Vie 11.03.2005
las12

INUTILíSIMO

Maridos hacendosos, pero no tanto

Aunque estemos convencidas de que el hogar es nuestro reino –por no decir nuestro feudo–, bien podemos ser tolerantes y hacerle creer al marido que él tiene algún derecho a decidir en el ámbito doméstico e incluso a colaborar en nuestras labores. En otras palabras, que nos den una mano, sí, pero sin llegar nunca hasta el codo. Así lo indica con suma prudencia El Album de la Mujer (Buenos Aires, 1933), cuyos sanos consejos hemos destacado en otras oportunidades. “A algunos esposos les gusta de vez en cuando sentirse tratados como amos de casa, tener la ilusión de que pueden tomar decisiones con respecto al manejo del hogar, y hasta realizar algunas tareas que son de nuestra incumbencia. Lo inteligente de nuestra parte será sacar un partido que nos favorezca de estas pretensiones de ellos, sin que peligre nuestra autoridad.” Dicho en buen romance criollo: no ceder un ápice de nuestro terreno, pero manejar la situación con la suficiente habilidad como para complacerlo, dorándole la píldora y, de paso, cañazo, saliendo beneficiadas.
“Es muy fácil contentar a los hombres y a la vez controlar el riesgo de que se tomen a pecho el papel de amos de casa”, nos reconforta El Album de la Mujer. “La astucia femenina sobrepasa la masculina paredes adentro si conocemos al dedillo nuestras obligaciones y el buen funcionamiento hogareño es nuestro fuerte.” En consecuencia, se nos propone, para calmar los afanes de maridos con el berretín de ayudar y opinar, adjudicarles un día por semana para que den una mano. Lo ideal sería ponerlos a trabajar, por ejemplo, cuando nos toca el té canasta con las amigas o en el día franco de la niñera.
Desde luego, nos ilumina el texto citado, tendremos que asignarle al esposo con veleidades hacendosas tareas bien acotadas, no sea cosa de que se propase en su intento de resultar útil y, lo que sería aún peor, se tome atribuciones sobre rubros que no le competen. Por lo dicho, no conviene pasarle demasiada información sobre proveedores, tareas del personal doméstico, etc. El marido más entusiasta, nos tranquiliza El Album..., se suele echar atrás después de una tarde a cargo de los niños, sobre todo si tiene que cambiar pañales o lavar algún plato. De modo que, confiadas las señoras, nuestro reino no corre riesgo si nos manejamos con tino y firmeza cuando concedemos al esposo el permiso para que se sienta por un rato útil y con poder hogareño. Más todavía: podemos darnos el lujo de elogiar su desempeño porque “no hay forma más segura de tener a un hombre a nuestra disposición que halagar su vanidad y dejarlo pensar que él es la autoridad suprema en todas las materias”.

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