LA VENTA EN LOS OJOS
#ImNoAngel, la campaña de una marca de ropa interior que no conoce de pequeñeces sino de talles extras.
”No quiero tener peso pluma. No quiero volar. No quiero vestirme de blanco. No quiero ser tan delgada que pueda ser transparente. No quiero tener aura. No quiero tener alas”, dice #ImNoAngel, la campaña de Lane Bryant, la marca que no enmarca la corrección de vender a mujeres “reales”, sino de correr el bretel del atrevimiento.
Las modelos de la campaña –que busca redefinir la noción tradicional de sexy– son seis y juntas son dinamita. La chica uno está de costadito (de coté la panza más incómoda se disimula mejor) y su pliegue se le nota apenas, como si el pellizco fuera parte de las cosquillas que electrifican el cuerpo y que ningún photoshop puede retrasmitir todavía. Las rodillas dobladas anteceden a la furia o la fiebre antes de abrir los senderos en donde ninguna ropa importa y el paso no pesa sino que despierta. La chica dos también está de costado, pero de frente. La chica uno y la chica dos se rozan con corpiños transparentes. La chica dos se muerde los dientes y aprieta su puño. Las balanzas no tienen ranura para calibrar el filo de una mordida sin marcas, apenas enclavada en su dureza frente a la ternura de la piel amenazada en su abismo. Los dientes aprietan los labios y saben porque los vampiros no ajan el miedo sino los suspiros. La chica tres se ríe. Y la risa es todo. No es el chupón sopapa de las selfies. No es la Guasón de formol. No es la que dice “whisky” para la foto de colegio. No es la impostada para ser Miss Universo con caderas. Es la risa suelta, loca, endemoniada. La chica cuatro y la chica cinco hacen como que miran para otro lado. Y la chica seis levanta sus axilas. El sexo es curiosidad o no es. Y arrincona el olfato donde los espejos no llegan a ver y la moda a vender. Las tetas son tan enormes que, a veces, hasta la desnudez puede perdonarse y volverse pecado si las líneas del cuerpo pierden su compostura y dejan a la altura de la sabia saliva la posibilidad de ser y crecer aún más de lo imaginable.
La publicidad XL enfrenta a la campaña de Victoria’s Secret que mostró a muchas chicas, pero igualmente unilíneas, con el eslogan “cuerpos perfectos”. Hay algo cierto en que el deseo, la belleza y la intimidad no hacen justicia sexual (salvo la de mano propia) y en que el subibaja de la seducción se alza y se baja con pisadas que levitan y desploman. La mentira es que el deseo sea sinónimo de delgadez. Y nunca, nunca jamás como hoy, el imaginario de la flacura estuvo tan ligado al placer sexual y a los cuerpos delgadamente dignos.
Hace días un periodista nada amigable, en Twitter, defendía una nota en una revista moderna que retrataba sin permiso a mujeres culonas y sin guita para asesores de vestuario titulada “Monstruos en calzas”. Ante mi ofensa me increpaba por qué me creía yo con representatividad para cuestionar la lapidación de mujeres con culos expuestos por las fibras cómodas y baratas. Una periodista no es su cuerpo, sino todos los cuerpos que vio y abrazó, que escuchó y leyó, que despidió y nació, todos los cuerpos hechos final y fiesta. Pero una periodista es también su propio cuerpo nacido, vencido y renacido de sus propios fuegos y cenizas. Mi cuerpo es el de una gorda con calzas, el de una adolescente con vestido rojo, el de una enagua robada en los cajones de las abuelas que no creían que mostrarlo todo era sentirse más libres, el de un sexo montado sin desmontarse el corpiño ofrendado a la lengua de las palabras descorsetadas de fieras, el de un escote en donde los pechos se fruncen hasta redondearse desiertos, el de un camisón arañado para desprenderse. Y esta columna no la escribo con las huellas de los dedos, sino con las tetas, la panza, los muslos inclinados a las letras. No soy un ángel. No quiero serlo. Y agradezco que la publicidad dé otros espejos para el deseo.
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