URBANIDADES
Las preguntas de Norma
› Por Marta Dillon
Norma sabe que una mujer menor de cuarenta, empleada doméstica, con tres hijos adolescentes y dos en la escuela primaria, dos ambientes alquilados en el Doque y mucho tiempo fuera de casa suele tener múltiples oportunidades de contestar preguntas. Las primeras, las de su marido. Preámbulo indispensable de unos cuantos golpes que llegarían igual, conteste lo que conteste. Más tarde llegaron las de las distintas asistentes sociales que se acercaron a su casa por distintos motivos, porque pidió una beca escolar, porque un vecino intentó abusar de su hija menor, porque su hijo mayor golpeó de tal manera al vecino abusador que se ganó una causa judicial, porque en el juicio de divorcio su ex marido la acusó de abandono de hogar. Por qué se casó tan joven, por qué pasa tanto tiempo fuera de casa, cómo hacen para vivir seis personas con su magro sueldo, por qué su hijo mayor dejó la escuela. Las preguntas suelen venir acompañadas por la inspección visual de quien interroga, y el efecto es siempre parecido: vergüenza. Hasta que no la miran así, ella no nota el negro de sus uñas, ni la pila de ropa sucia que se acumula en una esquina del baño, ni siquiera la cama que comparten las dos nenas. No es que esté acostumbrada, pero pocas veces se sorprende. El martes pasado, sin embargo, algo le hizo ruido: quién preguntaba con la misma pericia que una asistente social era un policía. ¿Y por qué ella tenía que hacer una radiografía de su situación frente a un uniformado? Sus dos hijos mayores –uno de 19 y otro de 16– estaban detenidos, es cierto, pero eso tampoco quedó claro, sobre todo porque eran los mismos policías de la comisaría 3 del Doque los que le decían que los chicos no habían hecho nada. Sólo que la dueña de un kiosco se asustó porque los chicos le pidieron diez centavos cuando el teléfono semipúblico del negocio les tragó una moneda de 25 y llamó a la policía. Claro, los chicos contestaron al enojo de la señora frente al pedido diciendo que no era para tanto y que no había por qué faltarles el respeto; eran sólo diez centavos. Era tan impensable para ellos que la policía acudiría al llamado de la señora que se quedaron en la puerta del kiosco esperando que alguien les facilitara la moneda que les faltaba para hablar y ahí estaban cuando llegó, presto, el móvil y los efectivos que los esposaron, les dieron una piña por contestar las acusaciones y les pegaron un poco más porque se quejaron de los golpes. Norma los fue a buscar porque le avisaron los vecinos y fue ahí donde le dieron un papel, original, que ella firmó sin pensar, aun antes de que liberaran a sus hijos y en el que dice con firma y sello del comisario que están procesados por amenazas. Sin embargo, en el juzgado que figura en el papel no saben nada de la causa. Pero los policías ahora saben que ella es empleada doméstica, que apenas le alcanza para pucherear, que uno de los chicos no terminó la secundaria, que al otro le está costando, que ella pasa mucho tiempo afuera de casa. Ahora los tenemos marcados, mejor que se cuiden, le dijo el policía, dejando muy en claro de dónde venían las amenazas. Ahora que Norma ya dio todas sus respuestas, una pregunta la ronda: ¿de esto se trata la inseguridad?