Viernes, 17 de marzo de 2006 | Hoy
TALK SHOW
Por Moira Soto
Dentro de la antigua estirpe de mujeres que han tenido sexo gustosamente con animales, la madre de lobo entrerriano modelada por Julio Molina descuella por su audacia y desfachatez: “Soy la transgresora, la correntina./ La que de joven sucumbió en el amor velludo jamás soñado./ Soy la que dijo sí a la lujuria babeante. / Soy la apartada”. Ella –no se trata de la única, “somos muchas; así fue siempre”– gozó con tal intensidad de esas “siestas amorosas del pleno campo”, que luego no puede menos que “sentir desprecio ante el macho hombre”. Pero además de probar placeres prohibidos, de amar “al más hermoso lobo jamás visto”, ella “tuvo dentro de sí al hijo de la luna”, al lobo entrerriano que fue concebido en Corrientes, de donde la mujer fue desterrada. Este hombre lobo que ahora está enamorado de una muchacha rubia que le corresponde con la misma entrega que otrora la madre a aquel animal que la enamoró.
De manera que en esta bellísima transposición teatral del mito universal no hay una maldición de los dioses como la que sufrió Licaón (nombre que da origen a la palabra licantropía), aquel rey de la Arcadia (¡territorio que representaba la felicidad simple y bucólica!) que ofendió a Zeus –las versiones varían– al darle de comer carne de niño para comprobar su condición divina, y en castigo fue convertido en lobo. Tampoco se trata de la difundida versión local (no es una leyenda criolla ya que, por ejemplo, en zonas de Portugal y Galicia se creía desde hace mucho en los alobados, y el séptimo hijo varón, a veces el noveno, era lobishome) cuyo arraigo ha llevado al presidente de la Nación de turno a apadrinar a los séptimos hijos varones argentinos consecutivos nacidos de la misma pareja.
El hombre lobo entrerriano de Molina tiene una madre que se hace abiertamente cargo de su decisión de haber tenido amores con un lobo, y del fruto de esos amores. Y lo más sorprendente es que ese hijo, no del todo humano, no del todo animal, la reivindica: “Es el amor de mi madre el que hizo de mí esto (...). No hay reproches (...). Qué gran mujer mi madre, que se entregó al amor toda entera sin medir nadita”. He aquí uno de los grandes hallazgos conceptuales de esta pieza extraordinaria, de un poder lírico arrasador, subversivo, de una nobleza desafiante, donde el hombre –el padre de la chica– es el lobo del hombre lobo...
Así, este mito ancestral que recrudeció en la Edad Media europea y se multiplicó en cuento y sagas (si lo sabrá Caperucita), también en juicios y procesos a presuntos hombres lobo, este mito que tantas versiones cinematográficas inspiró (desde el clásico The Werewolf of London de 1935 hasta el hombre lobo norteamericano de John Landis y los aullidos de Joe Dante en 1981, desde la icónica composición de Lon Chaney al magnífico cuento de Pirandello adaptado por los Taviani en Kaos, sin olvidar algunas de las transformaciones alobadas del Dr. Jekyll en Mr. Hyde, como la de Spencer Tracy, ¡y el atractivo Lobezno Hugo Jackman, de X-Men!) ha encontrado en la refinada escritura poética de Julio Molina uno de sus más altos exponentes. Que sin embargo no se aviene del todo a la descripción que de este símbolo del otro yo salvaje e irracional de l@s human@s hace el experto Adolfo Colombres en Seres mitológicos argentinos (Emecé, 2000), ilustrado por Luis Scafati, a quien pertenece la imagen que acompaña esta columna. En su trabajo, luego de consignar el destino del séptimo hijo varón, Colombres rescata un dato sabroso: a la séptima hija mujer le toca ser bruja, siempre dentro de esta genealogía mítica. Por lo demás, cita el estudioso algunos casos –raros– de lobisonas, una de ellas sin ánimo carnicero que salía de levante en las noches de plenilunio, y su marido se lo bancaba.
Era en extremo difícil llevar a escena esta obra de Molina, por otra parte breve y sin indicaciones acerca de la puesta. La directora Ana Katz hace una lectura creativa, quizá con la intención de aderezar, dilatar un texto cuyo esplendor de lenguaje y agitador sentido habrían requerido más bien poner el acento en el decir de intérpretes que honraran, sobre todo con suficientes recursos vocales, esas alturas, esas honduras. Pero sin duda es estimable la búsqueda de Katz y en general rescatable la participación, dentro de los límites apuntados, del elenco.
Madre de lobo entrerriano, hoy y los viernes 25 y 31, a las 21, en la sala Cancha del Rojas, Corrientes 2038, a $ 7. (En el hall se puede comprar hasta las 19, a $ 12, el libro Dramaturgia roja, de Julio Molina, que incluye –entre otras– la pieza representada.)
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