INUTILíSIMO
La juventud estaría sin duda mucho mejor encaminada si acudiera al confesionario con mayor asiduidad y sabiendo cómo formular sin vergüenza las faltas contra la pureza para luego no caer en reincidencias. El libro El misterio del amor, de la profesora Luisa Guarnero, en versión revisada por el canónigo Cipriano Monserrat (Editorial Subirana, Barcelona, 1959), ofrece precisas instrucciones a las jóvenes acerca de “Cómo confesarse sobre el mandamiento de la pureza” (página 160).
“Desde el momento en que la confesión ha de ser fruto de un examen de conciencia y de un arrepentimiento sincero, es preciso dejar de lado todo falso respeto humano”, previene la piadosa autora. “Debemos sentir el dolor y la confusión por haber infringido un mandamiento del Señor y sobreponernos a la vergüenza de tener que revelar a otro ser humano nuestra debilidad. Por otra parte, sabes muy bien que el sacerdote está comprometido a guardar el más absoluto secreto de todo lo que le digas en confesión.”
Pues bien, el precepto de “no cometer acciones impuras” considera como tales ciertos actos que se deben confesar con mucha sencillez. Verbigracia: “He cometido pecado de impureza” (se menciona aquí, de ser posible, el número de veces en un determinado período –una semana, un mes– y se especifica si ha sido sola o con alguien). “Pero asimismo hay que precisar si se han tenido pensamientos o conversaciones impuros, ya que la impureza puede ser no sólo de obra sino también de pensamiento y de palabra.”
En cuanto a los pensamientos, hay que acusarse sólo si voluntariamente una se ha detenido en imaginaciones sobre cosas incluso puras en sí mismas (los actos relacionados con la procreación, por ejemplo). “Pero con intención maliciosa o torpeza de espíritu o de los sentidos, con curiosidad malsana, con intención de hallar nuevas emociones o sensaciones agradables.” En cambio, si se trata de alguna conversación escuchada por azar o de un pensamiento perturbador que nos ha asaltado de pronto el alma, pero sin que nos recreemos en él, sino más bien tratando de ahuyentarlo, no es necesario confesarlo como pecado: “A lo sumo, comentárselo al director espiritual para que nos sugiera la mejor forma de evitar semejantes situaciones”.
En cuanto a las palabras, se han de considerar impuras las conversaciones en las cuales “los temas del amor, el sexo y el origen de la vida son tratados maliciosamente y sólo en su aspecto físico, animal o como simple manantial de goces”. Sepan ustedes, jóvenes lectoras que se asoman a la vida con espíritu casto, que son conversaciones impuras “los chascarrillos picantes o equívocos, los chistes de doble sentido, etcétera”. Si lo consultáis con vuestro confesor, seguramente él les ha de aconsejar que eviten todas las ocasiones posibles, “apartandoos sistemáticamente de compañeras tontas o malintencionadas que se complacen en diálogos que empañarían tristemente vuestra pureza”.
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