URBANIDADES
Puro sentimiento
› Por Marta Dillon
Es rock que te abre la mente, te saca la careta, te rescata de la ignorancia”, me dijo un pibe cuando terminaba la marcha del lunes cuando le pregunté qué significaba ser callejero. Estaba de pie frente a una bandera a la que se le había pintado un crespón negro en una esquina, en silencio junto a otros chicos, morochazos argentinos de brazos perforados por tatuajes caseros. Alguien más, en esa ronda, habló de rock de protesta, de “alta combatividad” que estaría en sus letras pero que, la verdad, apenas si puedo encontrar esa “alta combatividad” en las imágenes del Che Guevara, tan quieto como un Ceferino aunque lo hagan ondear en banderas. “¿Cómo te lo puedo explicar?”, me dijo otro subiendo un hombro como si la pregunta tuviera una respuesta evidente. “Es como que le preguntes a alguien qué es ser peronista o ser radical”, dijo y cerró el diálogo sin más. Quedé sorprendida por la sencillez con la que el muchacho asimiló un rasgo de su identidad a ese otro, radical o peronista, que supo levantar muros más altos que el de Berlín entre libros y alpargatas, obreros y profesionales, cabecitas y porteños. Peronistas y radicales, en definitiva, separados por elecciones ideológicas hoy convertidas en puro sentimiento. Como ser Callejero, una identidad que se asumió más allá del fanatismo por la banda. Una identidad a la deriva, como el perro de la canción, sin más lugar propio que la noche a cielo abierto, que los recibe y los abraza sin preguntar ni siquiera el nombre propio porque ellos se reconocen entre sí por apodos, por el tamaño de su bandera o su pasión. ¿Y dónde queda la “alta combatividad”? Si esas letras pueden ser combativas, letras que hablan, por ejemplo, de madrugadas a ojos dilatados como platos, placeres sencillos como el de tomar de la misma botella después de haber juntado los pocos pesos de su valor, conseguida en cualquier kiosco de esos que se supone no pueden vender alcohol; si esas letras son combativas es sencillamente porque hablan de ellos. Porque los hacen protagonistas de una ceremonia colectiva en la que cada cual es médium de sus propios espíritus. Y en los que las ideologías no tienen espacio porque sencillamente éstas parecen haber cristalizado sus discursos, ajenas al verdadero significado de la marginación, porque las ideologías exigen una idea de futuro y para estos pibes el futuro se quema como una bengala de colores que permite creer que esta noche, sólo ésta, se puede ser feliz por estar en el mismo baile y lo demás no importa. Entonces que no les hablen de política, que no les muestren más banderas que las que los pibes pintan antes de cada recital para exhibir un corazón grande de pasiones inexplicables. Política es eso que esta sociedad enseñó a despreciar, aun cuando esta falta de palabras sea otro modo de hacer política.