Viernes, 10 de agosto de 2007 | Hoy
INUTILíSIMO
Todas aquellas jóvenes que trabajen fuera de su casa sin duda recibirán alborozadas las Reglas fundamentales que Helen Gurley Brown revela en su best-seller El sexo y la joven soltera (Grijalbo, México, 1964). La amiga Helen parte de la sensata premisa de que no hay razones valederas para excluir de la lista de candidatos al casamiento a los compañeros de tareas, aunque algunas chicas demasiado puritanas y rígidas están convencidas de que donde se trabaja no se flirtea (siempre con vistas al casorio, no hace falta aclararlo). La autora del citado libro insiste es que hay que tratar de ser buena, “pero sin convertirse una en dechado de moralidad antitabaco, antialcohol, antifiestas...”. Si existen chicas tan abstemias, apunta nuestra pensadora, mejor pensar en el convento donde se sentirán más a gusto.
Gurley Brown escribe las siguientes reglas para todas aquellas que, sin ser tan remilgadas, gustan de los hombres y querrían llevarse uno a su casa convertido en legítimo esposo:
No enseñéis todas las cartas en la oficina. La camaradería entre los sexos puede ser maravillosa y no es que haya que mostrarse en extremo reservada. Pero nada de andar contando nuestro pasado, ni pasando lista de conquistas, ni ofreciendo detalles muy personales porque perderíais todo misterio.
Los amores oficinescos no florecen de la noche a la mañana. Justamente porque los posibles candidatos están tan cerca y hay una cierta familiaridad en esta suerte de convivencia. Pero no abandonéis toda esperanza: “Algunas relaciones necesitan cuidados prolongados, hay que regarlas y fertilizarlas durante dos o más diciembres esperando su florecimiento” y, claro, sus frutos (la ansiada boda).
No los saquéis de quicio. “Los hombres no soportan las voces ásperas y nasales, poco femeninas, pero se dejan seducir fácilmente por una voz suave y susurrante.” De modo que a ejercitar la voz, chicas. Otra cosa que los disgusta: encontraros charlando relajadamente con una amiga cuando entran a vuestra oficina: “Estáis en un mundo de hombres, a no olvidarlo”.
El contenido del bolso. Es un asunto de capital importancia: imaginaos que por equis razones ese compañero que os gusta ve todo lo que hay en vuestro bolso: por ejemplo, un kleenex abollado, varios lápices labiales (algunos en estado lamentable), dos polveras, un llavero con un adorno infantil y así por el estilo, ¿qué impresión se llevará de vosotras en cuanto a orden y sentido práctico?
El juego del pañuelito. Aunque os cueste creerlo, este truco sigue funcionando: “Dejar un pañuelito blanco de encaje con vuestras iniciales y vuestro perfume de siempre en el despacho del señor que os quita el sueño, es completamente sexy. Porque los pañuelitos tienen algo anticuado y muy femenino, a lo que hay que sumar que el sentido del olfato es el más evocador”. Lo bueno de este lenguaje mudo es que no os compromete: si el candidato pica el anzuelo, adelante con los faroles. Si no, todo quedará como una simple y pura distracción de una chica encantadora.
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