Gusta de llevar hábitos largos para ganar apariencia solemne y de hablar mucho, en especial si de opinar sobre la vida privada y las elecciones más o menos libres de las personas se trata. Su objetivo, sin embargo, más que emitir opiniones es modelar al mundo a su arbitrio, aunque para ello tenga que ir dando con el mazo mientras al cielo va rogando. Descree del pensamiento crítico, desconfía de quienes no asumen los destinos naturales que les han sido impuestos, y últimamente –en su desesperación– clama por hacer cumplir los derechos de Dios. El troglodita sería risueño si no resultara tan pero tan activo y eficiente, como se ha podido comprobar en los últimos meses: golpeando y provocando incendios en el Encuentro de las Mujeres, buscando impedir (sin éxito, pero con violencia) conferencias sobre aborto, impidiendo la sanción de una ley sobre educación sexual, y clamando venganza (perdón, censura) porque entiende que la crítica política a una institución sospechosa (perdón, culpable) es herir sus sentimientos.