Viernes, 4 de febrero de 2005 | Hoy
POLVO DE ESTRELLAS
Hay veces en la vida en las que una debe (no “quiere”, no “tendría ganas de”, tampoco “podría”: sencillamente debe) saltar de la butaca, arrastrar a la multitud anónima (para nos) que nos acompaña hasta la vera de la pantalla y dedicarse lisa y llanamente a reverenciar hasta que la cintura nos diga basta (alguna vez hay que detenerse, chicas) a quien se lo merece. Aunque estemos apenas, humildes espectadoras del sur del mundo, en el estreno local de un título tan mainstream como El hijo de Chucky y ella, ay, nuestra estrella, no pueda vernos. Porque París bien valdrá una misa, pero la presencia desopilante de Jennifer Tilly demanda, por lo menos, una dosis decente de vergüenza propia (que de la ajena a esta altura nos sobra) como pequeño tributo a tanto sufrimiento maravillosamente derramado por maldades muñequeriles, humanas y de las otras. Y eso por no hablar de cuando se pone mala.
Jennifer, que una película antes supo prescindir de su cuerpito generoso en escena para dedicarse a dar vida a Tiffany exclusivamente con su voz en La novia de Chucky, esta vez (con dirección y guión de No-Me-Importa-Nada Don Mancini, creador de la saga chuckiriana) cumple con el sueño esquizo de la piba hollywoodense y nos deleita por partida doble: pone la voz a Tiffany y también interpreta a una actriz llamada Jennifer Tilly, acosada por fans que sólo recuerdan su actuación en Bound (la de lesbianas asesinas en la que compartía cartel con Gina Ghershon), angustiada por el declive de una carrera alguna vez prometedora pero ahogada bajo el peso de ¡haber participado en películas de Chucky! y deteriorada por el aumento del peso de su propio cuerpo, enojada porque los papeles que ella siempre codició se los dan a Julia Roberts, la pizpireta que está en todos los títulos dignos porque se acuesta con los directores... Tiene que salir, Jenny, de esa espiral descendente cuyo final desgraciado ya imagina, y entonces traza planes maestros (que empiezan con una idea de lo más original: sobornar a un rapero devenido director con una noche de pasión), que, pobre, le cuesta llevar adelante por detalles nada pequeños, aunque planificados por Chucky y Tiff. Porque la madre del hijo/a de Chucky (escena edwoodiana: “te llamarás Glen”, exclama orgulloso el padre primerizo; “no, es una chica, será Glenda”, rectifica su madre), sépanlo, ansía abandonar el cuerpito de plástico que Satanás le dio para convertirse en humana, pero es, ante todo, una cholula hecha y derecha (y muy fashion victim, por cierto) que quiere ser... Jennifer Tilly. Quién podría culparla.
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