URBANIDADES
› Por Marta Dillon
Pocos hechos cotidianos en esta vida son capaces de generar sensaciones tan contradictorias: intensas a veces, puro desprecio otras, desilusión en algún caso, molestia en la mayoría. La menstruación es así, hasta hace poco inexorable para las mujeres en su etapa fértil, extraordinaria cuando se la desea con el mismo ardor con que no se desea estar embarazada, y simplemente ordinaria cuando se planta con sus síntomas en medio del mes sin que la legislación laboral o el trabajo no remunerado –y tan femenino– muestren clemencia alguna por ese malestar que se supone normal y muchos califican de histérico. ¿O no son casi sinónimos hormonal e histérica? Sin destacar que hormonal significa nada... Ay, el misterio femenino, se lamentan los creativos publicitarios y las empresas de toallitas y tampones que convierten nuestra roja sangre roja en líquidos azules o verdes, que ponen niñas a hacer mohínes para que sepamos –no sé cómo, yo tardé como un año–, adivinemos, que eso de lo que no se habla es del olor menstrual y que en contacto con las nuevas toallas y los nuevos productos que lo bloquean se convierte en un olor a baño público, mezcla de rosa artificial y caca de bebé que de verdad impresiona –pobre de quien se atreva a meter su cabecilla ahí en días en que una se equivocó de toalla y la compró con block gel o como se llame–.
Circula ahora otra prueba de ese modo tan masculino de “entender” lo que nos pasa. Es una publicidad creo que de analgésicos en la que se muestra a todo tipo de chicas a punto de montar en cólera o ya cabalgando sobre ella, rompiendo floreros en la cabeza de sus novios, acusando al compañero de oficina de robar una taza; en fin, dice el slogan, “si le duele a ella, te duele a vos”. Pobre de vos que sin sangrar tolerás sus cambios hormonales, su violencia, sus accesos de llanto. ¿Por qué hablarán de misterio femenino –sí, todavía se escucha– si todo lo explican fácilmente porque una tiene la regla, la va a tener o se le está yendo? Ah, sí, también porque una coge poco, ésa es la otra gran verdad, que no tendrá que ver con la regla pero también pasa por la vagina.
Que nada te altere, dice otra propaganda de analgésicos. A veces necesitás una plus, dice otra. En todas una tiende a quedarse en la cama y de pronto arranca cual si le hubieran cargado combustible liviano rumbo a las tareas de siempre: el trabajo, los chicos, el gimnasio y esas cosas que hacemos las mujeres. De parar, ni hablar, eso es del siglo pasado, o antes.
Si me preguntaran, creo que algunas veces elegiría no ir a buscar niños o niñas a ningún lado y en lugar de hacer lo de todo los días hacerlo a media máquina. Es más, quiera o no quiera, funciono a media máquina y con la panza tan hinchada que pareciera que mi cuerpo extraña lo que la menstruación niega: un embarazo. Pero, y aquí va la pregunta del millón, ¿qué tal sería la vida sin menstruación?
El mes que viene sale a la venta en Estados Unidos una pastillita anticonceptiva que la elimina completamente. Tal vez, dicen quienes aprueban las drogas en aquel país, genere una menstruación falsa y apenas visible. Unas gotitas, bah, sin síndrome premenstrual, sin agresividad ni sensibilidad vana. Y la disputa se abrió y no se detiene. Están las que dicen que la menstruación hace a nuestra identidad de mujeres y las que dicen que sería una liberación no sangrar mes a mes como una amputada, sin tener que alimentar fábricas de algodón y papel como enajenadas. Hay quien dice que el ciclo femenino es una fuente de conocimiento, que está atado a ciclos naturales y por tanto es posible entenderlos revisando el propio cuerpo y las propias emociones. Hace tiempo que no veo en grupos de mujeres debates tan encarnizados como el que generó esta pastilla, que promete meses completos sin sangre menstrual ni dolores uterinos.
No tengo posición tomada al respecto. Podría despotricar largo y tendido sobre la necesidad de ocultar algo tan visible y con capacidad de ser tan sexy como la menstruación –lubricante natural, fantasías sado, imaginación para todos y todas–; detesto los perfumes y las publicidades que hablan de la sangre sin nombrarla. Pero, lamento ser aguafiestas, no creo que haya liberación alguna en tomar una pastilla diaria por toda la vida para eliminar la menstruación –como anticonceptivo tiene otra gracia, pero la verdad, a mi gusto tampoco–. Será que tomo muchas otras pastillas, será que la cabeza no me alcanza para evitar olvidos, qué sé yo. Lo que sí puedo afirmar sin miedo a equivocarme es que es cuestión de gustos, pero vamos, no de liberación.
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