RESCATES
Rachel Carson 1907-1964
› Por Por Marisa Avigliano
Precursora, artera, demasiado bonita para no estar casada, divulgadora alarmista, bióloga indiscutible, científica dudosa. Un ping pong de calificativos desiguales hablaban antes y también ahora de Rachel Carson, la mujer que denunció en la década del sesenta el uso de los pesticidas. Su voz inaugural hizo acústica casi diez años después, cuando Françoise d’Eaubonne habló por primera vez de ecofeminismo. Rachel nació en Pensilvania y fue su madre quien la educó mirando a la naturaleza. Animales y libros para una infancia de granja. A los ocho años la biblioteca de su escuela guardaba un cuento suyo sobre la vida de los animales y unos años después sus artículos ya se publicaban en diarios locales y revistas. Calendarios académicos, maestrías y un doctorado en Zoología truncado por la muerte de su padre (tuvo que dedicarse a la docencia para mantener a su madre y a sus hermanas) acompañaron sus años de escritura que combinaba con un trabajo en el departamento de servicio de pesca y micros radiales sobre la vida acuática. Cuando en 1941 publicó su primer libro, Under the Sea Wind, ya estaba trabajando sobre los riesgos del DDT pero nadie, y mucho menos las corporaciones, querían escucharla. Ciencia y literatura, otros nombres y otra edad para el mismo entretenimiento que descubrió cuando era una nena a orillas del río Allegheny. Poco después llegó otra muerte, la de su hermana mayor, y otras responsabilidades: sus sobrinas. Dos libros más sobre el mar: The Sea Around Us (1951) y The Edge of the Sea (1955) y otra muerte, una trágica, la de una de sus sobrinas protegidas, madre de un niño de cinco años al que Rachel adoptó. La vida cotidiana de la mujer soltera que cuidaba a su madre anciana cambió cuando un día de agosto conoció en Maine a Dorothy Freeman, su vecina estival, una mujer casada que pasaba allí los veranos con su marido y de la que se enamoró. Vivieron su amor casi en secreto hasta que Rachel murió. Cuando no estaban juntas las cartas se volvían cuerpo y fueron esas cartas las que Rachel quemó durante su convalecencia. Las que se salvaron de la fogata fueron publicadas por la nieta de Dorothy y se convirtieron en una inspirada biografía de murmullo e intimidad. En 1960 Carson descubrió junto a su asistente Jeanne Davis la conexión letal entre cáncer y plaguicidas, dos años después mientras publicaba su libro emblemático, Primavera silenciosa, luchaba contra un cáncer de mama propio, y murió en abril de 1964. Entre las encubiertas demandas de las compañías químicas y las sesiones de radioterapia Carson distribuyó copias de su futuro libro estrella durante una conferencia ambiental en la Casa Blanca, donde un ministro de Agricultura ya le había advertido a Eisenhower que aquella mujer atractiva no tenía marido y era comunista. Su Primavera silenciosa inauguró los primeros pasos del movimiento ecologista y fue inspiración natural para que durante los años del efluvio Kennedy se creara una administración gubernamental de protección ambiental para restringir el uso del DDT.
Un siglo después una mujer se rodea de murciélagos, busca descifrar sus ultrasonidos –bioacústica– y entender su razón ambiental en el control de plagas. Hay otras, hay muchas, son ecos de Rachel que respiran entre las páginas gastadas de Melville (junto a Stevenson y Conrad, el terceto de escritores ilustres de Carson) y se esconden como garabatos de infancia en dos palabras inspiradoras: Llamadme Rachel.
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