URBANIDADES
Efectos de la ignorancia
› Por Marta Dillon
“Eso no lo voy a escribir porque no es verdad”, dijo ella, segura de que la razón estaba de su lado. “Ahí dice –siguió, señalando el pizarrón– que una de las formas de transmisión del sida es teniendo muchas relaciones sexuales, pero no dice nada del uso correcto del preservativo.” Ella tiene 16 años y eso del “uso correcto” se escucha raro de su boca, de la que suelen salir con más comodidad frases como “nos amotinamos” –para contar cómo se rebelaron ante la profesora de Formación Cívica– o “tengo una lija bárbara” –para decir tengo hambre–; pero sabe que en ciertas discusiones es necesario elegir con cuidado las palabras. “Al final le tuve que decir que mi mamá vive con vih hace como ocho años y que eso nunca le impidió tener muchas relaciones”. En ese preciso instante se me congeló la ternura en una mueca, ¿de dónde sacó eso de las “muchas relaciones”? Ella es mi hija y no quiero imaginar lo que su profesora pensó de mí antes de tener el tupé de retrucar: –Y bueno, pero por algo su mamá se contagió.
–Sí, pero se contagió porque no usó correctamente el preservativo.
No puedo evitar que una nota de orgullo por la decisión con que mi hija defendió lo que sabía correcto se cuele en estas líneas, incluso por encima de la indignación. Sin embargo, la anécdota sirve para explicar por qué año a año la infección por vih-sida se sigue expandiendo: ignorancia, prejuicios morales, manipulación del miedo como disciplinador siguen siendo lugares dolorosamente comunes cuando se habla de sida. Recién este año, a pocos días del inicio de la Conferencia Mundial de Sida que se va a realizar en Bangkok, desde el organismo de Naciones Unidas que se dedica al tema se asumió que las que hasta ahora habían considerado herramientas básica para detener la pandemia eran inútiles. Abstinencia, fidelidad y, si no, usar condones –así, en ese orden, según el director ejecutivo de Onusida– son una suerte de ABC que sólo han logrado los datos que hoy se manejan: la infección se expande rápidamente entre las mujeres (en Africa, por cada hombre joven hay cuatro mujeres infectadas menores de 25), sobre todo entre las mujeres pobres. Mujeres como las que asisten a la escuela de La Boca a la que va mi hija, en la que menos de la tercera parte de las que ingresaron en 1º año siguen cursando el tercero, y ya hay dos que han parido su primer hijo.