INUTILíSIMO
Nunca será suficiente insistir sobre los riesgos que la liberación del erotismo puede causar en una joven e inexperta prometida que sólo aspira a la más espiritual de las ternuras. Pero los hombres están hechos de otra madera, como nos lo recuerda el opúsculo Para ti, novia y esposa, firmado por Angel del Hogar (Bilbao, España, 1966). Lo primero y principal, estimadas lectoras, es hacerse conscientes “de esa tendencia sensualizante del amor masculino y de esa primacía, demasiado frecuente en ellos, del elemento carnal”. Porque el matrimonio no sólo está hecho para sostenerse mutuamente en la vida sino también para fortalecerse frente a las tentaciones. Y según Angel del Hogar (quien parece basarse en una amplia casuística), al novio le será difícil, salvo en las primeras semanas en que empieza a florecer el amor, “mantenerse en los límites convenientes y necesarios de la exclusiva ternura: fácilmente tenderán sus besos, sus caricias, sus actitudes a hacerse más íntimos, demasiado íntimos”.
Frente a estos juegos de manos que intentan deslizarse más allá de lo aconsejable, de esos besos demasiado entusiastas, la prometida debe estar muy alerta para no dejar avanzar, inocentemente, a su prometido. Por el contrario, ha de mantener una firme línea de conducta, “ayudando con su dulce y tenaz resistencia a que el joven hombre discipline su ímpetu y conserve así la nobleza de su amor”. Entonces, que os quede claro, ilusionadas novias, “la negativa absoluta a toda intimidad corporal fuera del beso amoroso o del tierno abrazo, debe ser regla inquebrantable”.
En verdad, ya desde el noviazgo, la mujer debe convertirse en educadora positiva de su prometido, haciéndole saber —y repitiéndoselo sin cesar— que ella concibe el amor “ante todo como una donación de las almas”. Por supuesto que la novia también debe moderar su ingenua y natural inclinación a desear insaciablemente señales de pura ternura por parte de su futuro esposo, a la vez que ha de mostrarse prudente al ofrecerlas ella misma, teniendo siempre presentes “las diferencias con ese mundo masculino, que las puede interpretar como preludio e invitación a una intimidad física más pronunciada”, e incluso —horror— total.
Una vez convertida en esposa legítima, la completa intimidad, dentro de ciertos límites, “ya no representa en sí nada de reprensible y puede la mujer darse sin reticencias a sus goces providenciales”. Porque siempre que no haya excesiva frecuencia en las solicitudes del marido, “este placer en principio está plenamente justificado en el matrimonio, a condición de que en la intimidad de las relaciones se defienda la dignidad humana, se respete su posibilidad fundamental de fecundidad”. Naturalmente, para cumplir estos objetivos se impone la templanza y la disciplina. Virtudes que por otro lado evitarán esa saciedad física que lleva a tantos esposos a aburrirse el uno del otro y, en consecuencia, a distanciarse. A haceros cargo de vuestras responsabilidades, pues, novias y esposas, ya que “vista la debilidad sexual de los hombres, no hay que esperar que ellos hagan espontáneamente este esfuerzo de dominio y templanza sexuales”. Para lo cual, “habéis de apartar a vuestro futuro marido de todos esos excitantes artificios del deseo —films atrevidos, lecturas salpimentadas, bebidas alcohólicas copiosas— de los que el mundo ofrece una constante tentación”.
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