-argentina para ilustrar su visión particular, bastante integrada, en respuesta a todos aquellxs apocalípticxs que lloran por la muerte del libro o por dónde irá a parar la juventud con la cabeza metida en la pantalla.
Nació en Bogotá, en 1978. Es hija de madre argentina, una periodista exiliada en esa ciudad, y padre colombiano: “Yo participé mucho de ese mundo bohemio de mis padres, desde estar en la imprenta, jugar con tinta, ver salir las hojas impresas. Y también fui a los happenings que hacían para presentar los libros que eran muy rústicos en una Bogotá del narcoterrorismo en los ’80. Cuanto yo tenía 5 años, mi padre, como ejercicio para aprender a leer y escribir, me propuso editar un libro. Componíamos unos poemas antes de que me fuera a dormir y eso formó parte de un libro que se llama Los pájaros de la montaña soñadora. Mi vida siempre fue bastante marginal. Hasta en las fotos salía siempre medio corrida. Vivía al lado de un boliche de salsa en el barrio Kennedy en Bogotá, un barrio bastante duro. La música y las peleas se escuchaban hasta el amanecer. En Buenos Aires mi adolescencia también fue por el margen, del recital punk a la esquina”.
Su vida fue una deriva de profesiones: barwoman, quinielera, promotora. Regentó durante tres años un local gastronómico colombiano-argentino, La aromática. Escribió letras para músicos. Codirigió La Dulce, espacio cultural alternativo en Barracas. Hizo sus performances, o performateó, desde zona sur hasta el Malba. Publicó también Primera Línea de Fuego (Ed. Tenemos las Máquinas), libro objeto con largos poemas que evocan experiencias cotidianas, contadas con lengua extrañada, que tuvieron lugar entre 1992 y 2012 (días de pandillas que amanecen, alguien que le quiso dar plata a cambio de un juego sin pijama, un viaje a Nueva York en el que justo se caen las Torres Gemelas, las siestas de su hija abrazada a un globo). Cada poema fue representado en formato audiovisual por cinco videastas distintos. Cada texto tiene un código QR que remite a un video, lo que permite leer, ver, escuchar intercaladamente y a piacere del consumidor.
En Villa Ballester, en un taller mecánico, adentro de un overol azul y sosteniendo una pinza, Tálata recita. Es un lugar que poco tiene que ver con la solemnidad de la tertulia. Recita la historia, basada en hechos reales, de un novio reo y motoquero. También lo hace en los antiguos vagones de la línea A o desde la cancha de Boca en pleno partido. Habla de chicas que imitan a Mick Jagger bailando rock and roll pirueta con los brazos en taza, y de una cocinera argentina que grabó una versión casera de “Ain’t me Babe” y que terminó recibiéndolo a Bob Dylan para la cena. Tálata le rehúye a la palabra “nuevo” porque lo suyo en verdad es uno de los oficios más viejos del mundo. Se sube a una mesa ante el festejo de la concurrencia y desde ahí agita con gestos de hip-hop, sin leer. Como un juglar o un rapsoda logra mantener la atención de los presentes. “La literatura oral tiene una gran tradición de trova, de poesía épica. Pero hay países, como Colombia, donde los cuenteros son todo un gremio y una tradición muy presente. Lo que hago está inspirado en eso. Nunca me sentí cómoda con respecto a las lecturas de poesía estándar. Al punto de que nunca leí en público sentada en una mesa del modo clásico. Me fui dando cuenta de que después de escribir un texto en verdad me lo sabía, de que los versos tenían una musicalidad y que si recitaba a partir de lo que me acordaba el texto ganaba. No me siento a memorizar un poema. Escribo y digo lo que me acuerdo. Y si me acuerdo la mitad, probablemente sea porque sólo vale la pena esa mitad.”
Padre postal es el nombre de una performance que Tálata presentó en el marco del ciclo de performances Mis documentos, curado por Lola Arias. Articuló todas las cartas que su padre le había mandado durante un período largo en el que no se vieron, doce años. “Había una gran distancia entre nosotros y además era una época en la que no había ni mail. Esas cartas terminan cuando aparece el mail. Y como poeta creo que me constituyeron. Esta historia con mi padre es bastante tremenda y tiene que ver con mi condición binacional, fronteriza. Cuando empecé a preparar el biodrama con esas cartas, me enfrenté con ese material después de mucho tiempo. Durante años lo había tenido archivado, lo regalé, intenté deshacerme de él de mil maneras. Es un material incómodo, para mí, fétido, es basura.” Ese caudal de cartas y postales –son más de 130– le iban llegando desde diferentes direcciones postales, nunca repetidas, algunas inexistentes. Pero eso lo supo mucho después, cuando pudo googlear, y mapear un recorrido posible de su padre en todos esos años. En esas cartas su padre le mandaba fotos de novias, dibujos, plumas, le preguntaba si debía o no casarse con Juana o con Susana, le contaba sobre sus experiencias como chamán y sobre sus viajes de ayahuasca. “Hay un momento en el que yo dejo de escribirle: después del 5 a 0 entre Colombia y Argentina, me llama mi padre pasado de copas y me cuenta al pasar que se iba a vivir a Francia, que había tenido un hijo, que tengo un hermano. Pero fundamentalmente me llama para delirarme por el resultado del partido. Yo tenía 15 años. Después de eso le contesté con una carta donde decía ‘yo no soy un partido de futbol’. Tiempo después mi padre me devuelve esa misma carta subrayada y con acotaciones, delirios, frases medio violentas, algún ‘jajaja’. Esto es el año ’95. De todo lo que yo le escribí a mi padre, lógico, sólo tengo esa carta.”
“Internet es un banco de información que hay que saquear” o también “Internet es el verdadero entierro del autor”. Son algunas de las frases preferidas de Tálata pronunciadas por Kenneth Goldsmith, el poeta estadounidense editor de UbuWeb y “una de las voces más punk de la escena literaria actual”. Tálata asegura, en la línea de Goldsmith y de muchxs otrxs, que en ninguna época se escribió tanto como ahora. Y desde allí defiende la necesidad de darle estatus de literatura a la basura: “La pregunta tal vez hoy pase por decir: ¿hay que seguir escribiendo o hay que sentarse a editar todo lo que una ya escribió, lo que escribimos todo el día?”.
–No creo que haya competencia entre ellos. Parece una discusión vieja sobre las teorías de vanguardia, que el resto de las artes dieron hace mucho y la literatura no. Yo elijo pararme en esa zona gris. Me interesa trabajar lo que pasa con la literatura cuando no es un libro y cuando no hay autor. No es imposible pensar que algún día las máquinas van a escribir mejor que las personas. De hecho, ya están entre nosotros: Google poetics es un generador espontaneo de poesía. Parece tan nuevo y sin embargo ya Lautréamont decía “a la poesía la hacemos entre todos”. Al cortar y pegar lo inventó el dadaísmo. Nada de esto es nuevo en realidad. ¿Por qué reaccionar con tanto miedo ante la tecnología y el reemplazo de la comunicación oral? Hay una versión de Moby Dick escrita con emoticones (Emoji Dick). Es un proyecto de Amazon, lo fue escribiendo una comunidad virtual. Se iban proponiendo líneas (con emoticones) y los usuarios iban votando la mejor y así armaron toda la novela entera.
–Fue a partir de una historia de amor con un chico colombiano. El Whats up tiene una función que te manda la conversación por mail, pero antes la convierte a un archivo de texto. Transcribe todo salvo las fotos. Yo, despechada, quise releer toda nuestra relación en Whats up, hacer ese análisis posterior del “le dije, me dijo”. Nuestra conversación tenía una estructura teatral y las fotos podían reponerse como didascalias (“foto de una playa del Caribe”, por ejemplo). Me puse a transcribir y a editar, respetando lo más posible la historia como fue. Hoy es un texto que yo performo y se llama Carita feliz nube corazón rayo. Es un material residual, de descarte, que vas a borrar de la memoria de tu celular. Pero también puede ser algo más. Hablar del miedo a la página en blanco es muy de otro siglo. ¡Cómo vas a decir que no se te ocurre nada, si estuviste escribiendo todo el día! Me interesa ver qué pasa con ese ímpetu arrasador de producir texto por todos lados, como si hoy la vida fuera casi exclusivamente para ser relatada. Y entonces, cómo articular todos esos textos en un proceso creativo. La actualidad es muy desbordante pero también tiene una ventaja: ya no hay géneros.
–Va a ser un laboratorio para reconocer materiales reutilizables y cómo hacer algo con ellos. Dar una clase es algo performático, tanto como lo son un discurso político o un sermón. Cada clase va a empezar con un momento performático. La idea es trabajar con materiales residuales, que parece que no son nada. Dejar prendido el celular, traer la compu, conectarse a Internet. Abordar el aspecto físico de la performance y también todo este aspecto que es el trabajo con material virtual. No es para literatos, no es para escritores, es para todo el mundo y en especial para adolescentes. Se critica a la juventud por su sobretecnologización, se reacciona escandalosamente ante el uso que le dan a la tecnología y por tenerle pánico a lo diferente se desperdicia todo ese caudal creativo que tienen. La pregunta que tenemos que empezar a hacernos es ¿qué hacemos con lo que sobra? ¿Qué hacemos con toda esta basura? La función del escritor hoy en día se parece más a la del DJ: no toca el instrumento, sino que mezcla muchas pistas para hacer otra cosa.
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