por Cristina Zurutuza*
Permitir que un embarazo producto de violación llegue a su término equivale a legalizar el embarazo forzado. Este es un crimen condenado internacionalmente, que en ocasión de conflicto armado es calificado y castigado como Crimen de Guerra.
Sin embargo, en todo el mundo muchas mujeres enfrentamos una guerra cotidiana: la guerra del patriarcado. Que provoca, entre otras cosas, que nuestro salario sea entre el 55 al 70 por ciento del salario masculino, que no accedamos a puestos jerárquicos, que sigamos haciéndonos cargo del ámbito doméstico al mismo tiempo que debemos competir en el mercado laboral. Competencia desleal, como ya hemos visto.
Pero la “madre de todas las batallas” suele darse dentro de la Sagrada Familia: esa que aparece idealizada, frente al hogar encendido, papá leyendo el diario con pipa, mamá bordando, niñito y niñita jugando en la alfombra. La guerra del patriarcado, una de cuyas caras más brutales se vio durante el conflicto armado en los Balcanes cuando soldados serbios violaban a mujeres como arma de guerra, para que quedaran embarazadas del invasor. Este embarazo forzado fue condenado por Naciones Unidas, y sus ejecutores castigados.
Pero en todo el mundo, la mayoría de los embarazos forzados de las miles de mujeres víctimas de violación en situaciones de supuesta paz continúan avalados por Estados que violan los derechos humanos básicos.
En la Argentina, Miriam, de Bahía Blanca, tuvo y tiene otra familia, como la mayoría de los niños y niñas de Argentina hoy. Tuvo y tiene un padrastro que abusó de ella y la embarazó. Y tuvo y tiene un Estado que avala, permite y protege su embarazo forzado. Un crimen más de esta guerra cotidiana que deben enfrentar los grupos vulnerabilizados. Como decía Flora Tristán, activista peruana por los derechos de la mujer: “Siempre habrá alguien más explotado que el obrero: su mujer”. Siempre, hasta que los Estados se resuelvan de verdad a hacer cumplir las leyes vigentes.
* Psicóloga. Cladem Argentina/Conders.

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