Vie 10.08.2007
las12

URBANIDADES

¿Todas para una?

› Por Marta Dillon

La pregunta es tan clásica que, a fuerza de repeticiones, la respuesta suele salir calcada, si no agotada, incluso vieja y hasta vacua: ¿para qué un suplemento de mujeres?, ¿la mujer es un suplemento?, ¿no es generar un gueto eso de creer que hay temas de mujeres?

Dije “la” pregunta y en la enumeración se colaron diversas formulaciones e incluso podrían aparecer más. Quien las enuncia podría ser un taxista con quien no quedó otra que trabar conversación –las razones del destino son infinitas–, un familiar de cualquier sexo, algún colega de cualquier sexo; en fin, es una pregunta común, común. Y la respuesta, como anticipaba, no se luce por su originalidad: no, la mujer no es un suplemento, pero hay temas que necesitan nombrarse e incluso amplificarse para que sean visibles y entonces poder enfrentarlos –la violencia de género, la discriminación laboral por sexo, la salud reproductiva, etc.–. Las producciones de mujeres –artísticas, culturales, científicas, deportivas– también suelen quedar ocultas con más frecuencia que las de los varones, salvo cuando alguna mujer destella lo suficiente como para convertirse en excepción y entonces tendremos “la primera mujer que...” La primera mujer que es gobernadora electa, por ejemplo, es Fabiana Ríos y fue electa hace menos de dos meses; pero no, de ninguna manera hay discriminación, la que quiere puede, la que se esfuerza llega.

Por eso cuando llegan, las mujeres suelen dejar de hablar de temas que hacen a la vida de quienes crecen y se socializan como mujeres. No dicen cuánto tuvieron que pagar a sus empleadas domésticas y cuánto depende la vida de una mujer si no tiene empleada doméstica; sobre todo si una tiene hijos o hijas en edad de merecer cuidados intensivos. Tampoco dicen –eso jamás de los jamases– cuánto sigue costando decir que no cuando una quiere decir no y es una adolescente, casi una niña, y se da cuenta además de que decir no es un mandato tan fuerte como para los varones conseguir un sí y entonces no sabe si lo que quiere es sí pero de determinada manera y no como la obligan, o qué. Tampoco hablan, en su gran, inmensa mayoría, del miedo de enfrentar un aborto clandestino, ni de los fantasmas que anima la clandestinidad, el pecado o la condena social. No dirán de la frustración de que alguien más ocupe su lugar porque estaba presente en esa reunión de la que ella se fue apenas más temprano. No dirán del hombre que las toqueteó en el colectivo de niñas, del tío que les hizo cosquillas o de ese que se tocaba y se exhibía en el barrio porque total las nenas buenas no hablan. Ahora se nombra, sí, violación y violadores, gente muy mala, muy mala que comete actos horrendos que jamás cometería, por ejemplo, un cura; porque ahí sí dudamos, en ese caso dudamos de quien denuncia, de las morochas resentidas, de las chinitas atrevidas. Las mujeres, cuando llegan al poder, dicen, como dijo Cristina Fernández de Kirchner, que la vida es más difícil para las mujeres pero no dice que es necesario ejercer acciones concretas para que deje de ser más difícil, como si la mayor dificultad fuera una manera de aprender, algo así como la letra con sangre entra.

Es curioso el modo en que ahora todos acuden a la corrección política para excusarse cuando quieren criticar a la candidata a presidente. Ser mujer parece incluso una ventaja si nos dejamos guiar por lo dicho por algún ex presidente. Pero qué pocos escapan a la mirada sesgada que construye el estereotipo de género a la hora de hablar de ella. Y eso que ella no se luce por su conciencia de género. Pero lo cierto es que si critican a las funcionarias en problemas por casos de corrupción pareciera que están atacando al género completo, no a determinadas mujeres. Atacar a una mujer parece un tiro por elevación hacia todas las mujeres, un clásico del pensamiento machista que sigue nombrando a las mujeres como si fuéramos “la” mujer. Por eso todos se escudan: que no es una cuestión de género, que no se trata de que sea mujer, que ser mujer puede ser una ventaja. En definitiva, mientras el plural y sobre todo la diversidad de modos de ser mujer se pierda detrás de la figura de la única que llega a un lugar de poder, de la o las únicas que aciertan o se equivocan y merecen ser nombradas, mientras tanto será necesario abrir espacios para que las mujeres nos pensemos más allá de lo que se espera de nosotras y más acá de lo que queremos.

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