VIDA DE PERRAS
La jefa como ángel del hogar
Por S. V.
Los dos objetivos principales de estos cambios son promover la cultura del trabajo en los que tienen mayores condiciones de empleabilidad y fortalecer la calidad de vida de los niños, sobre todo en lo que se refiere a su educación y su salud”, explicó la ministra de Desarrollo Social Alicia Kirchner a fines de la semana pasada, cuando presentó en sociedad la transformación que, a partir del enero de 2005, depurará el padrón del Plan Jefas y Jefes de Hogar para instalar el Plan Familias. Por si quedaban dudas, al día siguiente el viceministro Daniel Arroyo brindó más detalles: “La idea es que de manera progresiva, en los próximos dos años, 750 mil mujeres pasen del Jefas al Familias. Con ellas vamos a hacer un trabajo fuerte de monitoreo y seguimiento, para mejorar la calidad de vida de los chicos y de capacitación de las madres para fortalecer sus posibilidades de empleabilidad”. Como naturalmente a algunas chicas entender lo que leemos nos cuesta, me asomé cuatro días después a otra explicación, esta vez del señor secretario de Empleo Enrique Deibe: “Lo que se pretende (...) es que la contraprestación tenga que ver más con la inserción laboral y que en el caso de las madres se focalice fortalecer a la familia”. Y entonces, como quien dice “¡acabáramos!”, se hizo la luz: tal parece que cuando hay que ordenar los recursos, pero especialmente el cauce de las cosas –me viene a la mente, de puro malintencionada, que esta modificación revolucionaria de los planes sociales se hace, entre otros motivos, a pedido de la Iglesia, inquieta porque el Estado fomenta el clientelismo–, “fortalecer la cultura del trabajo” (dixit del ministro de Trabajo) y “disminuir la vulnerabilidad de las familias” (la ministra K), en lo primero que se piensa es en guardar a las señoras madres en sus hogares. Y es que, además, todo el mundo sabe que la maternidad misma inhibe a una mujer de reunir cualidades que la vuelvan “empleable”, y que por eso al Estado le cuesta tanto pensar en capacitarla para que ella se incorpore al mercado laboral y también por eso prefiere limitarla a su rol ultra tradicional.
El 1º de noviembre, el diario La Capital, de Rosario, publicó una noticia asombrosa: el 80 por ciento de los inscriptos rosarinos en el Programa Nacional de Capacitación en Albañilería... fueron mujeres. Es más, diez de esas chicas forman parte de la cooperativa de trabajo del barrio Santa Lucía (en el que la gran mayoría sobrevive gracias al Plan JyJ) y apenas recibidas de aprendizas de albañil se pusieron a refaccionar un teatro. Una de las audaces que desconoce su culpa en el fenómeno de la familia vulnerable explicó que escuchó risas a su alrededor apenas empezó a capacitarse, pero que “cuando no tiene nada y está sola tiene que aprender a desenvolverse en todo. Y no es verdad eso que dicen de que es cosa de hombres”. Y a su lado, una de sus compañeras, a la sazón esposa de un albañil jocoso parecía contenta: “Demostré que yo podía, que no era un trabajo de hombres, tan sucio y pesado como decían. Llegás cansada y con el cemento se arruinan mucho las manos, es cierto, pero vale la pena”.