Viernes, 4 de noviembre de 2005 | Hoy
URBANIDADES
Por Marta Dillon
Y bueno, esta ciudad es así. Un año corona diputados y diputadas de la izquierda más variopinta, a la siguiente elección la derecha se instala con aire canchero y, sobre todo, actitud. Es pro, se dice para calificar la elección de una bebida, el comportamiento bajo el escenario, la ropa de las porristas del partido de Mauricio Macri. Pro, es el apócope de profesional, usado antes de las últimas novedades en la ciudad para definir a los expertos en alguna actividad y sus afeites, adelantados de toda laya que en lugar de usar anteojos cualunques usan lentes hi (jai) pro aun para tomar sol en el balcón, porque eso es ir para adelante. Y es que la crisis ya pasó, al menos pasó lo peor, y ya es hora de tener una imagen de nosotros mismos (nótese la ausencia de la alternancia de género) un poco más ganadora. ¿De qué otra manera pensar un triunfo en todos, pero todos, todos, los barrios de la Capital para un señor tan atildado que cuenta entre sus filas a los más acérrimos enemigos de temas tan caros para las y los porteños como la educación sexual, la equiparación de derechos para las llamadas minorías sexuales o la ampliación de los espacios públicos? ¿Será que la seguridad, la famosa seguridad, sigue pesando en el voto? Como vecina del barrio de La Boca puedo dar fe de que durante toda la campaña recibí cartas cuasi personales del candidato pro con textos que apelaban a la dificultad para “criar hijos adolescentes en una ciudad insegura”. La primera vez casi me desmayo. ¿Cómo sabía M.M. que yo estaba en el tris de cuidar de una hija adolescente? Porque además a ella también le llegaban cartas hablando de su “debut” en un juego de doble sentido bastante chabacano para quien no desea educación sexual en las escuelas –al menos su bloque, claramente, lo repudia–. Seguramente esa información debe estar disponible en algún lado, en algún lado más preciso que los padrones, pero a mí me dio escalofrío. Sobre todo porque es fácil para muchos y muchas confundir seguridad con vigilancia, como si tener ojos en la nuca permanentemente sirviera para algo más que sentirse perseguida. A lo mejor suena un poco anacrónico este comentario, sin embargo la sangre (la nuestra, imaginen ser vecina de La Boca en este contexto) aún no llegó al río y está bueno volver a pensar qué es lo que genera tanto miedo como para pedir constantemente vigilancia. Mucho más a la luz de los acontecimientos en Haedo o Avellaneda. En el primer caso, porque hay investigaciones que dicen –se puede consultar al sociólogo Gabriel Kessler– que la corrupción, la falta de confianza en la policía y la falta de consideración desde las instituciones hacia los y las ciudadanas generan mucho más terror al crimen, mucha más sensación de inseguridad que los crímenes que a diario salen en los medios. En el segundo, porque pone una vez más sobre la mesa un tema que nadie toca y que preocupa a pocos: la cantidad de armas que circulan –recordemos que en Avellaneda cuatro personas fueron baleadas, hasta el cierre de esta página, por civiles–. Y ni siquiera la promesa de M.M. de poner más policías en la calle suena tranquilizadora. Porque si pasan cortando clavos, a velocidad de autopista, por la esquina del barrio, da tanto o más miedo que si no estuvieran.
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