URBANIDADES
› Por Marta Dillon
No se trata de revisar si los mensajes de texto que se están enviando a millones de usuarios y usuarias de celulares –y que, se supone, conducen autos– podrían generar conciencia a la hora de conducir por las rutas argentinas. En mi humilde opinión, pocas veces el miedo resulta efectivo a la hora de enviar mensajes destinados a la prevención. Queda demostrado de una u otra manera después de años de campañas de bien público tendientes a mejorar la seguridad en el tránsito –las más de las veces en manos de ong– en las que se muestran cadáveres, cuerpos mutilados, accidentes de pesadilla. Eso no va a pasarme a mí es la primera reacción que se registra, un mecanismo de defensa casi automático que impide verse a una misma en la situación que describen las imágenes. Además, si el miedo toma cuerpo, ¿cómo volver a soñar con una escapada a la costa si hay que atravesar 400 kilómetros de peligro? Con las campañas esporádicas que desde el Estado se exhibieron para prevenir la transmisión de vih/sida el efecto fue el mismo. Recién en los últimos años –no más de cinco– se dejó de asociar el momento probable de la infección, ese descuido, ese desinterés, con la muerte. Recuerdo incluso un premio que se otorgó a un clip que mostraba a una pareja teniendo sexo en una cama y que antes de llegar al orgasmo terminaban moviéndose como amantes pero convertidos en esqueleto. Otra vez lo mismo, si estoy en ese momento la muerte concreta queda lejos, reemplazada en todo caso por el dulce olvido de la pequeña muerte del sexo. Si una se cuida no es para evitar la muerte, en la muerte –sin juicio de valor sobre este hecho– casi nunca se piensa. Menos en el momento de ir de vacaciones o de hacer el amor.
Aun así, es innegable que el problema de los accidentes de tránsito es de los más urgentes que se me ocurren. Sólo que me cuesta leer en el celular ese “si te vas, volvé”, sobre todo en esta fecha en la que más allá de todo es imposible no recordar a quienes no se fueron sino que fueron arrancados, quienes quisieron volver y fueron masacrados, desaparecidos. Hay un reflejo de terror cuando leo el mensaje. Si te vas, volvé. Casi un chiste negro ahora que el 24 de marzo sencillamente alarga una semana de feriado en la que la locura por salir de la ciudad, por olvidarse un rato de temas casi soeces como el precio de los limones o las papas, hace que millones fantaseen con un rato de horizonte verde o azul, lejos de todo. ¿Será arbitraria la asociación? No vale la pregunta porque la asociación libre ya ocurrió. El mensaje de texto carga la responsabilidad en quien “se va” –una operación no por desmentida mil veces ya perimida–, y seguramente algo de eso hay en los accidentes de tránsito. Pero es apenas una parte, una minúscula parte de un sistema que acostumbra a cargar las responsabilidades individuales olvidando que la responsabilidad colectiva, y más, la responsabilidad del Estado no se descarga en un mensaje de texto que aterroriza por sus contornos concretos. Porque es posible no volver aunque una quiera. Porque no alcanza con pedir la aparición con vida para que Julio López vuelva. Y en esto hay responsabilidades individuales. Pero sobre todo hay responsabilidad del Estado.
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