POLVO DE ESTRELLAS
La culpa nostra
Como suele suceder, todo lo bueno alguna vez se termina, y aunque las abuelas de los libros insistan en hacernos creer que no hay mal que por bien no venga, nosotras tenemos la misión de decir la triste verdad. Aunque duela y sin anestesia. La posta, amigas, amigos, es que lo que se viene siempre puede ser infinita, eterna, inimaginablemente peor. En el caso que nos convoca, el panorama es levemente aterrador y responde a la pregunta: ¿hay tele después de la tele del verano? Por una vez que habíamos zafado –esos azares del destino– de horas de los sacos arremangados de Mateyko, la elección de la Reina del Mar, y los engendros pseudochispeantes pensados para el público femenino, el fin de la temporada veraniega nos atosiga, embadurna, ahoga, desespera con una novela que presagia una programación de pesadilla. Porque “la gente” cuando hace calor quiere pensar en cosas divertidas, comprar telefonitos con pantalla color y darle rienda suelta al onanismo (ya lo decía la señora Nacha Guevara, acá le dan a la manija que da miedo), nos tuvieron en vilo con el asunto de nuestra (qué orgullo) embajadora de la belleza argenta en Chile. Que si Lucianita le tiró los galgos al tal Juanes, que si Juanes se enojó, que si le quitaron la credencial de prensa (habría que reclamar por la libertad de expresión), que si se tiró a la pileta antes o después que Rocío –que no salió reina pero casi–, que qué bien le quedó la cara nueva. Menos mal que cuando nuestro corazoncito estaba por estallar de tanta emoción, la Providencia vino en nuestra ayuda personificada –en su infinita sabiduría– por un representante del Señor. Y entonces arreció la luz, el debate inteligente, la palabra sana, y sobrevino –como diría Federico Manuel Peralta Ramos– el reinado del bien.