El verano argentino es tan pero tan digno de una película de Enrique Carreras que, si no fuera por las olas de patetismo misógino que crecen con la temperatura, hasta daría un poco de ternura. No vamos a sorprendernos a esta altura del partido de que los noticieros y los programas playeros que transmiten –vaya modernidad– en vivo desde alguna bonita costa, encuentren su mayor atractivo en enfocar las virtudes corporales de damas livianas de ropa. Tampoco vamos a horrorizarnos, claro, de las producciones de moda que quieren convencer a las lectoras de revistas femeninas a todo color de usar micro-mini-invisibles-bikinis (algo que por sí solo no basta, atención: primero hay que barrer con la celulitis, el color blanquecino que dejó el invierno, las estrías que salieron con los años... chapa y pintura, que le dicen). Y que conste que nada decimos aquí (de momento, nomás) sobre las ingeniosas publicidades del verano. Decíamos, no nos vamos a horrorizar ahora de cosas tan nimias porque lo importante es el nuevo furor del marketing para esta temporada 04. En Mar del Plata, por ejemplo, la competencia por la corona del parador más top de la costa llevó a los cráneos marketineros a planear una serie de atractivos imperdibles para las familias argentinas. ¿Shows? ¿Obras de teatro? ¿Recitales? ¿Cine? ¿Lecturas de poesía renacentista? Error, error, error. El truco hot de estos meses es la “pinamarización”: la transformación de un sencillito lugar cerca de las olas en... ¡estudio fotográfico de modelos en malla! Como para que no queden dudas sobre las intenciones de la movida, hace unos días una simpática crónica detallaba que “ella (la modelo Pampita Ardohain) fue la gran atracción del día” en el balneario auspiciado por una gaseosa. Así que ya saben: eso de que las chicas no son sólo bonitos objetos sexuales se suspende hasta próximo aviso. Después no vengan con que no las previnimos.