Viernes, 17 de marzo de 2006 | Hoy
EL MEGáFONO
Por Mauro Cabral
No estoy atrapad@ en un cuerpo equivocado, dijo una vez Leslie Feinberg. Sólo estoy atrapad@. La reducción de la transexualidad al escape del cuerpo erróneo obstruye la puesta en cuestión de otras trampas. La trampa del nombrar, por ejemplo.
Cada vez que una noticia sobre cambio de sexo centellea en los medios, las personas trans revivimos, amplificado, un calvario cotidiano. Basta que un juez decida, como acaba de ocurrir, reconocer a una persona asignada al género femenino al nacer como hombre para que el coro mediático repita: mujer, mujer, mujer. "La mujer sería intervenida..." "Por primera vez una mujer...", hasta la náusea.
Cualquiera sea el nombre y el género que el Estado les reconozca, basta con que el hombre en cuestión afirme que es un hombre para que llamarlo "mujer" se convierta en un acto violento, cruel y anclado en las concepciones más atávicas de la identidad personal –las que afirman que la naturaleza es el destino, y que sólo lo que la ley consagra será reconocido como legítimo–. A cualquier precio. El derecho a la identidad personal es un derecho humano. También lo es su expresión. A lo largo de nuestra historia, el orden de lo legal no sólo ha conspirado contra ese derecho, sino que lo ha negado. Así como no existe modo alguno de justificar la violación de ese derecho cuando se trata de los pueblos originarios y l@s hij@s de desaparecid@s, tampoco es posible justificarla cuando se trata de personas trans.
Nosotr@s sobrevivimos en una cultura hostil, a menudo atrapad@s entre nuestra experiencia del cuerpo y la identidad, y los requisitos que la sociedad y el Estado nos imponen para reconocernos, simplemente, como quienes somos. Desconocer el modo en el que cada persona trans se nombra, convirtiendo cada historia personal en la puesta en escena de un caso clínico donde lo que menos cuenta es el individuo en cuestión, reproduce las lógicas más opresivas y patriarcales de nuestra cultura. Silencia nuestra voz, distorsiona nuestra experiencia, aniquila nuestra identidad, desconoce nuestra subjetividad al tiempo que la reduce a una burla.
No importa si se trata de una demanda identitaria, expresiva o deseante, de una necesidad vital o del capricho de la temporada. La diversidad de expresiones de género, incluyendo la afirmación identitaria y el nombre con el que cada cual se presenta a sí mism@ debe ser respetada, defendida y valorada como una cuestión de derechos, sí, pero también como una cuestión de celebración. Alguien, a quien no conozco, sobrevivió cincuenta años en esa trampa y, pese a todo y contra todo, tuvo la valentía de enfrentar a la Justicia y decir "éste soy yo". Que su dignidad sea honrada.
Area Trans e Intersex
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