ARTE
Dalí, Man Ray, Magritte y Duchamp son los nombres que ranquean en el imaginario colectivo cuando se habla de surrealismo, un relato que, como muchos otros de la historia, cuenta el suceder de la vida desde las acciones de los hombres. Sin embargo, el surrealismo no las tuvo sólo como musas, novias-compañeras o meras inspiradoras, fue un movimiento donde de un modo creativo, genuino y activo, participó un gran número de ellas. Hasta incluso se ha llegado a decir que fue el surrealismo el movimiento que más mujeres reclutó en sus filas, dados sus principios de libertad de asociación, de libertad del cuerpo y de profundización en el poco explorado mundo erótico para el que las mujeres como la argentina Leonor Fini o la turca Giselle Prassinos reservaron sus tratamientos más osados e icónicos, esos que desterrarían por la potencia de sus propios cuerpos representados como metáforas ardientes las denominaciones de mujer-niña, mujer-bruja y hada perversa. Hoy el mercado las revaloriza, sus obras cotizan en alza y vuelven al centro de los estudios del arte.
› Por Cristina Civale
En 2007, la obra de la norteamericana Kay Sage se cotizaba a 300 mil dólares. El año pasado saltó a 7 millones de dólares. Las chicas surrealistas ahora están de moda y los martillos de las subastas suenan alto. De ese modo lo demuestra la gran exposición-subasta que prepara para septiembre Sotheby’s de Nueva York. Bajo el nombre de Cherchez la femme (Buscando a la mujer), se expondrán y se pondrán a la venta obras de más de 50 mujeres que pertenecieron al movimiento con independencia y valor propio. Sus obras cotizan desde 5 mil dólares hasta 10 millones, y esta apreciación en alza no sólo se da en el mercado sino también en el cuento de qué fue el surrealismo, con minuciosas muestras dedicadas a estas artistas realizadas en los últimos años por grandes museos del mundo, muestras que al exponer un relato original y no transitado del movimiento fueron de gran éxito entre el público, que empezó a descubrir una parte de la historia no contada.
En 2012, en Los Angeles County Museum of Art se realizó una exhaustiva y bien recibida exposición llamada En el país de las maravillas: Las aventuras surrealistas de las mujeres artistas en México y Estados Unidos. En esta muestra se destacaron 170 obras de 48 artistas mujeres. Por otra parte, a principios de este año, la Tate Liverpool realizó una inmensa muestra que exploró la obra de Leonora Carrington, la pintora y escritora inglesa que fue la primera en hablar, mientras estaba sucediendo el movimiento surrealista, del surrealismo como una trampa, como un gran fraude, donde las mujeres sólo eran consideradas por su intuición y mayormente como inspiradoras y sumisas compañeras de los grandes artistas. Carrington, a pesar de su detracción al movimiento, no pudo escapar a su espíritu e hizo aportes desde su mirada definidamente feminista al canon del universo surreal. Varias de sus creaciones estarán en este otoño neoyorquino sometidas a subasta y exposición.
También podrán apreciarse obras de la ya mencionada Leonor Fini, nacida en Buenos Aires, pero educada entre Trieste y Milán. Fini no tuvo una educación formal y fue una dolencia infantil que afectó sus ojos y la dejó casi ciega lo que la llevó a crear las visiones introspectivas que luego marcarían su obra. Inspirada por El Bosco y Bronzino, se hizo un lugar en el movimiento por sus representaciones de mujeres poderosas y sexualmente libres más allá de la seducción. Los cuerpos de Fini daban a la mujer un poder que aún no había alcanzado en el plano social o legal. La hibridación sexual también entra en su imaginario y fue la autora en 1942 del primer retrato de un hombre desnudo realizado por una mujer. El feminismo radical que se evidencia en su obra también se reflejó en su vida personal: “El matrimonio nunca me atrajo” –declaró una vez–. “Siempre preferí vivir en una especie de comunidad. Una casa grande, con mi atelier, mis gatos y mis amigos.” Dama bohemia, culta y guapa como todas las otras mujeres surrealistas, también trabajó en la realización de decorados para teatro y cine –entre otros 8 y medio, de Fellini, y Las criadas, de Jean Genet. Llegó a vivir con diecisiete gatos persas que sentaba a su mesa a la hora de comer. Fue amiga de todos los hombres del movimiento surrealista, con varios de los cuales compartió ocasionalmente sábanas y sudores, pero jamás pudo aceptar a André Breton, al que consideró un misógino. Fue una mujer tan atractiva como controvertida, a la vez que creadora fue ella misma sujeto de la obra de sus contemporáneos, como Charles Henri Ford, Paul Eluard, Georges Hugnet, Erwin Blumenfeld, Dora Maar, Man Ray, Georges Platt Lynes, Lee Miller, Horst, Brassaï, Cecil Beaton y Henri Cartier-Bresson.
La muestra neoyorquina pondrá en el sitio que corresponde la obra de Dora Maar. La talentosa artista fue arrasada por Picasso, quien devastó su razón al abandonarla y la historia sólo registró a fuego su nombre en la larga lista de mujeres víctimas del machismo del artista malagueño. Pero Maar, más allá y a pesar de él, construyó su propia mirada, una mirada que incluso pudo dibujar a Picasso con una intrepidez como quizá nunca antes otro artista se atrevió. Maar, sobreviviente de ese amor posesivo, se corre en el refrescante relato de este siglo sobre el surrealismo de la mujer víctima y emerge como la creadora deslumbrante que siempre fue a pesar de los avatares de su vida personal.
La artista checa Toyen es una de las marcas más fuertes en esta nueva lectura del movimiento. Con su presencia marca la importancia y desarrollo del surrealismo más allá de las fronteras de Francia, fue una pionera en el movimiento en su país y se destaca por su espíritu queer y una obra que con metáforas poco sutiles incluyó en retórica lenguas, vaginas abiertas, piezas de ajedrez en forma de pones, orgías lésbicas y mujeres dormidas soñando con penes. “La obra entera de Toyen apunta a nada menos que la corrección del mundo exterior en términos de un deseo que se autoalimenta y que crece para su propia satisfacción”, expresó en 1953 el crítico Benjamin Peret.
La longeva Dorothea Tanning, quien murió a los 101 años en 2012, creó su propio mundo a pesar de ser la tercera esposa del consagrado Max Ernst. Se casó con él en una doble boda en la que también se casaron el fotógrafo Man Ray junto a Juliette Browner. Casi una performance. El mágico juego de la flor, la obra que se exhibirá en Sotheby’s, expresa sin rodeos el poderoso imaginario de la artista y su contundente paleta de colores. Su obra es la de una mujer a la que no le tiembla el pulso. La niña-flor que toca con su cabeza de cabellera verde el cielo infinito, con sus minúsculos pechos descubiertos, parece producto de una ensoñación que se traslada a los límites del cuadro con el poder de lo real. Tanning se destacó no sólo como pintora sino también como grabadora y escritora. Toda su obra cumple los protocolos surrealistas, el de un surrealismo apegado a la psicología, a la fantasía, al delirio y a lo onírico. El absurdo, el humor, las pesadillas, el erotismo, todo esto emerge en sus telas.
La francesa Bridget Techinor fue, como Leonora Carrington, de los artistas que hicieron de México su país de adopción. Antes de dejar París, Techinor fue modelo de Coco Chanel y trabajaba para la revista Vogue, pero dejó ese mundo de glamour ajeno para crear una comunidad de artistas al otro lado del océano. Fue amiga de Frida Kahlo –otra de las mujeres artistas incluidas en el movimiento en este relato que nace con el nuevo siglo– y de las pocas personas con acceso al taller de la gran mexicana. Junto a la española Remedios Varo y Carrington crearon un círculo de mujeres artistas que se nutrían con sus creaciones y compartían su ferviente militancia en el movimiento feminista, al que no todas las mujeres artistas del movimiento adscribían, completamente inmersas en el mundo abigarrado de su arte. En su obra se mezcla el espíritu renacentista del siglo XVI con influencias de tipo espiritual proveniente de la mitología azteca. Sus trabajos con frecuencia incluyen máscaras, disfraces y rostros desquiciados, producto de su viaje personal hacia su despertar espiritual. De este modo, Tichenor se concentró en varios temas: inicialmente dibujaba y pintaba abstractamente, usando técnicas “automáticas”, luego descubrió sus fantásticos personajes del mundo surrealista. En su trabajo se aprecia su gran vida interior, que refleja su profundo aprecio por la naturaleza y muy particularmente por los animales. En la magia radica, también, parte de su inspiración.
Y la enumeración podría seguir varias páginas más. Pero ahora que nadie se olvide que el surrealismo también se escribe con eme de mujer.
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